_
_
_
_
Reportaje:Fútbol | Ante el Mundial

Entre la panacea y el miedo

Alemania ve su torneo como un impulso psicológico en todos los órdenes, pero teme la violencia y el terrorismo

Alemania vive las vísperas de la Copa del Mundo en medio de una orgía que parece movilizar a toda la sociedad. El fútbol lo ha invadido todo y deja su impronta en los lugares más inauditos. Llega el evento en un raro momento de optimismo: una situación política tranquila con el Gobierno de gran coalición entre democristianos (CDU/CSU) y socialdemócratas (SPD) y la locomotora de la economía europea que parece ponerse de nuevo en marcha con expectativas de crecimiento, fuerte descenso del paro y aumento de las ansias de consumo.

El Mundial ha servido también para que toda clase de grupos sociales y políticos intenten sacar tajada y arrimar el ascua a su sardina: desde organizaciones feministas, que se inventan 40.000 prostitutas forzadas en una campaña contra la explotación sexual de la mujer, hasta neonazis que tratan de aprovechar una posible presencia del presidente de Irán y negador del Holocausto, Mahmud Ahmadineyad, para su propaganda.

Los expertos no se ponen de acuerdo sobre la bonanza económica que deparará el evento
El afán de la buena letra hace que políticos y prensa comulguen con ruedas de molino

Pero Alemania no sería Alemania si este ambiente de euforia mundialista, como panacea de todos los males, no estuviese acompañado de miedos latentes. Existe el temor a los incidentes con los hooligans, a un posible atentado del terrorismo islamista, a agresiones de ultraderechistas, xenófobos y neonazis contra visitantes de otra raza, cuando el lema es El mundo entre amigos, e incluso la posibilidad de que un loco, como días atrás en Berlín con motivo de la inauguración de la nueva estación central de ferrocarriles, se líe a puñaladas y deje dos docenas de heridos.

No obstante, por encima de todo, predomina la identificación con la selección nacional y el deseo de que su triunfo permita, como declaró su técnico, Jürgen Klinsmann, "mostrar lo que en realidad somos": "Tenemos la posibilidad de definir de nuevo Alemania: una marca y una impronta".

Desde sus balcones de la Cancillería Federal, la jefa de Gobierno, la democristiana Ángela Merkel, de 51 años, nacida dos semanas después del milagro de Berna, cuando en 1954 la Alemania casi recién salida de la guerra y del nazismo ganó su primer Mundial, puede contemplar a su izquierda un monumento gigante: dos botas de fútbol de 12 metros de largo, 4,5 de ancho, 5 de altura y 20 toneladas de peso. Al frente, la torre de televisión de la Alexanderplatz, en el centro de Berlín Este, con un enorme balón en la cúpula. Hacia abajo, la pradera ante el edificio del Reichstag reconvertida en un miniestadio para que los hinchas puedan seguir los partidos en pantallas gigantes.

Su antecesor, el socialdemócrata Gerhard Schröder, de 62 años, un futbolero que lloró al ver precisamente la película El milagro de Berna, se las había prometido felice. Sus cálculos fallaron. Pensaba llegar al Mundial al frente del Gobierno, que la selección venciera y, al rebufo de su triunfo, ganar otra vez las elecciones. Cuentas de la lechera. Schröder y su coalición con Los Verdes no resistieron. Las elecciones anticipadas llevaron al poder a Merkel, que podría capitalizar una victoria futbolística.

De momento, la economía, postrada el último medio decenio, parece funcionar. Se espera para fin de año que el crecimiento del producto interior bruto (PIB) supere las previsiones. Empieza a palparse la posibilidad de que Alemania, tras años de rebasarlo, cumpla con el límite del déficit público del 3% del PIB que exige la Unión Europea a los países del euro; en mayo el paro descendió de forma vertiginosa: 255.000 desempleados menos que en abril, una caída del 0,7% hasta un 10,8%; ya es también el país más exportador... Se añade que los índices sobre el consumo registran que los alemanes están más predispuestos a gastar, un tirón sobre la demanda interna. La pata de la que se cojeaba.

No se ponen de acuerdo, sin embargo, los expertos en hasta qué punto esta bonanza económica se deriva del Mundial. Algunos políticos lanzaron las campanas al vuelo. El socialdemócrata Otto Schily, ex ministro del Interior, cifraba en cinco millones las pernoctas de turistas y en 3.000 millones de euros los ingresos del sector más 5.500 por las inversiones relacionadas con el torneo. Pero el Instituto de Investigación Económica de Berlín (DIW) concluyó que el Mundial "es un acontecimiento cultural y deportivo importante, pero sin especial repercusión para le economía en su conjunto". Espera un crecimiento en ramos específicos, como las ventas de productos deportivos y electrónica, pero "no del consumo privado". En cambio, analistas bancarios estiman que puede suponer un incremento del PIB de hasta un 0,25%. La Cámara de Industria y Comercio incluso lo eleva hasta un 0,33%.

