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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Apuntalar Afganistán

En poco más de dos semanas han muerto violentamente en Afganistán casi 400 personas, una cifra no muy lejana de la sufrida por Irak en parecido periodo de tiempo. Tampoco los procedimientos difieren demasiado. La última escaramuza grave -una docena de víctimas y más de un centenar de heridos- ocurrió a comienzos de semana en Kabul, después de que un camión militar estadounidense averiado arrollase a varios automóviles y matase a cinco afganos. Días antes, una operación de la aviación de EE UU en el sur del país mató a una treintena de inocentes.

La explosión de ira que ha convertido Kabul en un reciente escenario de guerrilla, incluidos asaltos y saqueos a sedes de organizaciones humanitarias, no se explica sólo por un grave accidente de tráfico. Refleja un creciente y peligroso sentido de frustración con los resultados de la ya dilatada presencia armada estadounidense, con un gobierno, el del presidente Karzai, nepotista y de dudosa eficacia, y hasta con una ayuda internacional mediatizada por los donantes y a cuyos representantes muchos afganos consideran privilegiados marcianos en un país cuya capital tiene luz eléctrica ocasionalmente y donde el agua potable es un lujo.

Afganistán no ha dejado de ser un país en guerra. El poder talibán, nunca extinguido, rebrota alarmantemente más de cuatro años después, y sería ingenuo creer en la espontaneidad inocente de los acontecimientos en escenario tan degradado. Pero el incremento de la lucha armada, la repetición y la gravedad de los desencuentros entre la población y el Ejército estadounidense -liberador, pero también invasor- y el clima de imparable rechazo que aquéllos provocan son factores todos ellos que sirven inmejorablemente los objetivos de los fanáticos islamistas. Como cualquier otra guerrilla, los talibanes intentan extender la percepción de que los dirigentes afganos y las fuerzas extranjeras que los apoyan son incapaces de proteger a la gente y garantizar su seguridad. De ahí a que se evapore la autoridad y la credibilidad de Karzai y de EE UU hay un paso.

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La gravedad de la situación exige a Bush y sus aliados replantear métodos y estrategias para seguir conservando el amenazado control del crucial país centroasiático, vecino de Irán en el arco explosivo que abarca desde Irak hasta Pakistán. Afganistán necesita un mayor esfuerzo en seguridad y reconstrucción por parte de las potencias occidentales, es decir más tropas y más dinero. De ahí que sea una mala noticia, en este sentido, el anuncio estadounidense de que retirará 4.000 de sus soldados tan pronto como la OTAN haya completado su despliegue hasta llegar a 15.000 de los suyos en los próximos dos meses.

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