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Reportaje:Violencia en Irak

El rostro más sanguinario de la insurgencia

A Musab al Zarqaui se le atribuyen atentados con decenas de muertos, asesinatos de políticos y decapitaciones de rehenes

Ramón Lobo

Abu Musab al Zarqaui, nacido en octubre de 1966 en la aldea jordana de Zarqa y cuyo nombre real era Ahmad Fadil Nasal al Jalayla, se había convertido en el rostro de la insurgencia, el más sanguinario. Condenado a muerte en absentia cuatro veces por los tribunales de su país, era el hombre al que se le adjudicaron la mayoría de los atentados en Irak: asesinatos de líderes políticos, coches bomba con decenas de muertos y decapitaciones de rehenes occidentales, filmadas por sus hombres y cuyos vídeos eran colgados en sitios islamistas de Internet y enviados a la televisión catarí Al Yazira.

Cuando en julio de 2003 las tropas estadounidenses mataron en Mosul a Uday y Qusay, los hijos de Sadam Husein a los que se atribuía el mando de la incipiente insurgencia, la Casa Blanca se apresuró a anunciar la victoria sobre el terror. Lo mismo sucedió en diciembre de ese año tras capturar al ex dictador escondido en un zulo en Tikrit. La experiencia demostró que esas muertes y la detención de Husein apenas tuvieron repercusión en la lucha armada, que se hizo más fuerte.

Es posible que tenga más impacto la desaparición del mito popular que la del combatiente
Son bastantes los analistas que consideran que se ha exagerado su peso dentro de la insurgencia
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Un Judas en Al Qaeda

Abu Musab al Zarqaui se presentó en Irak en agosto de 2003, con el atentado contra la embajada jordana en Bagdad, como el jefe de Tawhid y Jihad (Monoteísmo y Guerra Santa), organización que en 2004 anunció su fusión con la red de Osama bin Laden, cambiando su nombre por el de Al Qaeda en Mesopotamia. Los servicios secretos extranjeros apenas tenían información sobre él, dejando espacio a la propaganda occidental, por un lado, y a la mitificación popular, por otro.

Hasta que se divulgó hace unos meses un vídeo de Al Zarqaui vestido de negro disparando una ametralladora que se le llegó a encasquillar en algún lugar del desierto, sólo existía una mala copia de fotografía de carné con un pañuelo en la cabeza. Son bastantes los analistas estadounidenses e iraquíes que consideran que su peso en la insurgencia en Irak ha sido exagerado.

El Gobierno estadounidense le otorgó el estatus de terrorista extranjero tras el atentado del 20 de agosto de 2003 contra el Hotel Canal, la sede de la ONU en Bagdad, en el que perdieron la vida 22 personas, entre ellas el enviado de Kofi Annan, el brasileño Sergio Vieira de Mello, y el capitán de corbeta español Manuel Martín-Oar. Hace un año, Washington elevó a Al Zarqaui de categoría al ofrecer por su captura 25 millones de dólares, (19,7 millones de euros), la misma que aún oferta por Bin Laden o la que se pagó por la información que condujo hasta Husein.

Para su madre, fallecida en febrero de 2004, Abu Musab era un hijo "tierno y sentimental", nada que ver con la imagen que de él se tenía en Occidente. Los que le conocieron en su juventud le recuerdan como un hombre no demasiado inteligente, de enfado rápido, que alternaba la venta de vídeos y música con el gansterismo. Algo le sucedió en el servicio militar entre 1984 y 1986 que le empujó al extremismo religioso y a una primera condena en Jordania por un delito violento. En 1989 viajó a Afganistán para luchar contra una invasión soviética que había terminado y se unió a los muyaidines que guerreaban por el poder en Kabul. Con un renovado entrenamiento y fanatizado por los salafistas, Al Zarqaui regresó a su país en 1992 dispuesto a derrocar a una monarquía que tildaba de corrupta. Su primer grupo terrorista, Bayt al Imam, fue aplastado sin dificultad por las fuerzas de seguridad jordanas. Condenado a 15 años por conspirar contra el rey Husein, fue liberado siete años después, en 1999, por Abdalá II dentro de una amnistía general para conmemorar su ascenso al trono.

Con una personalidad más definida y exaltada, viaja de nuevo, vía Pakistán, al país de los talibanes donde se une a la red de Bin Laden. Méritos debió de acumular en el meritaje terrorista porque poco después de su segunda llegada a Afganistán logra tener su propio campamento de entrenamiento en Herat. El posterior derrocamiento del régimen afgano le lleva a Irán. En abril de 2002 cruza a las montañas del Kurdistán iraquí donde encuentra refugio en las bases de Ansar al Suna, un grupúsculo salafista formado por veteranos afganos como él.

El nombre de Al Zarqaui saltó a la opinión pública internacional en febrero de 2003, cuando Colin Powell, secretario de Estado norteamericano, le mencionó en su intervención ante el Consejo de Seguridad en el que presentó unas supuestas pruebas para justificar la guerra. Powell dijo que la presencia en Bagdad de Al Zarqaui (implicado un año antes en el asesinato en Ammán del diplomático de EE UU Laurence Foley) demostraba que Sadam Husein apoyaba al terrorismo.

Los expertos discrepan sobre la importancia de la muerte del yihadista jordano. Es posible que tenga más impacto la desaparición del mito que la del combatiente. Sorprende sin embargo la coincidencia de varios factores. El nuevo primer ministro de Irak, Nuri al Maliki, ordenó esta semana la liberación de 2.500 presos (ya han salido 600), logró ayer el acuerdo con suníes y kurdos para cerrar los nombramientos en tres carteras clave de su Gabinete -Interior, Defensa y Seguridad- y, según la prensa local, se dispone a anunciar un plan de reconciliación, que podría incluir la amnistía para varios jefes guerrilleros. El objetivo de estos movimientos es separar la insurgencia nacional de la extranjera. El tiempo dirá si la información que llevó hasta Al Zarqaui ha sido un golpe de suerte o el producto de un pacto con los árabes suníes.

Abu Musab al Zarqaui, en una fotografía obtenida de un vídeo divulgado por su grupo a través de Internet en abril de 2006.
Abu Musab al Zarqaui, en una fotografía obtenida de un vídeo divulgado por su grupo a través de Internet en abril de 2006.REUTERS

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