Sí coinciden casi todos en el efecto propagandístico para una Alemania amable que recibe a todos como amigos y para ofrecer una pulida representación del made in Germany, cuyo prestigio ha sufrido últimamente. Campañas publicitarias con eslóganes como Tú eres Alemania o Alemania, país de las ideas bombardean los cerebros. El presidente del comité organizador, la multinacional publicitaria ambulante que responde al nombre de Franz Beckenbauer, lo resume: "Una oportunidad así no la recibirá nuestro país nunca más. Sería naturalmente muy bonito que el Mundial trajese también un giro en la economía".

El afán de la buena letra hace que los políticos y los medios de comunicación comulguen con ruedas de molino y acepten que desde fuera les acusen hasta de fomentar la prostitución obligada con la importación de 40.000 meretrices. En vez de enfrentarse a la estupidez de semejante campaña, las autoridades responden según la mejor corrección política: "Tomamos en serio estas advertencias. La policía se esforzará por controlar la prostitución forzada". Bajo cuerda, policías de la Oficina Federal Criminal (BKA) reconocen: "Lo de las 40.000 prostitutas forzosas es una estupidez, pero no me cite". Los promotores de la campaña parecen olvidar que cualquier rufián de tan siniestro negocio sabe sumar y restar y conoce las leyes de la economía del mercado. En Alemania la prostitución es legal y hay 400.000 meretrices que pagan impuestos sobre la renta y cotizan a la Seguridad Social. Un dirigente sindical suyo declaró que se bastan y sobran para satisfacer la demanda mundialista. Un simple cálculo muestra la falsedad de las 40.000 forzadas. Se espera un millón de visitantes. Así que, aunque todos requiriesen estos servicios, bastaría con las 400.000 ejercientes. Una dirigente de la campaña confesó: "De lo que se trata es de aprovechar el Mundial como se hizo en 1978 contra la dictadura argentina. Una sola mujer obligada a prostituirse ya sería demasiado".

El mostrar la cara amable de Alemania podría frustrarse por las actividades de grupúsculos o individuos neonazis y xenófobos. Se han registrado agresiones a negros en Berlín y en el Estado de Brandenburgo. Atizó la polémica el periodista Uwe-Karsten Heye, ex portavoz de Schröder, al afirmar que los negros corrían riesgo de no salir vivos de Brandeburgo. La indignación y el temor recorrió el país e introdujo en el lenguaje cotidiano la expresión inglesa No go areas para describir las zonas peligrosas para las personas de otra raza.

La posible asistencia del presidente iraní Ahmadineyad, que une a sus afanes por conseguir la bomba atómica la de ser un notorio hincha, trajo de cabeza a las autoridades. ¿Cómo tratar a un personaje al que, Código Penal en mano, habría que encarcelar nada más pisar territorio alemán por negar el Holocausto? Hay precedentes y podría recurrirse al casuismo. En su día, el Gobierno barrió debajo de la alfombra roja, puesta en Bonn a los pies de Erich Honnecker, el dictador de la otra Alemania, los crímenes de su policía en el Muro de Berlín. A Ahmadineyad, que parece que al final no vendrá, no se le pondría la alfombra roja, pero habría que hacer la vista gorda.

El presidente iraní, por su antisemitismo radical, se ha convertido en un icono para los neonazis, que consideran la posibilidad de organizar manifestaciones a su favor. También del otro lado, los demócratas opuestos al antisemitismo tratan de sacar partido. El ex vicepresidente de la Comunidad Judía Michel Friedmann, que tuvo que dimitir por consumo de cocaína y de prostitutas, tal vez forzadas, ha propuesto una manifestación contra Ahmadineyad, "el mayor antisemita viviente".

Además de estos temas, quita el sueño a los organizadores la posibilidad de enfrentamientos violentos entre hooligans. Preocupan en especial los polacos, holandeses e ingleses. Interior planea para los locales fichados un trato exquisito: obligarlos a presentarse en comisaría a la hora de los partidos. Esto no impide que, como ocurrió en el pasado, gamberros de uno y otro lado del Oder se citen en un bosque de Brandeburgo para zurrarse.

Todo ello sería insignificante ante la posibilidad de un atentado terrorista en gran escala. Las autoridades toman todas las precauciones, pero la seguridad absoluta no existe. Ahí está el ejemplo del muchacho de 16 años que apuñaló a dos docenas de pacíficos ciudadanos en Berlín para dejar en mal lugar un acontecimiento del que Alemania espera salir con un triunfo que haga surgir un espíritu de Berlín como el de Berna, cuando el país levantó la cabeza de entre las ruinas. Ahora, la victoria sería un impulso importante para consolidar el inicio de la recuperación económica y psicológica.

Un gran balón es la imagen de la Copa del Mundo junto a la Puerta de Brandenburgo, en Berlín.
Un gran balón es la imagen de la Copa del Mundo junto a la Puerta de Brandenburgo, en Berlín.EFE

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_