"Nos están haciendo la vida imposible"
El miedo, la falta de electricidad y el desabastecimiento dejan exhausta a la población palestina
Gaza está exhausta. Es decir, ha empeorado su estado natural. El martes por la noche la aviación israelí disparó sus misiles contra tres puentes estratégicos en las carreteras que enlazan el norte y sur de la franja. Sus proyectiles impactaron en conductos de agua y en la central eléctrica que abastece al 60% del millón y medio de personas que malvive en el árido y, en verano, caluroso y húmedo territorio. Se añaden los destrozos a una situación ya de por sí catastrófica.
Los generadores han comenzado a funcionar a destajo. Y lo harán mientras la gasolina no se agote. Por doquier -en la ciudad de Gaza, en Jan Yunis- se observaba a gente con bidones para acarrear agua y combustible. Algo queda, mientras Israel no cierre el grifo. Pero el castigo inmisericorde de la población civil es asfixiante. Los lugareños estos días sólo comen, porque dormir es imposible. Las bombas de sonido a partir de las 2.30 causaron la pasada madrugada, como tantas noches, un estruendo repentino inimaginable para el forastero. La cama retumba, las ventanas a veces se abren, algunos cristales saltan en pedazos. Así cada 40 minutos, hasta bien entrado el día.
Los generadores han comenzado a funcionar y lo harán mientras quede gasolina
"He visto a alguno de mis hijos temblando de miedo", asegura un habitante de la franja
Rana, empleada de 22 años de una fábrica de material hospitalario y a cargo de siete personas -su padre es un funcionario que no cobra el sueldo desde hace cuatro meses-, expresa sonriente su angustia. No se comprende bien cómo no se les tuerce el gesto a la mayoría de los pobladores de Gaza. "Nos están haciendo la vida imposible. Mi familia no tiene recursos y no disponemos de un generador. Sin luz nos quedamos aislados del mundo; no podemos utilizar el ordenador ni ver la televisión; tendremos que tirar pronto la comida de la nevera; hace calor, pero no podemos enchufar un ventilador; los chicos no salen a la calle de noche por miedo, pero en casa tampoco se puede dormir", relata Rana. Con 1.200 shequels (poco más de 200 euros) subsiste Rana, sus padres y cuatro hermanos en una vivienda modesta del barrio de Sheik Raduan, en Gaza.
"La central eléctrica tardará alrededor de seis meses en ser reparada", afirmaba a mediodía, ante los restos aún humeantes de los transformadores destrozados, Hassan Abu Aued, ingeniero de la estación en Al Mugraga, en el centro de la franja. Siempre que el Gobierno israelí lo desee. "Ahora tenemos que conectar las líneas de alta tensión a la red de Israel", agrega Abu Aued.
En manos del Ejecutivo de Ehud Olmert está abrir o cerrar la espita. Y a cargo de los trabajadores palestinos reparar unas instalaciones que supondrán un desembolso de 20 millones de dólares, una cantidad muy significativa para unas arcas públicas literalmente vacías. Si el 60% de los habitantes dependían de esta central, al 40% restante el suministro les llega desde Israel.
Son las 14.15, y dos cazas F-16 sobrevuelan a baja altura la ciudad de Gaza, rompiendo la barrera del sonido. Es otro de los métodos que los militares israelíes emplean para quebrantar el aguante de la población. Vuelve el ruido ensordecedor, que no asusta a Rafik Zant, un médico y próspero empresario. Explica la retahíla de vicisitudes que se sufren en los hospitales, interminable desde hace semanas, desde que la comunidad internacional e Israel decidieron someter a un cerco económico y político al Gobierno de Hamás y, por añadidura, a todos los palestinos. Rafik cree que todo va a empeorar. "Mira, los hospitales tienen gasolina para que sus generadores funcionen sólo dos días. El ministro de Sanidad nos ha dicho: 'Si no tenéis vendajes, cortad vuestras camisas. Pero si no tenemos electricidad, los asmáticos lo van a pasar mal, sobre todo ahora que hay tanta humedad en el ambiente. Algunos morirán".
Rafik admite que es un privilegiado y que a su familia no le falta de nada. Pero hay algo contra lo que no puede luchar; se siente impotente y frustrado. Cuenta lo sucedido en su vivienda la noche anterior: "Me he despertado por las bombas y he visto a alguno de mis hijos temblando de miedo". Wasim, de 12 años, es uno de ellos. "Moví la cama a la habitación de mi padre, pero no pude dormir". Le cambia la cara cuando se le pregunta qué sucederá la próxima noche. Aunque no lo ignora.
En Gaza no entra producto alguno desde hace días: sólo algo de contrabando consigue colarse desde Egipto por los túneles del Corredor Filadelfia, utilizados para alimentos, armas, personas y todo tipo de mercancías. Las aduanas con Israel están completamente clausuradas. Los pescadores no salen a la mar, impedidos por un buque de la Armada de Israel omnipresente por las noches, y en la primera línea de playa muchas viviendas tienen sacos terreros en las ventanas.
¿Tienen que entregar los milicianos al soldado israelí a cambio de nada para que cambie la situación?, se cuestiona a los consultados. "No", contesta Rana. "No", responde Maruan, hermano de Rafik. "No", coincide Rafik. "No", concluye el pequeño Wasim.
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