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Columna
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AL: populismo y liberalismo juntos

Joaquín Estefanía

Si se pretendiese hacer un balance de los cambios acontecidos durante el último año en América Latina (AL), faltan las elecciones en dos países centrales para darle coherencia: México y Brasil. Ambos equivalen casi a dos terceras partes de la zona, por lo que cualquier generalización de determinados giros políticos o sociológicos permanece todavía en suspenso. Es muy significativo el triunfo de la socialdemocracia en Chile o Perú, o del indigenismo en Bolivia, pero nada será igual dependiendo de si en México manda López Obrador o Calderón, y si en Brasil continúa Lula.

La noticia en México sería la victoria de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), que se presenta como el candidato de los pobres (véase el estupendo retrato de los aspirantes en el último número de la revista Letras Libres). Incluso así, no cabría calificar el cambio en México como rupturista. En un documento titulado La política exterior de López Obrador: escenarios para España (Fundación Alternativas), el profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México, Ciro Murayama, indica que las propuestas de AMLO "tienen más de continuidad que de cambio, con lo que los gobiernos de centro y centro-derecha han establecido": México seguirá siendo una economía abierta y de mercado, no hay un escenario de nacionalizaciones en el horizonte y tampoco intentos de reformar la Constitución, por ejemplo, en su artículo 27, que reserva como potestad exclusiva del Estado mexicano áreas estratégicas claves como "el petróleo y los demás hidrocarburos, petroquímica básica, minerales radiactivos y generación de energía nuclear, electricidad". Por tanto, no cabe esperar que se abran nuevas oportunidades de negocio para las compañías eléctricas españolas por encima de las que ya existen.

Si hubiera que encontrar un relato común en el discurso latinoamericano de hoy, se podría decir que el hincapié está pasando de la economía a las instituciones como única forma de corregir las gigantescas desigualdades que deslegitiman los proyectos anteriores. Como se indica en el libro Una nueva agenda de reformas políticas en América Latina (Fundación Carolina, cuyos editores son Ludolfo Paramio y Marisa Revilla), ello tiene una fuerte lógica si se admite que los mercados no operan en el vacío, sino en un marco institucional que desde la estabilidad de los gobiernos a la fiabilidad de la justicia condiciona fuertemente el funcionamiento de la economía.

Hay otra publicación nueva de referencia, susceptible de generar polémica: se trata de La economía política de lo posible en América Latina (Banco Interamericano de Desarrollo), del economista jefe y director adjunto del Centro de Desarrollo de la OCDE, el español Javier Santiso. En ese libro se formula la emergencia del posibilismo en el subcontinente como un fenómeno que forma parte de un vuelco más amplio, tributario de la caída del muro de Berlín y de un fin de siglo que descree de las promesas y que marca el reflujo del mesianismo y de los grandes proyectos teleológicos. Es muy sugerente la atención a los desmentidos que la historia contrapone a los manuales de macroeconomía; en la mayoría de ellos está escrito que el encuentro amoroso entre el populismo y el liberalismo es teóricamente imposible, y, sin embargo, en la práctica, en AL tales encuentros se han producido en numerosas ocasiones; más aún, dieron a luz un sorprendente y extraño camaleón, cuyos colores no cesan de desafiar las leyes de la gravedad económica ni de experimentar todos los matices de la vida real. Con la descripción y análisis de este matrimonio entre populismo y liberalismo, el libro deconstruye sin mencionarlo, por ejemplo, el discurso ultraconservador que en los últimos tiempos desparrama José María Aznar en los actos de la FAES sobre América Latina, en los que vincula populismo e izquierda sin ningún género de matices.

Con todo, la lección principal del libro de Santiso es que la llave mágica y única del desarrollo no ha sido hallada: "No hay un proceso de desarrollo bueno en esencia; alguno es, simplemente, menos malo que otro, según cada contexto particular. Tampoco hay correlación sistemática entre democracia política y desarrollo económico, ni leyes de cambio global que sean válidas para todos y en todas partes".

Buena crítica a los fundamentalismos de uno y otro signo.

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