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Caceroladas contra la heroína

Vecinos de Lavapiés protestan por el trasiego de drogas de una casa ocupada propiedad del Ayuntamiento

Luis Doncel

"Anaaa, ¡bájame lo mío!". Nati lleva oyendo gritos como éste durante el último medio año. Ella y la mayor parte de los vecinos de la madrileña calle de San Cayetano, en Lavapiés, a tiro de piedra de la plaza Mayor. Los nuevos inquilinos que llegaron el pasado noviembre al número 2 de esta céntrica calle han atraído a una marea de personas que, desde primera hora del día hasta la madrugada, buscan una dosis de droga. Desde el pasado martes, los vecinos salen todas las noches con cacerolas, sartenes y cualquier utensilio con el que hacer ruido para exigir a los okupas que abandonen la casa en ruinas, expropiada hace meses por el Ayuntamiento.

En este tiempo, los vecinos se han acostumbrado a convivir con peleas entre drogadictos, tirones de bolso, gritos a cualquier hora de la noche y una imagen constante: un desfile de rostros escuálidos y demacrados que piden a los okupas su dosis diaria. "Un día vi a cinco personas fumándose un chino [cigarrillo de heroína] en el patio de mi casa", cuenta Nati.

Más de sesenta vecinos bajaron ayer a la acera de enfrente de la casa akupa para mostrar su hartazgo. Y, desde que comenzaron su protesta, al hartazgo se ha unido el miedo: "El primer día de la cacerolada uno de ellos me dijo que tuviera mucho cuidado, que me iban a matar". Muchos de los que viven en San Cayetano, en plena zona del rastro, regentan tiendas, sobre todo de marcos de cuadros, y temen represalias en sus negocios.

La mujer que lleva 15 años adornando con guirnaldas esta calle durante las fiestas de agosto ha amenazado con no hacerlo este año. "Mis hijos y nietos sirven limonada en las barras y estos desgraciados podrían hacerles algo", dice. Una amiga se lamenta por que "la calle con las fiestas más emblemáticas de Madrid" se vea en esta situación. Raquel, de 21 años, explica mientras toca un tambor que en su piso de la calle Embajadores, a escasos metros de donde se manifiesta, también sufre la presencia de inquilinos indeseados: "No se qué hacen, pero los yonquis se pasan todo el rato yendo de esta casa a la mía". A medida que van pasando los minutos, los gritos de "¡fuera, fuera!" van caldeando el ambiente. "¡Les vamos a prender fuego!", grita uno.

A pesar de los guardias de seguridad pagados por el Ayuntamiento que lo custodian, el portal -o, mejor dicho, el hueco en el que un día hubo un portal- del 2 de San Cayetano se ha convertido en un coladero de drogadictos. "Lo más extraño es la actitud de los guardias, que dejan pasar a unos yonquis y a otros no", cuenta una vecina que no quiere dar su nombre. Una señora que lleva toda su vida en el barrio se apunta a la teoría de su compañera: "Los de ahora son muy majos, pero los guardias que estaban antes parecían más amigos que enemigos de los camellos".

Según el concejal de Centro, Luis Asúa, lo único que puede hacer el Ayuntamiento es estudiar la declaración de ruina del inmueble y pedir a un juez que eche a sus habitantes. Un portavoz municipal puntualiza que todavía no han expropiado toda la manzana, por lo que no pueden actuar. El proceso, en cualquier caso, durará meses. Y los vecinos no quieren esperar tanto.

Lo que sí ha decidido el Consistorio es encargar la limpieza del edificio. Quien da unos pasos dentro del inmueble confirma lo apropiado de esta iniciativa: a medida que se suben las escaleras se intensifica el hedor que desprenden las habitaciones. Un vistazo al patio desde una estancia que como única decoración tiene dos sillones desvencijados no mejora el panorama: el solar está atiborrado de botellas de plástico y otros desperdicios que los okupas arrojan desde la ventana. La comisaría del distrito, que ve el 2 de San Cayetano como un "punto negro", asegura tener una vigilancia "constante". Las detenciones más habituales se producen por tráfico de estupefacientes, estancia irregular o receptación (posesión de objetos de procedencia ilícita).

De la treintena de okupas que llegaron el año pasado -en su mayoría subsaharianos y magrebíes- ahora sólo quedan seis, dos de ellos españoles. Ana, David y Víctor son nombres que los vecinos ya se han aprendido después de muchas noches en las que los toxicómanos les piden sus dosis a gritos. David tiene 26 años y llega a su casa justo cuando se marchan los que llevan media hora protestando. Con su gorra calada y con una dentadura en la que se adivina algún hueco, se ríe cuando le preguntan por la cacerolada: "Que hagan lo que quieran; yo ahora podría denunciarlos por alteración del orden público".

David dice que la gente "se cree que esto es las Barranquillas, y no es verdad". "¿Quieres saber si yo consumo? Sí, consumo; pero nada más. Quédate cuatro horas y verás que no viene nadie por aquí", reta el joven. "Bueno, si se pasa a los dos de la madrugada, seguramente sí verá a alguien", responde riéndose uno de los guardias.

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Sobre la firma

Luis Doncel
Es jefe de sección de Internacional. Antes fue jefe de sección de Economía y corresponsal en Berlín y Bruselas. Desde 2007 ha cubierto la crisis inmobiliaria y del euro, el rescate a España y los efectos en Alemania de la crisis migratoria de 2015, además de eventos internacionales como tres elecciones alemanas o reuniones del FMI y el BCE.

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