Opulencias crecientes
La sociedad española viene ofreciendo abundantes muestras de prosperidad y opulencia en los últimos 15 años. El informe sobre la Riqueza en el Mundo elaborado por el banco de inversión Merrill Lynch y la consultora Capgemini indica que en 2005 España contaba con 148.600 millonarios, entendiendo por tales las personas que disponen de más de un millón de dólares en activos financieros netos; y, todavía más importante, que el número total de millonarios había crecido durante el año a un ritmo del 5,7%, el segundo mayor de Europa, detrás de Austria. Los amantes de las clasificaciones encontrarán destacable que España sea el décimo país del mundo con mayor número de personas pudientes -Estados Unidos, Japón y Alemania ocupan el podio-.
Pero algunas de las estadísticas del informe son tristemente reveladoras. El mayor crecimiento de grandes fortunas se registra en países emergentes, como Corea del Sur e India, o en los que está brotando con fuerza el capitalismo, como Rusia. Con toda evidencia, la multiplicación de millonarios en estas naciones no guarda relación con el aumento de su riqueza real, sino que se debe sobre todo a los efectos del enorme crecimiento de los mercados bursátiles en todo el mundo. Las plusvalías de la Bolsa crean millonarios con rapidez, pero también amplían la distancia entre las rentas más altas, capaces de acumular ganancias especulativas considerables, y las más bajas, las que ni siquiera pueden acceder a los mercados de inversión.
El gran aumento de millonarios en España se explica también por la subida espectacular de la capitalización bursátil y por la creciente participación de las rentas medias en los mercados de acciones. Desde 1995, el número de familias que invierten en Bolsa como una opción para acrecentar sus ingresos se ha más que triplicado. Pero también ha influido la acelerada tasa de crecimiento económico, muy superior a la media europea.
Los rasgos de prosperidad que más satisfacción deben producir a la sociedad española son la presencia masiva de las empresas españolas en los mercados europeos y latinoamericanos, y el aumento imparable de la renta per cápita, hasta aproximadamente el 90% de la de los países de la Europa más rica. Aunque ya no es recomendable trazar fronteras inabordables entre la riqueza financiera -especulativa- y la inversión real, dada su tupida interacción en los mercados más sofisticados, la segunda garantiza mejor la distribución de la renta.
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