Jabalíes y payasos
LA PLANA MAYOR de los pavos reales parlamentarios del Grupo Popular consagró esta semana la sesión de control en el Congreso a continuar explotando una truculenta versión de la historia vivida por dos militantes populares que asistieron a la manifestación del 22 de enero de 2005 -convocada por la Asociación de Víctimas del Terrorismo y por el PP- donde el ministro Bono asegura haber sido agredido físicamente. El cese del ministro Alonso -titular entonces de Interior y ahora de Defensa- y la creación de una comisión de investigación sobre el asunto son los objetivos de esa delirante campaña. La rabulesca sentencia de la Audiencia de Madrid, que condena injustamente a varios miembros de la Brigada de Información -en funciones de policía judicial- por un imposible delito de detención ilegal, es la percha de las que cuelgan esas exigencias; en realidad, los dos ciudadanos supuestamente secuestrados permanecieron pocas horas en la comisaría y declararon voluntariamente con asistencia de sus abogados.
Los dirigentes del PP acusan al Gobierno de haber ordenado a la policía la detención ilegal de dos militantes populares que participaron en una manifestación en la que José Bono fue agredido
Los portavoces del PP atribuyen el presunto comportamiento delictivo de la policía -no hay sentencia firme- a una orden del Gobierno. Sin embargo, la torticera sentencia de la Audiencia no se atrevió a ir tan lejos: tras declarar que el tribunal carecía de elementos "para entender que la conducta de los acusados fuese sugerida por instancias superiores", sólo dejó caer venenosamente "la leve sospecha" de que unas declaraciones del delegado del Gobierno en Madrid "pudieron haber influido" sobre las actuaciones policiales. La primera batida parlamentaria del PP para cazar al entonces ministro del Interior y ahora de Defensa tuvo lugar hace siete días. El espectáculo bufo se celebró en un circo de dos pistas: mientras Martínez Pujalte provocaba con sus soeces payasadas -desafiando a unos invisibles policías- la ira del rígido presidente del Congreso hasta conseguir ser expulsado del hemiciclo, los diputados del PP, con mayoría absoluta en la Asamblea madrileña, se levantaban de los escaños para mostrar a la presidenta de la Cámara -cómplice con la estúpida gamberrada- sus muñecas esposadas.
El parlamentarismo comparado ofrece abundantes ejemplos de comportamientos reprochables o simplemente vergonzosos de las Cámaras: ni siquiera faltan casos de agresiones físicas o amenazas con armas de fuego. Pero la explicación según la cual las broncas en el hemiciclo no harían sino reflejar las tensiones sociales establece una falsa relación unidireccional de causa y efecto: los enfrentamientos de los diputados del PP con el Gobierno y con los restantes grupos parlamentarios no sólo expresan -al igual que los medios de comunicación de la ultraderecha- los estados de ánimo de los sectores radicalizados e intolerantes de su electorado, sino que además agravan los odios y las discordias.
En su discurso de 30 de julio de 1931 ante las Cortes Constituyentes, Ortega y Gasset pidió a los diputados que no mancharan con excesos el prestigio del Parlamento. "Nada de estultos e inútiles vocingleros, violencia en el lenguaje o el ademán", advirtió desde el escaño; "hay, sobre todo, tres cosas que no podemos venir a hacer aquí: ni el payaso, ni el tenor, ni el jabalí". A falta de un tenor en el sentido orteguiano (Zaplana es a lo sumo un ridículo tenorino de opereta), el PP cuenta en el Congreso con un portavoz adjunto capaz de asumir al tiempo los papeles de jabalí y de payaso; con esas hibridadas facultades, el diputado Pujalte satisface las bajas pasiones de los votantes del PP que conciben la lucha política como un circo y como una cacería. En cualquier caso, el espectáculo deparado por la mayoría parlamentaria del PP en la Asamblea de Madrid no sólo emuló las chocarrerías de Pujalte, sino que ofendió a las víctimas que guardan memoria de la represión del franquismo y de los regímenes fascistas: si María Antonieta jugaba a los pastorcitos con sus cortesanos en los jardines de palacio, la presidenta de la Comunidad madrileña prefiere que los diputados del PP finjan con sus esposas de juguete sentir temor ante la idea de ser internados en los campos de concentración de una nueva Gestapo bajo las órdenes del Gobierno de Zapatero.
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