El nuevo poder militar
Los ejércitos españoles ponen al día su estructura, sus medios y su doctrina para hacer frente al terrorismo internacional y a las nuevas amenazas gobales
Un grupo de cinco hombres al mando de un coronel de Infantería de Marina compone la Unidad de Transformación de las Fuerzas Armadas españolas. En un despacho de la sede del Estado Mayor de la Defensa, en Madrid, este reducido equipo elabora cada día planes y doctrina sobre el ejército que requiere España, sus misiones, sus necesidades, su papel en la sociedad hoy y los peligros de mañana. Esos cinco hombres son una especie de punta de lanza de una de las labores más complejas que se plantea hoy cualquier Estado moderno: la puesta al día de sus medios de protección y defensa.
Lejos de Madrid, más de seis mil kilómetros hacia el oeste, en la base militar de Norfolk (Virginia, Estados Unidos), trabaja otra unidad de propósitos y características similares, aunque con muchísimos más recursos y dotación, el Mando de Transformación de la OTAN, un laboratorio en el que se anticipan las guerras del futuro.
La transformación española se hace de forma coordinada con la OTAN aunque con muchos menos recursos
Para que la ayuda a los países pobres sea eficaz hay que crear antes condiciones de seguridad y democracia
La modernización del armamento está muy condicionada por los programas obsoletos ya comprometidos
El Ejército español había quedado como un queso de 'gruyère', grande pero lleno de agujeros
Los principales países del mundo han puesto en marcha en los últimos años ambiciosos planes de reforma en sus Fuerzas Armadas para hacerlas más eficaces ante los últimos desafíos contra nuestra seguridad. Nuevos ejércitos para un nuevo tipo de guerra. El Ejército de Estados Unidos, por supuesto, lleva la delantera en este terreno. El último presupuesto enviado por el presidente George W. Bush al Congreso incluía para el año 2007 un gasto militar récord de casi 440.000 millones de dólares (alrededor de un 5% de su producto interior bruto), de los que más de 150.000 millones están destinados a la compra de armamento moderno y a la investigación y desarrollo de nuevos sistemas de defensa y combate. Eso sin contar los 120.000 millones de dólares que se emplean en las guerras de Irak y Afganistán.
España está, desde luego, muy lejos de esas cifras. Con un presupuesto para Defensa inferior a los 7.500 millones de euros (menos de un 1% del PIB) -de los que 1.300 se emplean en la modernización del material- y un gasto militar total (sumando partidas de otros ministerios cuyo fin último es la defensa) de unos 15.000 millones de euros, es uno de los países del mundo desarrollado que menos presupuesto dedica a esos apartados. Pero también aquí ha dado comienzo una modernización de nuestras Fuerzas Armadas, con varias leyes que tratan de poner al día su estructura en cuanto a personal, organización y medios. Sobre este proyecto planean todavía muchas incertidumbres, comenzando por las dudas que todavía sobreviven en algunos sectores sobre la verdadera utilidad del ejército. Pero, de forma discreta, bajo un Gobierno de tono formalmente pacifista como el de José Luis Rodríguez Zapatero, se ha iniciado una nueva etapa en la historia del ejército en la que éste no necesariamente está condenado a tener una presencia social y un poder más reducidos, sino, tal vez, todo lo contrario. El resultado de este proceso puede ser el de unas Fuerzas Armadas más activas y más relevantes.
Desde el fin de la guerra fría, pero sobre todo tras la experiencia de la guerra de Irak, los estrategas militares entendieron que los peligros para la seguridad no solamente no habían desaparecido, sino que habían aumentado. Esos peligros habían adquirido formas nuevas, más confusas, más inquietantes. Probablemente desapareció para siempre la amenaza de un combate a campo abierto en Europa entre las divisiones rusas y norteamericanas. Casi todos los países desarrollados entendieron, sin embargo, que en el futuro se tendrían que enfrentar a enemigos más inciertos y que requerirían de ejércitos muy especializados, muy desarrollados y, en definitiva, muy importantes, con un gran peso en las decisiones sobre la política internacional.
"El mundo se ha transformado en una gran Europa del siglo XIX, con multitud de naciones en disputa entre ellas", afirma el analista militar Jorge Aispizúa, asesor del Gobierno en algunas de las reformas en marcha. "Hay menos conflictos abiertos, pero son potencialmente más peligrosos y van a obligar a continuas misiones de pacificación, que no son otra cosa que misiones de prevención, y que van a requerir la presencia de un tipo de militar político con gran influencia en el manejo de la política exterior, un militar administrativo, en el modelo de los viejos imperios coloniales, pero bajo los auspicios de las organizaciones internacionales".
El almirante José María Terán, jefe de Estado Mayor Conjunto y uno de los máximos responsables de las reformas en marcha, advierte de que "hoy, la situación internacional obliga a intervenir en conflictos que se desarrollan en países lejanos, de culturas, por lo general, muy diferentes a la nuestra y de economías subdesarrolladas, no para imponerles nuestro concepto del Estado democrático, pero sí a tratar de que tengan una visión más próxima a la nuestra. De lo contrario, los intentos de alcanzar un mayor grado de estabilidad tienen posibilidades de acabar fracasando. Se trata de combinar seguridad, mediante fuerzas militares, y desarrollo, mediante la ayuda adecuada".
