UE: la resaca de un año después del 'no'
LE OÍ DECIR A ANTONIO GARRIGUES en el programa de Baltasar Magro de TVE que ahora Europa no vende nada; que cuando se convoca una conferencia y trata de Europa, la gente no se apunta, se apunta poco cuando es sobre América Latina y sólo se llena el auditorio si la reunión se refiere a China o India. ¿Moda o tendencia a largo plazo? Pocas veces se ha entrado en una cumbre de los jefes de la Unión Europea (UE) como la del pasado jueves y viernes con un ambiente más desangelado y tan rebajada de expectativas.
La imagen de parálisis parecía invencible y las reacciones eran externas: el viejo Delors, que un día presidió la Comisión Europea (seguramente en la época de mayor exaltación europeísta de los ciudadanos), advertía -como la voz que clama en el desierto- que el proyecto europeo puede fracasar por falta de liderazgo y de ideas, y proponía limitar el número de países futuros y una cooperación más estrecha entre los miembros de la eurozona (12 países, a los cuales se va a unir Eslovenia). Y su sucesor, Romano Prodi, hoy primer ministro en Italia, describía el miedo a descarrilar si se va hacia delante sin protecciones: "No nos podemos arriesgar a un segundo 'no' al Tratado constitucional", recordando el que hace un año dieron los franceses y holandeses, y que ha puesto a Europa al borde del colapso.
La UE habla otra vez de reglas del juego y de instituciones para poder funcionar con eficacia. Mientras, sigue sin resolverse su dependencia energética. Y su economía se aleja cada vez más de la de EE UU
En este ambiente de indefinición y de introspección nacional de los respectivos países se han colado nuevos conceptos. El más amargo, el de crisofilia, definido por Durão Barroso, actual presidente de la Comisión, como la amalgama entre crisis y filia, que es la que sugieren no sólo los euroescépticos para definir el momento europeo, sino también muchos desmoralizados partidarios de las hormonas europeas como único camino posible para la región. La crisofilia es un grado más que la dulce decadencia con la que explica Felipe González la coyuntura europea.
El otro concepto en circulación es el de capacidad de absorción, que ha puesto en circulación Francia y que se presenta como una condición más para la adhesión de los países candidatos. A ver: mientras la UE de 25 continúa paralizada, sin una Constitución que agilice los mecanismos de vertebración y de profundización, casi otra decena de países tocan a la puerta pidiendo entrar, hasta llegar a una Unión de 35 miembros (con Turquía incluida), imposible de administrar. El año que viene lo harán Bulgaria y Rumania, si cumplen las condiciones, con lo que ya serán 27 miembros.
La capacidad de absorción tiene tres dimensiones: la política y financiera (una ampliación compatible con el proyecto político y la posibilidad de financiarla), la institucional (adaptar las instituciones existentes a la entrada de nuevos socios, asegurando la eficacia de funcionamiento) y la democrática, que ha de tener en cuenta el punto de vista de los ciudadanos para proseguir la ampliación. Francia opina que el 'no' a la Constitución de hace un año vino predeterminado en buena parte por el miedo a que la entrada de más países (el célebre fontanero polaco) pusiera en peligro el empleo y el Estado del bienestar europeo. En definitiva, su modelo social.
La economía europea no crece lo suficiente para generar el pleno empleo y poder competir con EE UU y otras zonas del planeta mucho más dinámicas. Ello debería ser uno de los motivos de reflexión de sus mandatarios. Pero la discusión, hoy, está más atrás: cómo conseguir una definición suficiente de los valores europeos, que sirvan como mínimo común denominador constitucional; cómo adaptar las instituciones vigentes del Tratado de Niza para que el cuerpo funcione y tome decisiones. La única discusión económica de hoy es estratégica y de política exterior, no coyuntural: garantizar el suministro energético de una zona que no tiene ningún tipo de reservas de gas, y que es totalmente dependiente de una Rusia no precisamente democrática.
Inquietante.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.