Cheikha Rimitti, legendaria dama del 'rai' argelino
Sus canciones rompieron tabúes en una sociedad represiva
Acababa de cantar el sábado en el Zenith en la conmemoración del histórico festival de rai celebrado a principios de 1986. Cheikha Rimitti recorría el mundo con sus 83 años y estaba anunciada para agosto en los Proms de Londres, pero falleció en París, la ciudad en la que vivía desde el año 1979, el lunes 15 de mayo a primeras horas de la tarde.
Era la abuela sabia del rai, esa música vindicativa con letras de doble sentido, "producto del éxodo del campo a las ciudades, que es un estado de ánimo semejante al del fado o el blues", escribió Juan Goytisolo. También era una cheija, una de aquellas mujeres de la Argelia colonial, cantantes en circuncisiones y bodas y a la vez cortesanas, que hablaban sin tapujos de los placeres carnales. Rimitti se convirtió en una leyenda: símbolo de libertad y rebeldía para las jóvenes generaciones.
Hace más de 50 años ya cantaba a los placeres de la carne. En 1954 grabó para la compañía de discos Pathé-Marconi Chraga gatâa, una canción en la que se burlaba de la virginidad: "Rómpelo, rásgalo, que Rimitti lo volverá a coser...". Al lograr Argelia su independencia, el Frente de Liberación Nacional (FLN) la prohibió en las radios. Tampoco la quisieron los islamistas radicales. No aprecian cuando canta, en Nouar, "mi amado me ha encendido como enciende un cigarrillo".
Rimitti había nacido a principios de los años veinte en Tessala, una aldea del Oranesado, cuando el país era una colonia francesa. Huérfana desde niña, y pobre de solemnidad, vivió en las calles, durmiendo en los lugares más sórdidos. Nunca fue a la escuela y no sabía leer ni escribir. Tampoco hablaba francés. Fregó suelos en casas de familias francesas y habría ejercido la prostitución. "El sufrimiento es una buena escuela", solía decir.
Se unió a unos músicos ambulantes con los que cantaba y bailaba en cantinas de Orán, el puerto de árabes, judíos, españoles, turcos y bereberes. La gente dejaba dinero en un platillo y así tenían para comer. Hace unos años, alguien recordaba en la prensa local que la joven Rimitti era capaz de bailar con una bandeja llena de vasos de té sobre la cabeza sin derramar una gota.
Entonces todavía se llamaba Saâdia. Un día de lluvia torrencial se resguardó en una cantina. Varios clientes la reconocieron y ella los invitó a una ronda: "Remettez des panachés!" ("¡Sirva otras claras!"). Y se le queda para siempre lo de Rimitti.
Tiempos de hambrunas y de epidemias en Orán -Albert Camus escribió su novela La peste-. Más tarde, la guerra. En la cosmopolita Orán, Rimitti conoció a exiliados españoles. Como en el flamenco, cantaba con las tripas y el corazón.
En 1994, ya septuagenaria, grabó Sidi Mansour con Robert Fripp (King Crimson), Flea (Red Hot Chili Peppers) y East Bay Ray (Dead Kennedys). Su voz áspera y rasposa, de timbre casi masculino, encajaba de forma fascinante con las guitarras distorsionadas y una rítmica implacable. No se dejó deslumbrar por sus afamados colaboradores: "Cuando canto, soy yo la que lleva el volante".
En 2000 recibió el gran premio Charles Cros por Nouar, un disco con las flautas de caña y los tambores tradicionales. Su último disco, N'ta Goudami, se publicó en septiembre y se suma a más de 300 casetes, otros tantos sencillos de 45 rpm y unos 50 de 78 rpm -el primero, de cera, lo grabó en 1952 con el nombre de Cheikha Remettez Reliziana-.
Durante años vivió en un cuartucho de hotel de Barbès, el barrio magrebí de París, con el lavabo en el pasillo. Y se quejaba -un allegado asegura que acudía más a menudo a la consulta de su abogado que a la del médico- de que algunas estrellas del rai le habían birlado canciones. Analfabeta, Rimitti se las sabía todas de memoria.
Rechazó suculentas ofertas de TVE -por cantar con Enrique Morente en el programa de Miguel Bosé- o de la BBC. No quería que la vieran en su país.Pero siempre se sintió a gusto con los jóvenes. Quizá porque lo era. "Considero a los jóvenes de los suburbios hijos míos", aseguró después de las revueltas en Francia. Decía que si Zidane trabajaba con los pies, ella lo hacía con su voz. Ya no se volverán a ver sus manos tiznadas de henna, ni la tristeza profunda de su mirada.-
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