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Tribuna
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Excesos

Tengo la impresión de que los tiempos que se avecinan no son buenos. Me refiero en cuanto a resultados de la economía y su repercusión. Los políticos, por lo que se refiere a los foros donde se cuece el destino del país: las sedes de los grandes partidos estatales, el Congreso de los Diputados o el Senado, reconocido por ellos, son conscientes de que la economía está ausente de sus debates y de los principales polos de atención. Los políticos, según todos los indicios, pasan de la economía. Trasladando este escenario a la Comunidad Valenciana nos encontramos con un panorama sombrío. La agricultura no augura la recuperación de los mejores tiempos. Si fuéramos objetivos, sinceros y respetuosos con nuestro pasado, reconoceríamos que las naranjas, las cebollas, las patatas y el vino han sido determinantes para que los valencianos, desde el Cenia al Segura seamos cuanto somos. Y esa realidad, pese a todo, nos ha marcado en nuestro devenir. Han sido determinantes las sociedades por acciones, el ferrocarril -y antes la máquina de vapor-, la seda, la industria -pesada y manufacturera-, la innovación, los azulejos, junto con la industria automovilística y sus proveedores, sin olvidar el cemento, la siderurgia, el textil o el mueble.

Ahora, no nos debe ocupar, tanto lo que fuimos, sino lo que vamos a ser. El turismo puede ser un señuelo que nos llegue a deslumbrar y por consecuencia, podría hacer descarrilar la locomotora económica de la Comunidad Valenciana. Pero, ¿para qué sirve una locomotora si no es capaz de arrastrar a todo un tren de oportunidades y alternativas? Los empresarios y los profesionales son elementos destacados en el impulso de una sociedad que siente sus posibilidades y cree en ellas. Sin embargo no se llegará muy lejos si no se cuenta con organizaciones, entidades, asociaciones y órganos de representación que tengan muy clara su unión. La mayor parte de los logros políticos y económicos se consiguen a través de plataformas colectivas. Cada vez, en mayor medida, el individuo puede menos porque son las asociaciones las que tienen que canalizar los movimientos, las carencias y los desafíos en una sociedad que muestra síntomas de cansancio. El modelo europeo parece que se está agotando: Alemania, Francia e Italia, por un lado y Gran Bretaña e Irlanda, alineados con Estados Unidos, se enfrentan a situaciones críticas por muy diferentes motivos.

Afrontamos la necesidad de controlar y limitar nuestros propios excesos. La construcción desordenada e invasiva, la saturación del tráfico por carretera, el desmadre presupuestario, el endeudamiento preocupante de las familias y de las entidades públicas, la inclinación preponderante hacia el sector turístico y la tendencia hacia la introspección que se deriva del comportamiento de los agentes económicos, conducen a la economía valenciana hacia un angosto callejón del que es muy difícil encontrar los resortes que necesita para ser realmente competitiva. Ahora los excesos liberales ya no son la pauta a seguir. Se habla cada vez más de la responsabilidad social en el seno de las empresas. Y sobre todo cada vez aparece como más evidente que cualquier unidad de negocio, por emergente que sea, necesita sentirse arropada por un tejido empresarial que la defienda y en el que ciertamente se sienta asistida en sus relaciones externas como perteneciente a un colectivo empresarial, capaz de pensar y actuar en planteamientos de conjunto que le permitan ir más allá de su propia dimensión.

Las Cámaras de Comercio en toda España están culminando su proceso electoral, para afrontar una nueva etapa de cuatro años, en los que se habrá superado la primera década del siglo XXI. No son tiempos fáciles y las Cámaras de Comercio, Industria y Navegación pueden contribuir a clarificar una urdimbre empresarial donde no se imponga la ley del más fuerte, en un mundo cambiante donde los más poderosos cada vez permanecen más ocultos.

Las Cámaras de Comercio, que han sobrepasado largamente su primer centenario de vida, tienen ante sí un reto decisivo. Es urgente que las Cámaras prosigan por su camino sin injerencias externas. Más de cien años contemplan la trayectoria de estas instituciones que nacieron siendo de pertenencia voluntaria para pasar en 1911 a la adscripción obligatoria que ha pasado por diversas vicisitudes.

Aún después de la sentencia del Tribunal Constitucional (1996), a favor de la pertenencia y pago de cuotas obligatorias, no dejan de alzarse voces disidentes y críticas con respecto a la naturaleza de las Cámaras. Las Cámaras han encontrado oposición en organizaciones empresariales, sindicatos, partidos y otros núcleos de decisión donde la envidia y los celos, que son un exceso en sí mismos, motivan una guerra sin cuartel, donde las actitudes personales tienen mucho que ver. Los ataques casi siempre arrecian en épocas de debilidad y presagian la recuperación de un tiempo perdido que nunca se parecerá al anterior, aunque siempre podría superarlo.

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