Instrucciones para vivir
En su discurso de recepción del Nobel en 1991, Gordimer señaló que para un escritor "la alternativa no es la maldición de la torre de marfil, otro destructor de la creatividad", aserto con el que la narradora surafricana ha comulgado siempre escribiendo acerca de la realidad social y del modo en que la política zarandea la vida del ciudadano y desbarata su universo personal. Dejó dicho en The Essential Gesture (1988) que no hay libertad de creación sin ataduras al contexto en el que se escribe, y la autora de La hija de Burger predica esta buena nueva con el ejemplo de sus novelas. Ya tuvimos ocasión de reseñar que El encuentro (2001), tan liviana y esquemática que se diría un borrador, improvisó una meliflua historia de amor como mero pretexto para una invitación a la concordia entre los pueblos y la denuncia de un mundo xenófobo e integrista que no respeta la diferencia. A aquella novela, precipitada, previsible y de escaso aliento, le sucede ahora Atrapa la vida, un relato en el que, nuevamente, las ideas pesan más que las palabras, pues la escritora, ya octogenaria, sigue fiel a su convicción de que la narrativa debe ser el envés de la vida.
Nadine Gordimer
Atrapa la vida.
Traducción de María Antonia Menini.
Bruguera, Barcelona, 2006. 238 páginas. 15,50 euros.
Traducción catalana de Concepció Iribarren.
Edicions 62. Barcelona, 2006. 205 páginas. 17,50 euros
Apresurémonos a decir, en cualquier caso, que pese a que su de por sí escueta prosa resulta aquí en ocasiones excéntrica y de una endeblez rayana en la indolencia -frases simples y sustantivas, constantes elipsis, reiteraciones, abuso de la anonimia de los pronombres personales e interrogaciones retóricas que evitan un mayor desarrollo del texto componen un esbozo de la propia novela- Atrapa la vida vuela sin duda a mucha mayor altura que El encuentro, de modo que entristece ver que ha salido atrapada en una edición, la de Bruguera, cuya tosquedad la desmerece.
El proverbial compromiso de Gordimer parece detenerse en esta ocasión en la amenaza que la energía nuclear supone para el equilibrio ecológico, cuando en realidad lo que le interesa es poner de manifiesto la vulnerabilidad de las relaciones personales y familiares cuando sobreviene una suerte adversa, y la forma caprichosa en que los reveses de la vida recomponen esas mismas relaciones. Acierta plenamente a revelar la involución anímica que su héroe, el ecologista Paul Bannerman, sufre cuando la excesiva radioterapia contra su cáncer de tiroides le condena a un aislamiento que remite al apartheid en clave de guiño, y con su prosa sin ambages, vagamente impresionista, y un narrador externo paradójicamente aséptico y aquejado de afectada gravedad ("lo inconcebible puede convertirse en rutina", sentencia), es además capaz de retratar, con esmero y desde el intimismo, el amor materno, la ceguera mutua de un matrimonio en apariencia feliz, las miserias escamoteadas o el agotamiento de la ilusión conyugal, de modo que miel sobre hojuelas. Así, el gran logro de la autora reside en que pese a la ligereza de su equipaje verbal, sin hojarasca ni abalorios retóricos, Gordimer ha sabido enseñarnos con ingente delicadeza que la vida es un hilo que se enreda y se enreda hasta hacerse madeja. Atrapa la vida es una novela fecunda y valiosa, de jugosas reminiscencias bíblicas (el jardín paterno del Edén, Caín y Abel, la culpa de Eva-Lyndsay, el fruto prohibido del delta del Okovango) y paraísos perdidos, a un tiempo geográficos y emocionales, a la que se asoman, arracimadas, las cuestiones de la supervivencia, la hipocresía, la abnegada solidaridad, la redención, la conciencia ecológica, la ambigüedad de la ética o la evidencia de que el comportamiento humano no entiende de colores de piel y de que, como escribe el narrador, "la destrucción" -de fantasías, de familias, de vidas-, "asume muchos estados existenciales" que Gordimer ha sabido atrapar en la novela.
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