Lord Byron
No es que el famoso escritor tuviera hechuras de torero, pero este Juan José Padilla, gaditano de Jerez, tiene pintas de dandi inglés enfundado en un vestido de luces a semejanza de los legendarios Lagartijo y Frascuelo. Malva era el color del traje, grandota la montera como la de los lidiadores del XIX, en lugar de un fino corbatín un ostentoso pañuelo negro que sobresalía en la pechera, y esas patillas largas terminadas en punta a mitad de la mejilla le dan ese aire de romántico inglés o de bandolero de leyenda o de torero antiguo.
Este Lord Byron gaditano no parece un romántico, sin duda, pero sí un torero hecho en las corridas más duras, todo arrojo y pundonor. Ayer no dejó indiferente a nadie: mientras unos pocos lo abucheaban, otros lo aplaudieron con ardor. Ayer fue una tarde más, que no una oportunidad de triunfo, con toros muy deslucidos y con unos tendidos en contra que lo trataron injustamente durante el tercio de banderillas al cuarto. Ése era un supuesto inválido que acudió veloz y alegre al cite del torero, pero así son algunos sectores de esta plaza que un día se arrogaron el título de entendidos y se cargan una corrida cuando les viene en gana, si bien aceptan tarde tras tarde que les den gato por liebre. Ese cuarto era blando, sólo recibió un par de picotazos en el caballo y el presidente se negó a devolverlo. Parte de la plaza se enfadó en demasía y despreció la labor del torero, que banderilleó con soltura y toreó con vergüenza y técnica entre el desaire de quienes estaban dispuestos a amargarle la tarde. Padilla provocó a los discrepantes al saludar al público y aquéllos le increparon con dureza durante el resto del festejo. Así, el torero se convirtió en protagonista por la cerrazón de quienes se consideran dueños en exclusiva del veredicto de esta plaza. Lo único que le faltó al gaditano fue cortarle las orejas a ese toro para completar su provocación. Se conformó, no obstante, con matar muy bien a su primero después de robarle algún natural estimable.
Martín / Padilla, Ferrera y López Chaves
Toros de Adolfo Martín, bien presentados, mansos, descastados, deslucidos y peligrosos. Varios de ellos se escobillaron los pitones al contacto con el peto. Juan José Padilla: casi entera (palmas); estocada, un descabello -aviso- y un descabello (fuerte división de opiniones). Antonio Ferrera: tres pinchazos y estocada caída (silencio); media ladeada -aviso- y dos descabellos (vuelta). Domingo López Chaves: bajonazo perpendicular (ovación); tres pinchazos -aviso-, dos pinchazos y media estocada (silencio). Se guardó un minuto de silencio en memoria de Rocío Jurado. Asistió la duquesa de Lugo desde una barrera. Plaza de Toros de La Ventas, 1 de junio. 23ª corrida de feria. Lleno.
Un quiebro de espaldas ante de colocar un gran par de banderillas, en el centro del ruedo, y otro quiebro de frente, pegado a tablas, perfecto de ejecución y pleno de emoción a cargo de Antonio Ferrera provocaron el delirio y devolvieron momentáneamente la paz a la plaza. Fue lo más sobresaliente de este torero, que se enfrentó con dos ejemplares muy dificultosos, de embestida descompuesta y que desarrollaron un enorme peligro. Muy valiente, Ferrera no les perdió nunca la cara; no hubo toreo templado, especialmente en el quinto, porque era imposible, pero sí se vivió la emoción de una pelea sin cuartel entre un toro fiero y un torero heroico.
López Chaves se jugó la vida en sus dos toros, sobre todo en el último, que embestía a oleadas. No se amilanó el torero y se quedó tan quieto como en su primero, el único que embistió con cierta nobleza. López Chaves lo sometió y le robó naturales extraordinarios a base de meterse entre los pitones con desprecio absoluto a su integridad física.
Los entendidos despidieron con abucheos al Lord Byron gaditano que les devolvió sonrisas y besos al aire. Un personaje.
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