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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Humor insólito

En el comienzo de esta extraña, bien que apasionante película que es Aaltra, nada hace prever lo que en ella ocurre desde el final de su primer tercio. Narrada en un contrastado blanco y negro, con un cuidado en la composición del encuadre ciertamente poco habitual y sin música desde su off sonoro, la película apunta maneras de una peripecia sobre tranches de vie de dos vecinos enfrentados: uno, un ejecutivo más amante del motocross que de su trabajo; el otro, un asalariado agrícola taciturno y que parece más propenso a mirar las nubes que a hacer avanzar su cosechadora.

Pero nada más alejado de las intenciones de Benoît Delépine y Gustave Kervern, guionistas, directores y principales intérpretes del filme. Porque de hecho, en un quiebro inesperado, ambos terminan peleándose a puñetazo limpio... y gravemente heridos por un remolque agrícola, al que falla su seguridad y que ostenta como marca esa extraña palabra, Aaltra, que da nombre al filme. Malheridos, ambos son internados en un hospital, del que sólo saldrán... en silla de ruedas, porque ambos han quedado parapléjicos. Y entonces, y otra vez fruto del azar, ambos se verán juntos, codo con codo, afrontando no ya su desgracia, sino emprendiendo una suerte de viaje iniciático de los más extraños que se hayan visto nunca en un filme.

AALTRA

Dirección: Benôit Delépine y Gustave Kervern. Intérpretes: Bemôit Delépine, Gustave Kervern, Dada Avrel, Abdelaziz Bachaou, Aki Kaurismäki. Género: comedia, Francia-Bélgica, 2004. Duración: 92 minutos.

Entonces, emerge de las límpidas muy hermosas imágenes de la película una suerte de comedia de humor surreal, críptico y subterráneo, pero no menos efectivo. Las andanzas del par de lisiados, su alucinado viaje rumbo a esa Finlandia en que construyeron el remolque, con el fin de ver reparadas sus demandas de indemnización por el accidente, son la carne de buena parte del desarrollo del asunto. Extrañas peripecias se suceden, todas contadas con la misma contención con que se expusieron, en el comienzo del filme, las condiciones de partida; y, ya quedó dicho, también desopilantes, plenas de humor negro, de una incorrección política tan flagrante como gozosa.

Y sólo al final, en dos secuencias espléndidas, queda de manifiesto algo más que el sentido mismo del filme -que no es otro que contar qué jugarretas tan siniestras está dispuesto a jugar el azar, vaya por delante-: queda perfectamente clara la estrategia de discurso y la influencia mayor que el filme presenta, la sombra alargada y fecunda del siempre apasionante Aki Kaurismäki, vector e inspiración en la que se ven reflejados Delépine y Kervern. Y ahí está Kaurismäki explicando las claves que resumen el filme y haciéndolo, además, con una sonrisa sarcástica, de viejo maestro que da su bendición a sus descacharrantes discípulos. Es un filme, lo adivinó el lector, nada complaciente, considerablemente bizarro y de una inteligencia a prueba de bombas. Es una de las más cálidas recomendaciones para este aciago verano cinematográfico en que los títulos se suceden en cartelera al tuntún... como cada verano, por otra parte.

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