El Cid, por la puerta grande
Manuel Jesús, El Cid, salió ayer por la puerta grande de Las Ventas tras cortar una oreja en cada toro y emocionar vivamente a la plaza en dos faenas de corte muy distinto -artista la primera y valerosa la segunda- en las que prevaleció la emoción, aunque faltó la profundidad que a estas alturas se le debe exigir a un artista de la categoría de este privilegiado torero sevillano. Pero El Cid sigue contando con el cariño y el beneplácito de esta afición.
El torero tenía muy claro que debía confirmar hoy su consideración de figura y salió en su primero crecido, decidido a triunfar a costa de lo que fuera. El toro, blando, acudió alegre en banderillas, y El Cid lo esperó en el centro con la muleta en la zurda. Fue una faena de menos a más. Naturales de calidad, primero, pero iniciados con el pico de la muleta; tandas cortas siempre, con lo que eso desluce. Y a mitad de faena, surge la transfiguración. Muy cruzado, con la suerte cargada y la muleta plana, dibujó redondos espléndidos y un final sencillamente grandioso: dos naturales y un eterno pase de pecho constituyeron todo un monumento al arte de torear.
Alcurrucén / Rincón, El Juli, El Cid
Toros de Alcurrucén (el 2º, devuelto), bien presentados, con cuajo y presencia; el 1º, manso y agresivo; noble el 3º y descastados los demás. El sobrero, de Ana María Bohórquez, bravo y noble. César Rincón: estocada tendida y baja -aviso- (ovación); estocada baja (ovación). El Juli: estocada trasera (oreja); estocada (ovación). El Cid: pinchazo y estocada caída (oreja); estocada atravesada y un descabello (oreja). Salió a hombros por la puerta grande. Plaza de Las Ventas, 22 de mayo, 13 corrida de feria. Lleno.
Hizo una pelea bravísima con el sexto, más corto y deslucido, al que llegó a someter en tandas aceleradas y destempladas, pero henchidas de emoción. Se la jugó de verdad y ganó la partida. Siempre cruzado al pitón contrario, se ganó el respeto y la admiración de la plaza de Madrid.
El Juli tuvo entreabierta la puerta grande y él mismo se la cerró. Un sobrero feo, bravo y noble, alegre, y repetidor en la muleta, le ofreció en bandeja esa oportunidad. Y a fe que El Juli lo toreó bien, muy bien en algunos pasajes, pero faltó la vibración porque pecó, también, de tandas muy cortas. Todo el trasteo se desarrolló en el centro del ruedo, y allí comenzó por redondos de escasa importancia. Quizá entendió la calidad del toro cuando comprobó que hacía el avión en una tanda de naturales perfectos, tirando de la embestida, con la muleta arrastrada por la arena y ligados con auténtica maestría. Su cruz fue el quinto, rajado y soso, con el que sólo pudo mostrar voluntad y oficio.
Rincón pechó con el lote más deslucido. Su primero fue el garbanzo negro, un toro alto, manso, fiero, traicionero y cobarde que le avisó seria y repetidamente de sus malas intenciones. En verdad, había que jugarse la vida con muchas posibilidades de ir directamente al hule. Rincón, profesional experimentado, no le perdió la cara, pero tampoco lo sometió ni le ganó la partida a tan desagradable oponente. Salió a por todas en el cuarto, que brindó a la concurrencia. Lo lanceó con gusto a la verónica y se lució en un precioso galleo por chicuelinas. Lo citó de largo desde el centro del anillo, pero el toro sólo aguantó un par de embestidas. Distraído y siempre con la cara alta, lo deslució todo y acabó con la ilusión del torero. Decididamente, la tarde era de un sevillano.
Babelia
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