La puerta blanca de la sierra negra

La sierra de Ayllón es famosa por sus pueblos de arquitectura negra, pueblos como Majaelrayo o Valverde de los Arroyos, hechos con la pizarra que se le va cayendo -ley de vida y de gravedad- al viejo pico Ocejón. Como para llevar la contraria, Tamajón, que es la puerta de este oscuro rincón de Guadalajara, levanta su caserío sobre una luminosa faja de terreno calizo y su arquitectura puede ser llamada cualquier cosa -blanca, rubia, dorada...- menos negra. De sus canteras salió mucha de la piedra que resplandece, desde finales del siglo XV, en el palacio del Infantado de Guadalajara. Y también el adoquinado que lucían las calles del pueblo antes de que llegase el vulgar asfalto, cuando Tamajón era conocido, por esto y por la traza palaciega de sus casas, como el Madrid de la Sierra.

Tamajón, visto desde el aire, semeja una horca de aventar mieses, forma que en verdad conviene a un pueblo de labradores como éste. Una horca con tres púas o rúas -la calle Nueva, la de Enmedio y la de la Picota- bordadas de bellas casas blasonadas de blonda piedra caliza, como la del Labrador, la de los Angelitos o el palacio de los Mendoza, del siglo XVI, hoy Ayuntamiento. Donde se juntan las tres se alza la iglesia parroquial, del mismo siglo, con galería porticada que evoca su origen románico.

A dos kilómetros de Tamajón, camino de Majaelrayo, la monumental ermita de la Virgen de los Enebrales recibe al viajero, como siempre, con su portón abierto de par en par, un alarde de hospitalidad que celebra la copla popular: "Virgen de los Enebrales, / patrona de Tamajón, / tiene las puertas abiertas / como si fuera un mesón". Está en un enclave mágico, la llamada Pequeña Ciudad Encantada, salpicado de grutas, tormos y arcos naturales de roca caliza y tapizado de sabinares, que aquí dicen, para confusión de legos, enebrales.

Al municipio de Tamajón pertenecen otras tres pequeñas localidades: Almiruete, preciosa aldea de arquitectura negra que se acurruca, rebosante de huertos y aguas cantarinas, al pie de una iglesuela románica de picuda espadaña; Palancares, donde un puñado de valientes sobrevive a 1.209 metros de altura, junto a un robledal indultado por el hacha, en un espolón del colosal Ocejón; y Muriel, cuatro casas asomadas al Sorbe en un barranco cuajado de alamedas y pozas sombrías que hacen ronronear de placer a los bañistas.