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Entrevista:RAINA KABAIVANSKA | Soprano

"Mi secreto para sobrevivir en la ópera es reírme de mí misma"

Jesús Ruiz Mantilla

No está acostumbrada a santiguarse, ni se considera religiosa, pero Raina Kabaivanska -"este nombre mío no me ha ayudado nada en mi carrera", dice- debuta hoy en un complicado papel de madre superiora en el Teatro Real, a sus 71 años, en Diálogos de carmelitas, la oscura y tremenda ópera de Poulenc. "Ése debería ser el titular, que con 71 años debuto, si la memoria y la arteriosclerosis me lo permiten", dice la cantante búlgara, una de las favoritas del público español, que se ha despedido del fotógrafo diciéndole: "Ten piedad".

Lleva razón en remarcar lo del debut, más cuando la última vez que actuó en Madrid, en 2004, fue para hacer lo contrario, para despedirse de uno de los papeles que más gloria le han dado y que es Tosca, la heroína de Puccini a la que esta mujer apasionada, seductora, elegantísima ha dado vida más de 400 veces. Entonces, el teatro sufrió una inolvidable sacudida de emoción; ahora, Kabaivanska regresa para provocar otro.

"Este nombre mío no me ha ayudado nada en mi carrera. Yo debía haberme llamado Ivanova, pero a mi padre no le gustaba y lo complicó"
"Nunca me había pasado lo que me ocurre con Madame de Croissy, de 'Diálogo de carmelitas'. Me estremece, no me puedo controlar en escena"

Pregunta. ¿Qué pasó el otro día en el Teatro Real que creo que hizo llorar usted a todo el equipo con un discurso improvisado?

Respuesta. Soy muy espontánea, natural, lo que me pasa por la cabeza lo suelto. Dije algo sobre la identidad europea y cómo debemos defender los legados de nuestras religiones como parte de ella. Pero no hablemos de cosas filosóficas, soy cantante. Yo crecí en un país comunista y no sé santiguarme, ahora cada vez que lo hago en los ensayos con esta madre superiora, tengo que concentrarme porque los ortodoxos cruzan la mano de derecha a izquierda y los católicos al contrario, ¿o es al revés? En Tosca también me pasaba.

P. ¿En Tosca? ¿Después de todas las que ha hecho usted?

R. Muchas, 400 o más, como Madama Butterfly, lo mismo. Todas acaban suicidándose o haciéndose el haraquiri, pero nunca me había pasado lo que me ocurre con Madame de Croissy, esta mujer de Diálogo de carmelitas. Me estremece, no me puedo controlar en escena, la pobre. Se pasa 40 años rezando, entregada a Dios, y en el último momento, cuando va a morir, pierde la fe y se rebela contra todo eso. Es terrible.

P. ¿Le da miedo que le ocurra a usted?

R. No se puede decir que yo sea religiosa. Creo en valores firmes, en la justicia, la busco siempre. También en el hombre y en el arte. No es que piense que el arte puede cambiar el mundo, pero sí mejorar al hombre, hacerle más espiritual, más sensible, más bueno.

P. Y usted ha contribuido a eso, ¿pero no se cansa?

R. Trabajo mucho. Enseño en Italia y tengo mi fundación en Bulgaria para ayudar a jóvenes artistas. Canto menos en público, naturalmente, pero enseñar es necesario, transmitir mi experiencia a las nuevas generaciones. He tenido mucha suerte, una vida maravillosa. Los jóvenes lo reciben bien.

P. ¿Son mejores o peores que los de su generación?

R. Son más honestos, más libres, menos hipócritas. Para mi generación, la libertad fue una conquista, para ellos, algo natural. Son distintos. Pienso en mi hija, es muy seria, arqueóloga, no una cantante loca, como su madre.

P. Pero sigue enganchada al escenario. De retirada ni hablamos.

R. No, hasta que aguante la garganta. He cambiado el repertorio. Ya pasaron Bellini, Donizetti, Verdi, Puccini, los franceses... Los he hecho todos, pero ahora le toca a Poulenc, del que también hago La voz humana; a Britten, a Janacek, a Kurt Weill... A los alemanes no los he abordado. Tenía ganas de hacer un Richard Strauss, que me encanta y han adaptado una versión de Capriccio al italiano para que pueda cantarlo.

P. Se nota que la quieren. El caso es que en los teatros de Madrid la reciben siempre con los brazos abiertos y tan contentos.

R. Bueno, eso depende, hay un público que le gusta lo que haces y otros no tanto.

P. No sólo el público, la gente de la ópera, los del mundillo están encantados con usted y eso no es tan normal.

R. ¡Qué raro! Debe ser porque no se me conocen amantes o porque jamás he cancelado una actuación...

P. Algo más habrá. Un divismo sano.

R. ¿Divismo? No creo en el divismo, en esa cosa tan superficial que te hace empezar a dar gritos en el camerino o pedir que te cambien el reparto...

P. No, ése no, el otro. El que va por dentro.

P. Otra cosa es la autocrítica, la autoexigencia, eso se ve en el escenario.

P. Algún otro secreto para durar tanto.

R. Sí, la autoironía, saber reírme de mí misma, no soy de esas que van siempre con el yo, yo, delante. Más con este nombre, Kabaivanska. Es imposible, no me ha ayudado nada en mi carrera. Fue cosa de mi padre. Yo debía haberme llamado Ivanova, pero a él, que era médico y también artista, escritor, no le gustaba su apellido, Ivanov, y me lo complicó. Además, no es búlgaro. Es turco. Kaba, en turco, significa suave, así que he quedado como la suave, la dulce hija de Iván.

Raina Kabaivanska, ayer en el Teatro Real.
Raina Kabaivanska, ayer en el Teatro Real.LUIS MAGÁN

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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