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Crítica:ÓPERA | 'Ifigenia in Aulide'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Viento en las velas

Con la excusa del 200º aniversario de la muerte de Martín y Soler, y también por sus particulares relaciones con Mozart, se está reivindicando este año la figura del compositor valenciano. De Ifigenia en Aulide ya se ofreció una primicia en el Festival de Música Antigua de Úbeda y Baeza hace un par de temporadas. Ahora vuelve esta ópera seria de 1779 con más convicción, si cabe, con proyecto de grabación discográfica para el sello K617-Harmonia Mundi y la implicación del Festival de Sarrebourg en Francia. Continúa así la política con la que se llevó a cabo la producción de la ópera Orlando, de Porpora, con los mismos protagonistas. Bastante antes del bicentenario, Juan Bautista Otero ya había mostrado su admiración y entrega hacia la obra de Martín y Soler, y en particular hacia su periodo menos conocido de la ópera seria. Prueba de ello es la edición en la Real Compañía de Ópera de Cámara de las partituras de Ifigenia in Aulide, Ipermestra, Andromaca, Vologeso y Camille ou le souterrain. También es conveniente recordar la labor histórica-divulgadora de Otero sobre el músico valenciano a través de sus artículos en la revista Goldberg.

Ifigenia in Aulide

De Vicente Martín y Soler. Real Compañía Ópera de Cámara, con instrumentos originales. Director musical: Juan Bautista Otero. Con Olga Pitarch, Betsabée Haas, Leif Aruhn-Solén, Marina Pardo y Judith Gauthier. Puesta en escena: Isidoro Olmo. Centro Cultural de la Villa, Madrid, 14 de junio.

De ahí a la práctica hay un paso, y en el caso de esta Ifigenia se dio en Baeza. Su paso por Madrid, antes de desplazarse a otros lugares, como Santiago de Compostela, ha evidenciado las virtudes y defectos del teatro itinerante. Las crónicas hablan y no paran del maravilloso reparto de su estreno en Nápoles. En Madrid anteayer no pasó de la discreción, aun reconociendo sus buenas intenciones. Tampoco benefició a los cantantes el planteamiento teatral, con una dirección de actores de enorme simplicidad y un vestuario entre lo elemental y lo cursi. La escenografía, con un despliegue de velas, era sugerente pero, salvo en los aspectos decorativos, tuvo poco peso en el conjunto de la representación. La orquesta siguió con esmero las indicaciones de su director con unos niveles artísticos que se movieron en el terreno de la corrección, sin alcanzar las cotas de fantasía o de "viento en las velas", que diría el cineasta Alexander Mackendrick, que la obra requería. Pero todo se puede disculpar ante la belleza de la música y en especial de las arias, sobre todo las de la segunda parte del espectáculo. Dicho de otra forma, mereció la pena, y así lo reconoció el público en las entusiastas aclamaciones finales.

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