Género y risa
Para evocar los paraísos artificiales en la Carta blanca que La 2 le daba el jueves por la noche, Alaska llenó su hermoso decorado de seres coloridos, deslizantes, unidos todos por su no-pertenencia a un género limitado. Los invitados iban en su mayoría disfrazados, pero no por una filosofía de carnaval sino porque así se presentan vitalmente: comisarios de exposiciones en clave vampira, presentadoras camufladas con prótesis mamarias mastodónticas, videocreadores de imagen hermafrodita, fotógrafos trajeados de tablero de ajedrez. Trans fue un prefijo muy marcado a lo largo de la velada, ya fuera en el terreno sexual, con la presencia de transexuales y transvestites a la americana, o artístico, pues se reivindicaba en la plástica, en la música, en el cine, una permanente transposición de fronteras y marcos. Para algunos telespectadores, el programa pudo resultar la apoteosis de lo transfriki, pero yo lo vi como un brillante revival del espíritu y la iconografía de los años 1970-1980. Alaska, sin embargo, insistía en proclamar la vigencia del presente sobre el sueño del pasado, y la nueva cultura del día solar frente a los excesos de la noche movidesca; todo ello delante de personajes con nombres de canción de David Bowie y con atuendos que pararían el tráfico diurno en cualquier capital de Occidente.
Personaje también de la movida, aunque de los pocos que yo juraría que nunca se puso tacones de aguja ni tetas postizas, El Gran Wyoming despedía hasta septiembre, después de 10 semanas en antena, El intermedio (La Sexta). Da un poco de rabia que alguien con el original instinto televisivo y la gracia personal incomparable de Wyoming haya optado por un formato digamos standard de entretenimiento nocturno, en el que pesan, a veces como una losa, las entrevistas. Wyoming es un gran showman, y anteanoche los mejores momentos se debieron una vez más a su humorismo flemático: la diatriba contra la voraz indecisión sexual de Alberto de Mónaco, que hace del Principado una zona de riesgo, y ese gran perro blanco sentado junto a él, tan exquisito que "sólo orina en un árbol donde se haya atado Tita Cervera".
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