A veces llegan cartas
Hoy Cataluña se divide en dos grandes comunidades: los que han recibido la carta del presidente de la Generalitat y los que no. Yo formo parte del segundo grupo, aunque, para no ser menos que otros, el miércoles robé la carta de un vecino. Es un delito, ya lo sé, pero tengo un atenuante: como la carta llevaba fecha de hoy, el día 10 todavía no podía haber llegado y ante un tribunal resultará dificil explicar esta contradicción temporal. Se ha comentado mucho la fecha, pero el contenido tampoco es demasiado tranquilizador, sobre todo cuando el presidente Maragall afirma: "És un Estatut per al futur". Esto explicaría la previsión anticipativa y el hecho de que llevemos siglos viviendo en un futuro eternamente pospuesto.
Pasan los años, cambian los gobiernos, se consiguen transferencias, pero permanece el abuso propagandístico de los estamentos oficiales
Lo que más me ha interesado de la carta, sin embargo, es el sobre. Es rectangular, de 11,5 por 22,5 centímetros. En la esquina superior izquierda lleva el escudo institucional y la inscripción: "El president de la Generalitat de Catalunya", así, sin entrar en detalles y para que los sobres puedan servir sea quien sea el presidente. En la esquina superior derecha hay un sello impreso sin posibilidad de propiciar estafas filatélicas en el que puede leerse: "Espanya", "franqueig pagat" y "carta". Lo de "Espanya" tranquilizará a los que temen su desmembración e irritará a los que aspiran a perderla de vista, pero lo que más mosquea es lo de "franqueig pagat". ¿Pagado por quién? Pasan los años, cambian los gobiernos, se consiguen transferencias y se mejoran inversiones, pero hay algo que permanece: el abuso propagandístico de los estamentos oficiales. Sobre la firma del presidente, sólo puedo decirles que se la enseñé a mi grafóloga de confianza, que, tras analizarla minuciosamente y con una expresión de cierta inquietud, concluyó que corresponde a una persona con una enorme capacidad mental pero poco constante y que "no toca de peus a terra".
Pese a todo el follón que se ha armado y al revelador diagnóstico grafológico, le agradezco a Maragall que no haya recurrido a e-mails masivos o a mensajes SMS amparándose en el papanatismo tecnológico. Esto les habría dado la razón a los cientos de articulistas que, cíclicamente, nos dan la tabarra con un artículo sobre la desaparición gradual de la correspondencia. El envío indiscriminado perpetuado con fondos públicos desde el Departamento de Presidencia demuestra justo lo contrario y contribuye a fortalecer los cimientos de una tradición milenaria. Conclusión: Correos, al igual que Teruel, también existe y la carta de Maragall forma parte de una modalidad invasiva que es a la correspondencia lo que las llamadas intempestivas para venderte un seguro de vida son al telemarketing. Últimas muestras de correo invasivo recibidas por este cronista: la agenda del CCCB, una oferta de una nueva clínica dental ("un somriure per a tota la vida", dice, y no puedo dejar de pensar en un cadáver sonriente) y el prospecto de un centro de salud ("sonríe a la primavera", ¡qué manía con la sonrisa!).
La prueba de que Correos sigue existiendo y de que todavía es posible enviar y recibir cartas es que delante de mi casa hay una preciosa y moderna oficina que no tiene nada que ver con las que recuerdo de mi infancia. A veces mi madre me pedía que fuera a certificar sobres y paquetes a la oficina de la calle de la Diputació. Allí había un desangelado espacio que culminaba en un muro de cristales antibalas (y de las lamentaciones) con una pequeña abertura en la que, a través de una plataforma giratoria, los paquetes y sobres accedían a un empleado con bastante mala leche. Siempre ponía pegas: que si la cuerda no estaba bien atada, que si el remite debía figurar en otra parte, etcétera.
Siguiendo una lamentable lógica infantil, deduje que todas las oficinas de Correos eran como aquélla. Ahora compruebo que no. De vez en cuando, entro en la nueva oficina y me llevo todos los prospectos de servicios expuestos y algún que otro impreso. Siento debilidad por el del burofax, pero todavía no he encontrado ningún motivo oficial y trascendental para mandar uno. Los prospectos también son interesantes: el de una tarjeta de teléfono recargable ("prepara't per parlar": es curioso que toda la publicidad telefónica se centra en hablar, nunca en escuchar), el de los certificados (redactado en un tono apologético), el del giro inmediato ("el dinero que llega a cualquier parte del país... ¡ya!", y uno siente deseos de expedir sus ahorros sólo para compartir esa sensación de velocidad e inmediatez), el de apartado de correos (con la inquietante fotografía de los ojos de una mujer misteriosa y una frase que estimula la imaginación: "Descubre las ventajas de tener otra dirección postal") y, finalmente, mi preferido, el de Postal Exprés, "para el envío urgente de documentación y paquetería". El día que ya no entienda ninguna de las cartas invasivas que recibo, puede que opte por una solución drástica, me meta en una caja y le pida a un amigo que me facture hacia el futuro. Pagando yo el franqueo, por supuesto.
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