Los icebergs no hablan
Responde el autor a algunas de las reacciones suscitadas por la campaña sobre el calentamiento del planeta desarrollada por el Departamento de Medio Ambiente.
Koldo Unceta dedicaba el pasado jueves su habitual columna de opinión al "error" en que supuestamente incurre el anuncio de sensibilización sobre las consecuencias del cambio climático que el pasado 5 de junio, Día Mundial del Medio Ambiente, publicó el Departamento de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio del Gobierno vasco en todos los periódicos de la comunidad autónoma.
En ese artículo, se advertía a la opinión pública del gran error que supone recurrir a un iceberg para simbolizar el deshielo de los polos y la consecuente subida del nivel del mar que todos los expertos auguran como una de las más graves consecuencias de la transformación del clima.
Debo decir que el señor Unceta se equivoca. No hay un error en el anuncio. Hay muchos más. Además del que él apunta, señalaré los dos más imperdonables y que, sin duda, han de atribuirse a quien suscribe. Primero: las playas no se funden, como reza el texto. Y segundo, pero mucho más grave aún: los icebergs no hablan. Quizá no haya reparado en ello, o quizá sí lo ha hecho, pero le faltaba espacio para hablar de lo que verdaderamente quería hablar: el tan traído y llevado conflicto, la soberanía, la autodeterminación y esa serie de cuestiones que tantos sarpullidos provocan.
Casi nadie duda de la madurez de la ciudadanía para discernir entre el lenguaje informativo y el publicitario
Quizás lo que sucede es que, paradójicamente, su columna era también un descomunal iceberg. Un iceberg en el que por arriba asomaba un tema (¿un pretexto?) -en este caso, el de nuestra campaña y sus presuntos errores-, pero bajo la superficie se escondía el auténtico y grueso mensaje que le interesaba transmitir. Una especie de fondue en la que se mezclan churras y merinas, si se me permite (que ya tengo dudas) la expresión.
Creo que a estas alturas nadie, o casi nadie, visto lo visto, duda de la madurez de la ciudadanía para discernir entre el lenguaje informativo, por ejemplo, y el lenguaje publicitario. Nadie (o casi nadie) pone en tela de juicio que cada uno de estos dos lenguajes tiene sus propios y específicos códigos, que el conjunto de la sociedad conoce, reconoce y distingue. Desde luego, no seré yo quien cuestione la eficacia y el acierto de campañas institucionales como aquella en la que un gusano penetra por la nariz para acceder al cerebro de un consumidor de cocaína, en una clara, y en mi opinión, brillante metáfora de los efectos que produce la ingesta de drogas en el ser humano. ¿Conoce usted a alguien que esnife gusanos?
Ciertamente, me resulta curioso que el señor Unceta coja el rábano por las hojas (discúlpeme una vez más). Llama poderosamente la atención que se fije en las ramas pero no nos diga qué le parece el bosque, es decir, si cree o no acertado que el Departamento de Medio Ambiente fije la lucha contra el cambio climático y la sensibilización en torno a sus consecuencias como eje prioritario de su acción de gobierno. Una acción de gobierno que, por cierto, intenta hacer llegar su mensaje a través de una estrategia global que combina la publicidad (jugando con sus mismas reglas y convenciones) con otro tipo de comunicaciones estrictamente informativas que el articulista parece soslayar y donde, lógicamente, no encontrará los recursos estilísticos propios del mundo publicitario.
Aunque, tras leer su artículo, he de confesarle a Koldo Unceta que uno ya no sabe si la Administración debería contratar con urgencia un anuncio a toda página advirtiendo seriamente a los lectores de que, por mucho que insistan en la tele, no se les ocurra meter un payaso en la lavadora... ¡Encogen!
Alberto Gartzia Garmendia es periodista y jefe de prensa del Departamento de Medio Ambiente.
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