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Columna
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El PP en el diván

Cuando ayer el cronista se puso a escribir su comentario, desconocía en qué punto andaba el debate del Consell Nacional de Esquerra Unida, acerca de las negociaciones y posibles pactos autonómicos con el Bloc y otros grupos, de cara a las próximas elecciones. Pero le pareció que eran muchas las probabilidades de que se resolviera satisfactoriamente y prosperaran los objetivos sustanciados por Glòria Marcos: desalojar al PP del poder, aniquilar el rancio bipartidismo e impulsar políticas alternativas. El cronista desconocía lo que hoy ya conoce, como cualquier ciudadano. Sí sabía, y desde mucho tiempo atrás, el espanto que desgarra a la derecha, ante la perspectiva de abandonar las instituciones, para enrolarse en la oposición o hasta en la dispersión. Un espanto que le ha alterado el sistema nervioso, hasta extremos tan patéticos que la conducen imparablemente al histrionismo y al histerismo. En previsión de un descalabro en las urnas -nada fácil, pero tampoco nada desdeñable-, la derecha debería pedir turno, en el diván del psicoanálisis, y mientras le llega al día, y en evitación de nuevos y supuestos arrebatos, gansadas y pérdidas temporales o no de memoria, no estaría de más someterse a periódicas revisiones psicológicas, por equipos de profesionales instalados en el Palau, en las Cortes y en otros edificios, donde se cuecen la consigna, el disparate, la fantasmada, el insulto y la descalificación. Porque difícilmente se comprende las referencias del presidente Camps a las plagas de Egipto, si Esquerra Unida estuviera en el gobierno, ni tantas apelaciones bíblicas le facilitan a Camps el hieratismo de un faraón momificado, y sí, figuradamente, el aire de uno de esos infantes que repelen al personal. Pero lo más alto del podio, estos últimos días, lo ocupa con el mayor desmerecimiento Alejandro Font de Mora, conseller de Cultura, para que se empapen de cómo proceden. Alejandro Font de Mora, en su réplica al diputado de EU- L'Entesa, Ramón Cardona -íntegro, firme y de habitual corrección parlamentaria- le soltó que "si ustedes gobernaran (....) acabaría pasando eso, seguro, como pasaba hace tiempo, que ponían no sé qué estrellitas amarillas". Frivolizar y hacer retórica del genocidio parece impropio de cualquier demócrata, y aun menos utilizarlo para el descrédito del adversario político. Estrellitas amarillas para los judíos y triángulos rojos, con una S para los españoles: republicanos, anarquistas, comunistas, socialistas, y ya ven, ninguno de derechas. Ramón Cardona quiso responderle adecuadamente por "alusiones ofensivas insultantes", pero Julio de España, presidente de la Cámara le negó la palabra, no lo considero insulto, y se parapetó en la libertad de expresión, ¿divertido, no? Pero, ¿a qué se debe esa crispación que denota una evidente inseguridad? Y Ramón Cardona le dice al cronista. "Al pánico de perder el poder. Pretenden degradar al contrario y se degradan a sí mismos". Concluyente. El cronista teme que no los apaña ni el diván. Y es que fuera de la poltrona y el cemento, se pierden.

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