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Reportaje:FERIA DEL LIBRO | POESÍA

Piensa el sentimiento

Es ya antigua la idea de que en España no ha habido un auténtico romanticismo, y ni siquiera un proyecto ilustrado de emancipación racionalista. Ello, unido a la exigüidad de pensamiento sobre poesía, explica la precariedad de la lírica posromántica española, incapaz de restañar la grieta con la paneuropea, algo que sólo a comienzos del XX intentaron Unamuno, Machado, Juan Ramón y, más tarde, Cernuda, quien remó desde la desembocadura vanguardista hasta las fuentes románticas. El romanticismo hispánico privilegió lo medievalizante, legendario, ossiánico y altilocuente; y cuando se fijó en modelos nobles, prefirió el misticismo de Novalis, el pregón de eternidad de Hölderlin o los cantos siderales de Leopardi al conversational poem de Coleridge.

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Siente el pensamiento

Sobre ello llamó la atención Philip Silver en La casa de Anteo (1985) y, sobre todo, en Ruina y restitución (1996). La aparición de diversas obras de poetas jóvenes o en la primera madurez, vueltos reflexivamente sobre la poesía propia o ajena, hace suponer que ha llegado la hora de esa restitución: la de un romanticismo ya disuelto y naturalizado, y la de la compatibilización de poesía y pensamiento. En Imán y desafío, Jordi Doce (Gijón, 1967) analiza la absorción de los modelos ingleses en los cuatro autores antecitados. El libro, muy documentado, procede de una tesis doctoral, pero no peca de envaramiento academicista, y en sus entresijos se percibe la conexión entre la escrutación estética y la poética del propio Doce, autor también de una colecta de artículos sobre cultura inglesa, algunos de cuyos rasgos despliega con loable soltura digresiva. En la senda de los estudios románticos, El idilio americano, del también poeta Alberto Santamaría (Torrelavega, 1976), es una indagación sobre lo sublime, vinculado al primer romanticismo alemán. Ello le permite dibujar con nitidez encomiable las dos orillas de decantación: la nostalgia europea de un lado, refractaria a un presente tecnológico que interrumpe el idilio con la naturaleza, y, de otro, la conjunción estadounidense, cuyo tecnorromanticismo genera una sublimidad liberada de sus grilletes religiosos y morales.

El libro de Eduardo García (São Paulo, 1965), Una poética del límite, podría malinterpretarse si entendemos por "límite" el finis terræ de una deriva o autotélica o irracionalista, en vez de concebirlo como frontera donde se encuentran la razón ilustrada y la propensión mítica del romanticismo. El romántico que es Eduardo García refrena los excesos racionales que desaguan en la razón instrumental, la mecanización del hombre y el sojuzgamiento de la naturaleza; pero el ilustrado que también es prefiere la "imaginación orgánica" (Coleridge) a una fantasía mecánica que podría abismarse en la ausencia de sentido. Su propuesta es armonizadora, pero no ecléctica: referencia de lo inefable, la poesía pretende reencantar el mundo, tras la muerte de los viejos mitos a manos de una secularización que no ha hecho sino crecer con el tiempo. Tal actitud está lejos de la nostalgia medievalizante, acristianada o preindustrial (prerrafaelismo), pues la añorada unidad perdida altorromántica no puede ya recomponerse: la ciencia llegó para quedarse, y tras la quiebra organicista no hay dioses ni trascendencia, aunque sí una psicológica "trascendencia en la inmanencia", que permite adentrarse en una ensoñación a cuyas puertas la razón se detiene. La secularización de los nuevos mitos no casa con lo oracular ni con lo declamatorio; lo que no implica desatender el verso, pues su capacidad de encantamiento relaja las ataduras del logocentrismo. Se invoca así una poesía mitógena de dicción "natural", donde la hechicería evocatoria de los símbolos (Baudelaire) neutraliza los excesos de la conciencia objetiva. Esta integración de lo visionario y lo abarcadoramente realista -nada que ver con el realismo ingenuo o literalista-, de la razón y el mito, exige "soñar y al mismo tiempo velar" (Novalis). Cómo lograr un equilibrio perennemente inestable entre tales contrarios constituye el mayor atractivo de la propuesta; también su flanco más desguarnecido.

En De camino al silencio, Se

rafín Portillo (Plasencia, 1961) ensaya una poética que entiende el poema como el texto exacto -no voz de un simulacro lírico, sino de un subjectus trascendente- que remite al silencio primordial. El topos universal de lo poético sería la nostalgia metafísica de ese origen enajenado del tiempo que evoca el ser singular que somos. Signo de su propensión idealista, el poema expresa lo sagrado, constituido en pneuma dotado no ya de significado, sino de sentido. Álvaro García (Málaga, 1965), por su parte, construye en Poesía sin estatua la alegoría de la poesía como un pedestal, cuya estatua ausente sería la vivencia previa al poema que debe ser trascendida. Emparentadas estas ideas con ciertas vertientes epistemológicas de la lírica mediosecular, la poesía generaría un universo esencial ni anterior ni exterior al texto, a fuerza de concentrarse en la médula y desdeñar lo adventicio.

Singularidades (Ética y poética de la literatura española actual), de Vicente Luis Mora (Córdoba, 1970), se sitúa a horcajadas entre géneros: poética, pero también crítica literaria; historia de la literatura, pero también embate contra la cáscara socioliteraria; impugnación de vicios, pero también propuesta de modelos. Tras constatar ciertos "males de la patria" neonoventayochistas (inexistencia de romanticismo y de verdadera modernidad, charca franquista), Mora erige no tanto un sistema de razón cuanto una suma heterogénea de valoraciones, acompañadas de fragmentos de lecturas (más que sustentadas en ellos), y ahiladas por una diatriba contra la ignorancia de escritores, la chatura estética de antólogos y críticos, el conformismo de los lectores, la alergia a la filosofía, el analfabetismo científico. La taxatividad apodíctica, aplicada con igual desembarazo a la historia de la metafísica occidental o a la transición política española, debe más a la candidez adánica que a la jactancia de quien afirmaba aquello de "el mundo me viene estrecho / para ponerlo a mis pies". A menudo apela el autor a la indiscutibilidad de sus aserciones; un ejemplo: hasta el XIX, los escritores españoles "valiosos sin discusión" son exactamente diez. Su irreverencia iconoclasta contrasta con el culto de dulía a autores predecibles, muy menores o, cuando menos, cuestionables. El libro contiene muchos juicios que pueden suscribirse, pero su respiración prescriptiva y la indiscriminación de sus fuentes de autoridad delatan a un autor culto más ocupado en ordenar, jerarquizar, canonizar y condenar que en explicar, comprensiva y compasivamente, los hechos literarios.

Imán y desafío. Presencia del romanticismo inglés en la poesía española contemporánea. Jordi Doce. Península. Barcelona, 2005. 320 páginas. 21 euros. Poesía sin estatua (Ser y no ser en poética). Álvaro García. Pre-Textos. Valencia, 2005. 208 páginas. 15 euros. Una poética del límite. Eduardo García. Pre-Textos. Valencia, 2005. 284 páginas. 18 euros. Singularidades. Ética y poética de la literatura española actual. Vicente Luis Mora. Prólogo de Manuel Rico. Bartleby. Madrid, 2006. 264 páginas. 12 euros. De camino al silencio. Serafín Portillo. Junta de Extremadura. Mérida, 2005. 84 páginas. 7 euros. El idilio americano. Ensayos sobre la estética de lo sublime. Alberto Santamaría. Ediciones Universidad de Salamanca. Salamanca, 2005. 322 páginas. 18 euros.

SILJA GÖTZ

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