Se alquila baronesa
Entonces se le ocurrió la idea. Estaba leyendo en el periódico que los responsables de las asociaciones de vecinos que encabezan la protesta contra los parquímetros de los distritos madrileños de Carabanchel, Fuencarral y Hortaleza lamentaban, irónicamente, "que no haya una baronesa, ni condesa, ni marquesa que apoye nuestras reivindicaciones", porque tal vez de ese modo el alcalde Alberto Ruiz Gallardón fuese más sensible a ellas, cuando de repente apartó el diario y se dijo: "Eso es, sumas dos y dos y te montas un negocio: como a la derecha siempre le ha gustado tratar bien a la nobleza y la nobleza últimamente no tiene mucho trabajo, se podría abrir una oficina de representación y alquiler de condes, marqueses y demás, que cobraran por su presencia en actos reivindicativos".
¿Qué le gustaría, tal vez una vizcondesa? Facturamos por hora o fracción, como los estacionamientos
O sea, que Juan Urbano ya se veía rico, con un automóvil Mercedes Benz en el garaje de su casa y un despacho de cien metros cuadrados de superficie en una de las torres de la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid Club de Fútbol; se veía caminando día y noche sobre moquetas tan mullidas que si se te caía un reloj tenías que hundir el brazo hasta el codo en ellas para encontrarlo, vestido con trajes de más de 1.500 euros y con siete teléfonos que no paraban de sonar encima de la mesa. "¿Dígame? Sí. De manera que un vertido ilegal en el río, ¿eh? Bueno, y ¿qué le gustaría: un barón, tal vez una vizcondesa? Facturamos por hora o fracción, como los estacionamientos. Ahora mismo le informo de las tarifas".
Y, claro, las tarifas variaban dependiendo de una serie de factores, como las veces que el noble en cuestión saliera en la revista Hola cada mes, o con quién estuviera casado, o la cantidad de horas de telebasura que se le dedicase anualmente.
La conclusión a la que llegó Juan Urbano fue que, en realidad, esa agencia nunca podría llevar los asuntos de la baronesa Thyssen. Porque, para ser justos, se es un poco injusto con Carmen Cervera.
Al fin y al cabo, es la mujer que ha hecho que la ciudad de Madrid tenga el museo Thyssen-Bornemisza, y en esta cuestión del eje Prado-Recoletos ella está, sin duda, del lado de la razón.
Porque tal vez haya quien crea que existen ayudas que no pueden aceptarse, pero Juan Urbano, como buen aficionado a la filosofía, nunca olvidaba aquella frase de Juan de Mairena, el pensador apócrifo del poeta Antonio Machado, según la cual la verdad es siempre la verdad, "dígala Agamenón o su porquero". Porque, para Juan Urbano, lo que habían dicho algunas personas de la presencia de Carmen Cervera en la manifestación convocada, para protestar por el plan del Ayuntamiento, por Ecologistas en Acción demostraba que mucha gente se ha contagiado del estilo de hacer política que se gasta en nuestro país y que, básicamente, consiste en pensar justo lo contrario de lo que pensaba Juan de Mairena: la verdad sólo es la verdad si la dice nuestro Agamenón y si se le puede poner encima un sello con el anagrama de nuestro partido. Punto final.
Vale, es cierto que la baronesa Tita Cervera se presentó rodeada de guardaespaldas, lo cual fue más bien feo, pero también es indiscutible que su actitud en todo este asunto ha ayudado a pararle los pies a otro proyecto devastador de las autoridades municipales, que continúan borrando Madrid del mapa, centímetro a centímetro.
"Sí, justo eso", se dijo Juan, "porque a veces las reformas son lo contrario de la memoria, y un lugar como el Paseo del Prado es un fragmento de la memoria de los ciudadanos, que, por otra parte, ya están hartos de que les reconstruyan la mirada".
"Eso es, ser de Madrid es tener la mirada en obras", remató, mientras se sentaba en una terraza de la plaza Mayor para tomar un café y seguir leyendo La rebelión de las masas, que era el libro que lo tenía entre las manos desde hacía un tiempo. Sí, han leído bien, el libro lo tenía a él, como debe ser. A otros les tienen otras cosas, como un carné o una bandera, y eso es peor.
"Pues te voy a decir algo", pensó Juan urbano, como si hablase con otro, "me da igual qué mano pare las motosierras y cuánto valgan los anillos que lleve en los dedos. Si eso ayuda a salvar los maravillosos árboles que quiere talar el Ayuntamiento, bienvenida sea su ayuda".
Y mientras deseaba que ni ahora ni nunca la militancia fuese un atajo a la intolerancia, le hizo una seña al camarero y se puso a pensar en su chica maravillosa, que para él siempre sería su única bandera.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.