El secreto está en la funda
La portada del Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band no es una entre otras. Por varias razones. Desde 1965, los Beatles habían tomado una decisión sin precedentes: dejar de hacer giras. Hasta ese momento, la gira era el procedimiento mediante el cual los artistas populares que se dirigían a un público juvenil revalidaban su éxito en el hit-parade y autentificaban el dominio de su territorio. Al renunciar a este uso, se convirtieron sin darse cuenta en el primer grupo experimental de la música popular de todos los tiempos. Los discos eran su principal dedicación, y la mayor parte de su trabajo tenía lugar en el estudio. Pero como la grabación aún no estaba digitalizada, esto significaba que tenían que seguir tocando juntos como un grupo, y ello les llevó a hacer descubrimientos insólitos: introdujeron instrumentos (cultos, populares y hasta inventados) que nunca antes se habían tocado en las grabaciones de rock, crearon técnicas y métodos nuevos, usaron sonidos extramusicales que nadie se había atrevido aún a insertar en un disco destinado al consumo masivo y se permitieron todo tipo de juegos con sus composiciones.
La última canción del Sgt. Pepper's es uno de sus mejores temas, A day in the life; para completarlo, la noche del 10 de febrero de 1967 llegaron a Abbey Road 42 músicos de la Orquesta Filarmónica de Londres vestidos de gala y, ante un público en el que figuraban Mick Jagger y Keith Richards, cada uno pulsó en su instrumento la nota más baja y subió en 24 compases a la más alta posible en un crescendo delirante que provocaba una fanfarria estrepitosa, siniestra y atronadora que superaba con mucho a la del Bolero de Ravel. Después venía un fragmento de charla intrascendente grabado al revés y repetido virtualmente hasta el infinito. Los comerciales de la EMI desaconsejaban del todo estas aventuras (el Sgt. Pepper's consumió cerca de 700 horas de trabajo de estudio), pero tenían que tolerarlas porque, debido a causas para ellos misteriosas, las ventas superaban las expectativas más optimistas. La razón era poderosa.
Por primera vez, los jóvenes de todas las clases sociales gozaban de algunos recursos económicos antes de ingresar en la vida adulta por el camino sin retorno de la responsabilidad laboral y familiar, y también ellos podían disfrutar de un periodo "experimental" sobre el que se apoyaba el "estado de gracia" en el que vivían los Beatles. El grupo no se limitó a la innovación musical sino que también se propuso hacer un disco "de concepto" que fuese un verdadero álbum y cuyo diseño fuera también artístico. El marchante londinense Robert Fraser puso a Paul McCartney en contacto con Peter Blake, que ideó la portada y pidió a los músicos una lista indiscriminada de "héroes" que habrían de formar la multitud reunida en el parque para escuchar el concierto de la banda de los corazones solitarios. Se hizo una selección final y Michael Cooper tomó las fotos en los Chelsea Manor Studios de Londres el 30 de marzo de 1967. De nuevo los tecnócratas del sello Parlophone pusieron el grito en el cielo (pagaron cerca de tres mil libras, cuando usualmente las fotos no costaban más de 25), pero tuvieron que rendirse a la evidencia de que el disco se había convertido, por dentro y por fuera, en una obra carismática del pop art. Sólo un año después, Frank Zappa editó We're only in it for the money, cuya portada era una parodia de la foto del Sgt. Pepper's, iniciando así la colección interminable de remedos, caricaturas, homenajes y referencias gráficas a esa cubierta que desde entonces no han dejado de sucederse.
Los personajes representa-
dos en la foto son, en buena parte, "meninas" (pertenecen al género chico de los cómicos y bufones); y así como Velázquez se pintó a sí mismo en Las Meninas, también los Beatles se fotografiaron en esa portada, no tanto por estar presentes ellos en la foto -pues no están en cuanto "Los Beatles", sino representando el papel de músicos de la banda de los corazones solitarios- como porque están los muñecos del museo de cera de Mme. Tussaud que, ellos sí, representan a los Beatles (es decir, son la prueba viva de que los Beatles habían ingresado en el universo de la representación, del mismo modo que los bufones, los cómicos y los tontos de palacio también ingresaron en ese mundo de la mano de Velázquez).
Por otra parte, la portada del Sgt. está plagada de miniaturas y aparece por dos veces Shirley Temple, además de algunos "meninos" como Dion DiMucci (que empezó a cantar a los cinco años), Bobby Breen, estrella de cine a los 11 años, o Huntz Hall y Leo Gorcey, miembros de la cinematográfica banda juvenil de Ángeles con caras sucias. "Quizá haya en este cuadro de Velázquez", decía Michel Foucault hablando de Las Meninas, "una representación de la representación clásica y la definición del espacio que ella abre"; y también haya quizá en la portada de este álbum, una representación de la representación contemporánea y del espacio que ella abre; como centro articulador detectaba Foucault, en el cuadro de Velázquez, el lugar vacío del rey soberano, que aparece en el espejo que ninguno de los personajes del cuadro puede ver; si, como hemos recordado ya, la portada de este álbum es una obra indiscutible de pop art (lo que significa, conviene no olvidarlo: arte popular), este lugar vacío no puede ser, aquí, otro que el de la soberanía popular que, sin ser vista, se refleja en la fotografía. Era eso mismo que Ortega llamaría "la rebelión de las masas" y con respecto a la cual escribió que, incluso en sus formas humorísticas "aspira siempre a lo mismo: que el inferior, que el hombre vulgar, pueda sentirse eximido de toda supeditación". Acaso la comicidad consista, como dice Pierre Bourdieu, en este efecto que pone el mundo patas arriba, corroe las jerarquías socialmente establecidas, diluye las diferencias de clase y provoca "reuniones" sorprendentes. Una foto, claro está, no basta para convencer a nadie de que sus miserias no proceden de la igualdad, sino de la desigualdad. Lo único que se puede hacer es decir que se ha leído la prensa de hoy y que, aunque las noticias eran tristes, no pudimos evitar reír al contemplar aquella fotografía. Si una sola portada -aunque no sea una cualquiera- evoca todo esto, imagínense lo que puede aprenderse cuando se contemplan juntas unas cuantas.
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