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Necrológica:EN MEMORIA DE RAFAEL FEO
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Un artista

Vicente Molina Foix

Rafael Feo ha muerto como siempre vivió, desfasado: quien no está a tono con el ambiente o el tiempo en que vive, según el diccionario de María Moliner, un libro que, de haber estado aún en su biblioteca, Rafael habría vendido al peso en estos últimos años de desaliñado buhonero, mendicante, sablista o más directamente cleptómano. En algún momento de la noche del 6 de mayo le falló el corazón, pero hasta el martes 9 no fue descubierto su cuerpo en la casa prestada por una amiga: también pertenecía desde hace meses al gremio de los sin techo.

Era sin embargo un muchacho atractivo, aseado, agudo en el humor y de una inteligencia llamativa cuando yo le conocí en mitad de los años sesenta entre un grupo de estudiantes, activistas de izquierda, artistas aún sin obra o diletantes de enorme talento: Diego Lara, María Nolla, Alfonso Ungría, Josi Ucedo, Virginia Careaga, Félix de Azúa, los hermanos Piera, los hermanos Rámila, los hermanos Zarza, las hermanas Puértolas, Blanca Luca de Tena, Miguel Pizarro, algunos muy prematuramente malogrados.

Como muchos de nosotros, Rafa Feo no quería saber aún lo que quería ser "de mayor", aunque publicó en 1972 un singular libro de poemas, Harpócrates y Hebe firmado con su nombre y el de un apenas enmascarado álter ego, Lefara Castorp. Luego, trabajó al lado de Luis Revenga en algunos excelentes documentales para NO-DO, hizo cosas de periodismo, dejó la carrera de Letras, viajó, en todos los sentidos, y decía alguien que lo había visto pintar y no guardar lo pintado.

Veinte, cuarenta años después de aquel entonces, Rafa Feo seguía sin saber qué era, o quizá mejor, queriendo no ser nada, en un nihilismo a ratos muy productivo, deslizante, ensimismado. En 1987 publicó otro libro, entre la poesía y el algoritmo verbal, De pendencia, y me cuentan sus amigos jóvenes que seguían viéndole, no siempre de cerca, que Rafa no paraba de escribir, de maquinar, de lampar. El año pasado hizo de Alonso Quijano en la película vanguardista de unos alemanes, que encontraron en la figura afilada, evanescente, del Rafa final, el trasunto más auténtico del desbaratado visionario de La Mancha.

Hubo sin embargo un momento, al fin de los años ochenta, en que pareció que Feo iba a consolidar una persona artística como pintor o creador plástico reconocido; expuso en las galerías Buades, Columela y La Cúpula, publicó el citado De pendencia, en una bella edición de Juan Ariño, y fue uno de los elegidos en la muestra colectiva Antípodas, diez figuras del arte español actual, enviada a Australia dentro del programa de actividades de la Expo Mundial de 1988.

Pero había un problema, muy bien expresado por Francisco Calvo Serraller, autor de un largo texto de presentación para la exposición de La Cúpula: "Con Rafael Feo no se puede hacer carrera", porque el artista, sigue diciendo Calvo Serraller, "da la sombra mejor que la cara".

El propio Rafa era consciente de este lado esquivo y tenebroso de su carácter. Enfermo, drogodependiente, reñido con casi todos sus amigos y durante largos periodos con su pareja, Milagros, realizador esporádico de happenings provocativos en la zona de Lavapiés, donde aún le visité hace pocos años en su último techo conocido, Rafael no dejaba de atraer por su descarnada pero candorosa verdad: "es generoso/el que decide dar su miedo" (jamás intentó aprovechar, por ejemplo, el ser hermano de Julio Feo, el un día factótum socialista y brazo derecho de Felipe González).

Nunca perdió el gusto por la greguería (en una exposición de sus cuadros escribía en el catálogo que "Decir que es feo un Feo es hacerle un feo a Feo"), aunque su humor fue cada vez más lacerante. Y también jugó a apuestas con la muerte, que le regaló algún tiempo más del que él esperaba, según estos hermosos versos de De pendencia: "A punto de iniciar mi quinta década/que dudo si veré/sólo tengo/la huella de su culo en las rodillas/y el viejo vicio de hacerlo todo humo".

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