_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Historia de náufragos

En febrero de 2003, el pesquero gallego Naboeiro navegaba a 120 millas al sur de Gran Canaria. El patrón divisó un "bulto extraño". Fue una causalidad. El día estaba flojo y habían decidido ir a faenar a una zona que no era la habitual. Enfocó con los prismáticos y vio una patera con varias personas que parecían casi muertas. El patrón avisó a la radio costera, que notificó el hallazgo a Salvamento Marítimo. Se trataba de un grupo de 18 inmigrantes que llevaban 14 días a la deriva, según el relato de un superviviente. Hacía una semana que ya no tenían agua ni nada que comer. El equipo de rescate salvó a los seis inmigrantes que quedaban en la patera, los otros 12 habían sido echados al mar según iban muriendo. El primer guardia civil que bajó hasta la chalupa descubrió que los náufragos habían roído los bordes de la barca para chupar la madera e intentar calmar la sed. La doctora que descendió del helicóptero para atenderlos pensó que había llegado "a un túnel en penumbra". Los náufragos estaban tirados en el suelo, encogidos bajo las mantas o recostados contra la pared. No se sabía dónde terminaba el cuerpo de uno y empezaba el de otro. Sus miradas eran de terror, de desconfianza. Los que conseguían mirar, ya que otros no podían ni abrir los ojos.

Hace unos días, el descubrimiento fue al este de las Barbados, en el Caribe. Allí era localizado un yate a la deriva con los cadáveres de 11 inmigrantes africanos. Habían salido de Senegal, con la intención de alcanzar la costa de Brasil. Los cuerpos estaban momificados. Habían sufrido lo que se denomina saponificación. Se trata de un cambio físico de la grasa corporal que, por medio de la hidrólisis, se convierte en un compuesto ceroso similar al jabón. A medida que los cuerpos pierden líquido va desapareciendo la piel, suelta la grasa al exterior y ésta se fusiona con la ropa. En apenas una semana, las vísceras se descomponen hasta convertirse en una pasta, de ahí que cuando los cadáveres fueron descubiertos esta mezcla era lo único que cubría los cuerpos. El proceso de momificación había paralizado la putrefacción.

Ambas crónicas del horror forman parte de sendos reportajes publicados por este periódico con un intervalo de tres años. No es ficción. Tampoco un problema que se haya trasladado a Gran Canaria y que sustituye al que teníamos antes en el Estrecho. Es mentira que hayan desaparecido las pateras para reconvertirse ahora en cayucos. Ambas embarcaciones forman ya parte de la historia universal de la infamia, en el capítulo dedicado al mar y al lado de los antiguos barcos negreros. Los náufragos de ahora ya no tienen quien les escriba. No hay desaparecidos en el mar como Luis Alejandro Velasco, el protagonista del relato de Gabriel García Márquez que "fue proclamado héroe en su patria, besado por reinas de la belleza y hecho rico por la publicidad". La tragedia de la inmigración se consuma ahora sin testigos. Y sus historias, por reiteradas y cotidianas, apenas interesan. Salvo cuando la suma de cadáveres se hace insoportable. Los africanos se mueren de sed, hambre o guerra en sus respectivos países, y los que logran huir, fallecen como náufragos sin arribar al continente del tesoro. Los occidentales hemos alcanzado la niñez buscando en la playa el mensaje de un náufrago en una botella, pero llegamos a la madurez encontrando directamente el cadáver del náufrago en la arena. Hemos pasado del reino de fantasía al de la cruda realidad sin levantarnos de la hamaca de la playa.

Así es la historia real de los náufragos de hoy. Distinta por completo a la del náufrago de García Márquez. Los de ahora también van a la deriva, en una patera sin comida ni agua. Normalmente se mueren, pero a veces son rescatados. Nadie, sin embargo, les trata como héroes. Son ilegales, llevados a un centro de internamiento y aborrecidos por los gobiernos -el suyo, y el nuestro-. A veces llegan a ser culpados del incremento de la delincuencia del país al que llegan, y expulsados luego para siempre, tras ser condenados a cien años de soledad y a otros cien más de indiferencia.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_