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Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Tras la renuncia

El anuncio de Pasqual Maragall de no presentar su candidatura a las elecciones del próximo otoño ocupa el primer plano de la atención mediática. Ello es comprensible, por la dimensión personal del todavía presidente y por la del más que probable futuro cabeza de lista socialista, así como por la importancia electoral del PSC, a la que hay que añadir la perspectiva de que las futuras elecciones le den una de las llaves de la formación del nuevo Gobierno. Sin disminuir la importancia de la decisión de Maragall, sino, muy al contrario, por su influencia en el conjunto de la política catalana, es preciso también analizar la situación interna preelectoral de las otras fuerzas políticas. En el ámbito del nacionalismo de centro derecha, la evidente consolidación del liderazgo de Artur Mas en CDC se ha acompañado de un nuevo enrarecimiento en las relaciones de este partido con UDC, y no sólo con su líder, Josep Antoni Duran Lleida; enrarecimiento que gravitará en mayor o menor grado en la elaboración de las candidaturas y en la nitidez del perfil de la campaña.

Por otra parte, la línea general de enfrentamiento sin matices, adoptada por la dirección española del Partido Popular y seguida, sin demasiado fervor, por Josep Piqué, no sólo pone en cuestión su liderazgo personal, sino que deja a su fuerza política en Cataluña sin mensaje electoral y huérfana de cualquier posibilidad de esgrimir, con un mínimo de credibilidad, una política de alianzas. Incluso ICV, la fuerza incuestionablemente vertebradora de todos los esfuerzos por superar los sucesivos sobresaltos y que cuenta con un positivo balance de acción de gobierno, tendrá que medir hasta qué punto dio un paso más allá de lo prudente al aceptar de hecho la descalificación de uno de sus ejes estratégicos fundamentales y no haberse negado a aceptar la formación de un Gobierno en el que la presencia del nuevo consejero de Gobernación era indigerible.

Pero el marco en que la decisión de Maragall proyecta su sombra, casi como un desafío más o menos silencioso, es el de ERC, con la que ha compartido complicidades y enfrentamientos hasta el último momento. El resultado del referéndum ha impreso a ERC un serio correctivo, que la invita a escoger entre ser fuerza de gobierno, con todas las corresponsabilidades que ello comporta, o elegir el camino testimonial del soberanismo, entendiéndolo como una exigencia cotidiana.

La decisión del aún presidente, hecha bajo el paraguas reconfortante del inapelable al Estatuto, obliga a ERC a exponer su propuesta electoral sin ambigüedades y con liderazgos bien definidos, porque no sólo ha perdido el referéndum, sino que su famosa llave de la gobernabilidad se ha oxidado y el nuevo líder de los socialistas, de cuyo rigor y seriedad nadie duda, no estará dispuesto a prolongar la política de los sobresaltos. Por otra parte, los participantes en las negociaciones para formar el nuevo Gobierno trabajarán sin duda sobre las bases de una estabilidad futura que asegure el despliegue del nuevo Estatuto, y exigirán como interlocutores a líderes con certificado de credibilidad.

En la nueva etapa que se ha abierto, Cataluña necesita un Gobierno progresista y eficaz, sólido y estable. ICV tiene probada su capacidad de responder a esta necesidad. ERC debe aún ofrecer garantías que se hagan inmediatamente evidentes, sabiendo que su táctica de jugar a dos bandas ya pertenece al pasado y que hoy, si hay una llave que abra la puerta del nuevo Gobierno, ya no está en sus manos.

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