Un caudillo inclasificable
Hugo Chávez nació dentro de una casa de palma, en el calor infernal de los llanos venezolanos, pero los primeros 37 años de su vida ofrecen calidades extrañas desde el punto de vista biográfico, como si fueran una crisálida cualquiera escondiendo otro ser pulsante y multicolor. Fue a esa edad a la que el conspirador militar, un revolucionario sin brújula ideológica, pobre, flaco y algo retraído, se sentó por primera vez frente a una cámara de televisión. De ese breve contacto surgió el Chávez conocido mundialmente hoy en día, mesías para algunos, satanás para otros.
A pesar de un trabajo de investigación exhaustivo, los biógrafos Marcano y Barrera, que no tuvieron acceso directo a Chávez, sólo pueden aproximarse a los contornos exteriores de aquella transformación. El golpe de Estado que Chávez encabezó en febrero de 1992, de fines políticos ambiguos pero autoritarios, fracasó después de unos tiroteos confusos. Con la orden de llamar a sus cómplices a rendirse, Chávez se lava la cara, se pone su boina roja y se revela como orador consumado en un discurso extraordinariamente elocuente (en que declara sus "objetivos" parados "por ahora").
HUGO CHÁVEZ SIN UNIFORME
Cristina Marcano y Alberto Barrera Tyszka
Debate. Barcelona, 2006
398 páginas. 18,75 euros
Pierde su reputación de guerrero tenaz, pero el nuevo Chávez se complace con la ola de adoración popular que bate contra la cárcel; en cuestión de meses, un Supremo latinoamericano se plasma en las jaulas, dispuesto a comunicar con los próceres de la independencia en sesiones de espiritismo, perdidamente mujeriego, y obsesionado con el poder corriendo por sus venas. "El pueblo hasta inventó una oración", decía el presidente venezolano en 2002. "Chávez nuestro que estás en la cárcel, santificado sea tu nombre. ¿Cómo luchar contra aquello?".
Del "Tribilín" (Goofy) de los
llanos, se convierte, en palabras de Gabriel García Márquez, en un "cuerpo de cemento armado". Esta plasticidad de física y carácter deja perplejos a muchos viejos camaradas, citados extensamente en el libro después de abandonar el Gobierno bolivariano, y asombra a Herma Marksman, con quien Chávez tuvo una relación amorosa durante ochos años: "Yo me siento más bien como una viuda", explicó ella. También causa cierta preocupación en cuanto al futuro político de Venezuela, donde Chávez ha amasado un poder absoluto por medio de su victoria en ocho elecciones, ayudado por una oposición que malgastó su fuerza con una vanidad ciega. En un país cada vez más unipersonal, nutrido por los ingresos petroleros (también bajo control total presidencial), importa mucho saber los vaivenes psicológicos del ocupante del palacio de Miraflores.
Pero también el libro destaca el excepcional contexto social del auge chavista. Mucho antes de su aparición en las televisiones venezolanas, los biógrafos muestran un Chávez sediento de misión e identidad, quizá debido en parte a la separación de sus padres cuando era muy joven (un aspecto en el que se asemeja extrañamente al protagonista de Ciudadano Kane). Coincide esta búsqueda narcisista -el diagnóstico proviene de su antiguo psiquiatra Edmundo Chirinos- con el desmembramiento de la sociedad venezolana, afligida por una desigualdad tremenda y una corrupción galopante en su círculo cerrado de políticos y empresarios. La violencia que sacudió Caracas en 1989, con el saldo de por lo menos mil vidas, no tenía líderes ni propósitos claros. El santificado Chávez, sin embargo, se prestó tres años más tarde a articular los nuevos sentimientos populares; de alguna manera, él absorbió instintivamente el resentimiento, lo mezcló con su propia historia personal, y lo mitificó para los telespectadores. A menudo, llegó a vomitar el odio colectivo: "Sí, somos de la misma chusma que siguió a Bolívar", declaró en un discurso de 2001.
Sin saber el final de este pro
ceso político, es difícil contestar a las preguntas que necesariamente surgen: ¿existe justificación para un gobierno democrático que traspasa normas democráticas? ¿Se puede rediseñar una sociedad por medio de un discurso anclado en la conflictividad? ¿Qué pasará si Chávez pierde una elección, si baja el precio del petróleo o, peor, si es asesinado? Los autores, que mantienen una neutralidad admirable, presentan las múltiples caras de Hugo Chávez, militar, populista, petrolero diplomático y socialista, sin adivinar cuál de ellas eventualmente predominará.
El libro, pues, es nada más que un repaso apasionado de un viaje incompleto. Pero deja un indicio clave para el futuro. A pesar de las advertencias norteamericanas, en los dos momentos realmente críticos que Chávez ha sufrido, el golpe protagonizado por él en 1992 y la asonada en su contra de 2002, se mostró extremadamente reacio a provocar un baño de sangre. Arrinconado en su palacio en aquella ocasión de hace cuatro años, resultó casi estoico: según el responsable de la Iglesia católica venezolana, llamado al palacio a medianoche, Chávez "no hacía sino evocar una serie de escenas de su niñez, de él como militar en los diversos puestos que estuvo".
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