Pensamientos únicos
¿Quién no ha despotricado en contra del pensamiento único? ¿Quién no ha escupido con desprecio mientras se confesaba enemigo del pensamiento único? ¿Por qué el pensamiento único es el único pensamiento que nos queda cuando no ya queda nada por decir?
Hagamos autocrítica: todos lo rechazamos. Por eso el pensamiento único, a efectos de forma, resulta empalagoso y, a efectos de fondo, se ha convertido en uno de los conceptos más imprecisos que quepa imaginar. Todos nos situamos al margen del pensamiento único, lo cual supone que allí no habita aparentemente nadie. El pensamiento único es un territorio deshabitado: nadie sabe muy bien qué aspecto tiene ni qué demonios ocurre cuando se vive dentro de él. ¿Cuál es el fondo del pensamiento único? ¿La ideología de los idiotas? No es fácil precisarlo, porque todos los idiotas que conocemos también hablan con desapego del pensamiento único y afirman posicionarse en contra de él.
Lo más problemático es identificar los verdaderos contenidos de tal pensamiento. Siguiendo con la autocrítica: yo hablé de pensamiento único en los tiempos de Aznar, cuando movía el dial radiofónico o zapeaba en el manglar televisivo y sólo encontraba a apologistas del célebre titán de Quintanilla. Claro que el mercado del pensamiento único cuenta con otras variedades. Está el pensamiento único del neoliberalismo, sobre el que echan pestes socialistas, comunistas, anarquistas y otras hierbas. Los de derechas reprochan al progresismo haberse convertido en pensamiento único. Está el pensamiento único que extiende el nacionalismo vasco en el País idem; o el pensamiento único que los nacionalismos periféricos han impuesto a la maltrecha España, con la vil complicidad de Zapatero. Para los comunistas la socialdemocracia alienta el pensamiento único. No dudaríamos en decir que Hitler o Stalin impusieron el pensamiento único. Pensamiento único existe en materia religiosa, ya que en los países musulmanes impera el pensamiento único o el Islam pretende, a la larga, someternos al pensamiento único.
El lenguaje da cobertura al pensamiento único machista, aunque se debe reconocer que el feminismo, como pensamiento único, alcanza extremos prodigiosos. En efecto, pensamiento único, aquí y allá. El aznarismo impuso el pensamiento único. La izquierda difunde el pensamiento único. El Islam persigue el pensamiento único. El libre mercado, y las multinacionales, y el pensamiento único. El pensamiento único y los campos de concentración. Micky Mouse y el pensamiento único.
Pero algo hay de positivo en tanta y tan cómica protesta, al menos para los que pensamos que el verdadero valor de las ideas es estético. La resistencia al pensamiento único, por más que se reduzca a una escenografía, habla de lo mejor de nuestra herencia cultural. Hemos sido educados en el prestigio de la opinión propia, en la afirmación individual, en la fascinación que suscita el disidente. A partir de la Ilustración, el arquetipo del que piensa "por sí mismo", aquel que no se somete a lo mayoritario, reúne tal prestigio que todos corremos a considerarnos un acabado ejemplo de esa especie. Esta extensión de la disidencia (aunque sea hasta el punto de anularla) resulta saludable como orientación moral. Hay civilizaciones donde la educación busca explícitamente borrar la individualidad de los sujetos y otras donde cualquier salida de tono, en lo social o en lo ideológico, se considera una extravagancia.
En Europa la mayoría nos consideramos (sin mejores argumentos probatorios) al margen de la corriente dominante. Es decir, la verdadera corriente dominante es la de los tipos que se creen al margen de la corriente dominante. No deja de tener cierto interés una sociedad donde nadar contracorriente despierta un irresistible magnetismo. Por cierto, aprovecho la ocasión para declarar que yo, en contra de las masas, he decidido instalarme en el verdadero pensamiento único. El único que es mío. Espero que se entiendan las razones.
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