Las guerras que se vislumbran son operaciones rápidas y constantes contra enemigos que golpean y desaparecen, que cambian de nombre y hasta de país; guerras que se confunden con terrorismo; guerras que exigen desplazamientos constantes. Guerras que los estrategas norteamericanos denominan "guerras híbridas", en las que se combinan todos los niveles de intensidad, todas las tácticas posibles y toda clase de coaliciones imaginables.
"Es la batalla de Argel a escala mundial", cree Aispizúa, que afirma que la actuación del ejército francés en Argelia y la célebre película de Gillo Pontecorvo sobre aquellos sucesos son actualmente objeto de estudio en los estados mayores de los principales ejércitos del mundo.
"El enemigo actual, lejos de dotarse de equipamiento sofisticado, tiene como mejores aliados la motivación, la movilidad y la sorpresa. La adaptación de nuestros ejércitos a esta nueva y compleja realidad no es fácil ni puede ser instantánea", advierte Alfonso Ramonet, consejero delegado de la empresa de armamento General Dynamics Santa Bárbara Sistemas.
España se prepara, no obstante, modesta y discretamente, para responder a esos serios retos. La política oficial de defensa del Gobierno no identifica actualmente ningún enemigo exterior del que podamos ser objeto de agresión. España tampoco tiene aspiraciones territoriales en ningún lugar del mundo que le obliguen a prepararse para un conflicto. Su única aspiración en materia militar es la de contribuir al mantenimiento de la paz allí donde pueda ser necesario.
La reorganización de nuestras Fuerzas Armadas ha de hacerse, pues, desde esos nuevos parámetros: no un ejército para defender nuestras fronteras, sino para anticiparse a los peligros potenciales y proteger nuestra seguridad en el exterior. Todo esto ha empezado ya con la aprobación del Plan de Transformación de las Fuerzas Armadas, de la Ley de Tropa y Marinería, en las próximas semanas la Ley de la Carrera Militar y, más adelante, las nuevas Ordenanzas Militares, que se suman a la Ley de Defensa para formar el marco legislativo del que tiene que nacer el futuro ejército español.
EL PAÍS ha hablado con varios expertos, dentro y fuera de las Fuerzas Armadas, para tratar de comprobar el verdadero alcance de esa legislación, su grado de aceptación y las dudas que despierta.
"Hoy, como país europeo", opina Julián García Vargas, ex ministro de Defensa y presidente de la Asociación Atlántica Española, "al afrontar la reforma de las Fuerzas Armadas hay varias preguntas que hacerse: ¿cuántos hombres necesitamos?, ¿de dónde van a salir?, ¿qué formación les vamos a dar?, ¿con qué medios les vamos a dotar?, ¿en qué misiones vamos a participar? Pero la principal pregunta es política: ¿qué papel queremos jugar en la escena europea e internacional?".
Las primeras preguntas parecen, hoy por hoy, las que encuentran respuesta más fácil. "España tiene bien planteada la modernización del personal de sus Fuerzas Armadas; ha aceptado que no se puede pasar de unos 80.000 hombres, lo cual es un tamaño razonable siempre que así se puedan constituir unidades militares de verdad, al completo", afirma Luis Solana, presidente del Observatorio Europeo de la Seguridad y la Defensa.
El ejército español, concebido para la guerra fría y sacudido después por el impacto del fin del servicio militar obligatorio, había quedado como un queso de gruyère, grande pero lleno de agujeros, con divisiones, brigadas y batallones funcionando con el 50% de su dotación. "En menos de 20 años", recuerda el diputado Rafael Estrella, portavoz socialista en la Comisión de Asuntos Exteriores, "hemos pasado de un ejército de más de 200.000 hombres a uno de 80.000. Ha sido una transición demasiado rápida a partir de los principios de los noventa, cuando José María Aznar dio el salto inmediato al ejército profesional en momentos en que el crecimiento demográfico de España era el más bajo del mundo".
Una de las reformas en marcha supone la eliminación de muchas de esas unidades, ahora desatendidas o abandonadas (incluidas las dos únicas divisiones, entre ellas la famosa División Acorazada Brunete), para conseguir una estructura más pequeña, pero también más ágil y mejor dotada.
Ejércitos pequeños y ágiles es una de las exigencias de las guerras modernas. Otra es la de un armamento adecuado. La Fuerza Aérea de Estados Unidos está ya desarrollando una nueva bomba de sólo 110 kilos de peso, la más pequeña de los últimos años, guiada por satélite y destinada a atacar objetivos muy precisos, del tamaño de una casa o menor, sin dañar nada a su alrededor. Es sólo un pequeño ejemplo de lo que viene. Las armas actuales están a punto de quedarse obsoletas, y, en este apartado, la modernización del ejército español es más difícil porque se mezclan intereses diversos.
