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Columna
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La ciudad y los muertos

Podrían decir, aunque con un sentido alterado, lo que Paul Valéry: "Sur les maisons des morts mon ombre passe". Rita Barberá y su concejal María Jesús Puchalt no habitan el poético cementerio marino de Sète sino que se mueven por el Cementerio General de Valencia como elefantas en una cacharrería. Su sombra, efectivamente, pasa sobre la fosa común de esos muertos que no merecen respeto porque, así lo creen ellas, no son "de los nuestros". Rojos y republicanos represaliados tras la guerra civil, desconocidos y abandonados, descreídos y librepensadores, judíos y masones, quedan fuera del excluyente universo mental de la alcaldesa de Valencia, cuya sensibilidad por la memoria es tan estricta que pretende levantar, sin el más mínimo atisbo de remordimiento, unos bloques de nichos sobre la tierra que alberga a tanto desamparado de la historia, en un acto simbólico de involutario y atroz significado. Porque Barberá en eso no hace distinciones y actúa con la misma prepotencia indolente hacia los vivos que hacia los muertos. La ciudad, para ella, es un espacio simbólico del que "los suyos", como antes hicieron durante siglos, se apropian sin complejos desde hace una década y media, sean constructores, falleros, especuladores del folclore o negociantes de la procesión y la liturgia. Valencia se ha convertido en estos años en una ciudad oculta, atrapada por la mediocridad de su arquitectura y su urbanismo, tras la propaganda del plató de la Ciudad de las Artes y sus gigantescos decorados. El próximo encuentro vaticano de la familia se emitirá, quiero decir que se celebrará, en ese preciso escenario, en formato de espectáculo audiovisual a cuyo servicio se pone todo el aparato institucional y urbano. Mientras se rueda el spot con el Papa de protagonista, los muertos de la fosa común, como los vivos de tanto barrio cutre, sólo merecen el olvido. "Ya no quedan restos", vino a decir la concejal en el pleno ante las quejas de la oposición de izquierdas por lo del cementerio. "Ya no quedan rojos", debió pensar la alcaldesa, que ha logrado reducir a los vecinos a la condición de figurantes de un simulacro que nada tiene que ver con aquella ciudad de la complejidad y de los ciudadanos, fruto de la combinación plural de heterogéneos grupos humanos, que Jane Jacobs propugnó en la década de los sesenta. ¿Una ciudad propiedad de los ciudadanos? La autora de La vida y la muerte en las grandes ciudades americanas falleció en Toronto la semana pasada a los 89 años. Su idea vibrante de una urbe reconciliada con su gente y su pasado todavía da frutos. A Rita Barberá le trae sin ciudado.

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