El consejero delegado de General Dynamics certifica que "el ejército español está en una fase de profunda adecuación de sus equipos en lo que se refiere a su capacidad de utilización más allá de sus fronteras". Pero existen divergencias sobre cómo hacerlo.
"En lo que respecta a la modernización del armamento", explica Solana, "creo que se ha actuado de forma menos valiente: hay material que no está claro que haga falta, como los 300 carros de combate Leopard o los cañones de 155mm. No se vislumbra ningún conflicto en el que fuese necesario esa clase de armamento. Y ese problema se repite en todos los ejércitos. En la Marina, por ejemplo, ¿para qué sirven los cuatro submarinos con misiles Tomahawk?".
"Tras muchos programas de armamento", considera Ignacio Cosidó, senador del Partido Popular y experto en asuntos de defensa, "hay un enorme entramado de intereses económicos y políticos. Muchos programas de armamento están más condicionados por intereses industriales locales que por su necesidad estratégica".
La empresa Navantia, antigua división militar de los astilleros Izar, tuvo el año pasado unas pérdidas de 100 millones de euros. La compañía está impulsando actualmente la creación de un consorcio europeo que pudiera abaratar costes de producción en el futuro, pero por ahora la salvación de la empresa depende de los proyectos de las fragatas F-100 y F-130 y de los submarinos Scorpene, por muchas dudas que existan (y existen) sobre la necesidad de ese tipo de material en los tiempos actuales. El almirante Terán reconoce que "la industria nacional ha influido toda la vida, en mayor o menor medida, en la adquisición de medios militares", pero estima que "esto, por lo general, ha beneficiado a ambas partes".
Cualquier iniciativa de modernización es, además, esclava de anteriores compromisos que el Gobierno tiene que satisfacer, como, por ejemplo, el proyecto de carro Leopard, pese a que todas las perspectivas de defensa coinciden en que es impensable hoy una circunstancia que obligue a un país como España al uso masivo de carros de combate. Algunos responsables han sugerido que sería mejor pagar la multa correspondiente y renegociar ese contrato, que obliga a comprar más de 200 unidades.
Fuentes de la industria de armamento advierten de que los programas de armamento son a muy largo plazo, que todos los Gobiernos están condicionados a la capacidad de oferta y de producción de las grandes multinacionales del sector y que es sumamente importante que los responsables de la modernización del armamento en España acierten en sus opciones porque, de lo contrario, pagarán sus errores durante años.
"El presupuesto de Defensa se podría invertir más adecuadamente en la modernización del transporte, en la renovación tecnológica, en la compra de aviones de vigilancia no tripulados, por ejemplo", sugiere Solana. Casi todos los expertos consultados coinciden en cuanto a las prioridades actuales en compra de armamento en España: las guerras actuales, y previsiblemente las del futuro, piden un gran desarrollo en materia de comunicación, transporte e información. Hay que dotarse de los medios para movilizar tropas con gran rapidez a lugares remotos y en condiciones completamente desconocidas. También se requiere un desarrollo en cuanto a la formación del personal, en la medida en que el soldado del futuro se va a ver enfrentado a nuevas y complejas tecnologías.
A más corto plazo, todos los países están invirtiendo en nuevos vehículos acorazados ligeros, más ágiles y resistentes que los que hoy son cada día objeto de atentados en Irak. En España, lo más cercano a eso son los BMR, que todavía gozan de prestigio entre los expertos, pero son considerados ya algo anticuados y con alto riesgo de accidentes cuando operan en condiciones extremas.
Otro de los conceptos mágicos de los nuevos tiempos en el mundo de la defensa es el de la unificación del mando. En este sentido, García Vargas expone su preocupación por el hecho de que la Fuerza de Reacción Rápida, creada para participar en misiones esencialmente internacionales, pueda crecer de forma autónoma. "La reestructuración de la fuerza es correcta", afirma, "pero lo más importante es unificar el mando terrestre para que la Fuerza de Reacción Rápida no esté separada de la fuerza de maniobra". El plan de Gobierno ya prevé la inclusión de miembros de los tres ejércitos en la Fuerza de Reacción Rápida, todos ellos bajo las órdenes del jefe del Mando de Operaciones.
La coordinación de los ejércitos y su adecuación, además, para trabajar junto a ejércitos de otros países obliga, en suma, a jefes militares con mayor capacidad de decisión. Y esto representa, por cierto, una de las contradicciones aparentes de la reforma puesta en marcha por el Gobierno socialista.
Precisamente en el momento en que el discurso oficial es más pacifista, todas las circunstancias (más conflictos, más armamentos, más presencia militar en el exterior, más poder para el mando militar) anticipan ejércitos mejor organizados, mejor formados, pero con más presencia y más relevancia en aspectos cruciales de la política del Estado, como la seguridad, el desarrollo tecnológico y las relaciones internacionales. El ejército de Zapatero puede acabar siendo, en este sentido, muy diferente al que él tenía en mente al llegar a Moncloa.
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