Nacionalidades
Como extranjero que ha adoptado España como su país, veo el problema de las nacionalidades de una forma quizá más desapasionada y desencantada, pero unas reflexiones me parecen de interés general.
Creo que cabría separar tres cuestiones que a menudo se confunden: el respeto a la diversidad lingüística y cultural, la autonomía impositiva y el fervor independentista que a veces se ampara detrás de declaraciones de realidad nacional.
La primera es una demanda natural y comprensible, y el Estado debería darle satisfacción plena.
La autonomía impositiva es un problema económico importante para todas las naciones: no tiene una solución final, sino un proceso continuo de negociación y ajuste.
El independentismo parece, estos días, cuando menos anacrónico. En esta era de globalización, en que las grandes empresas y las organizaciones que no son expresión de una voluntad popular a través del voto -como el OMC- van asumiendo poderes gubernamentales, el Estado es una de la pocas estructuras democráticas lo bastante fuertes como para permitirnos -de una forma imperfecta, por supuesto- ejercer nuestra libertad política. Debilitar el Estado nacional y reemplazarlo por entidades más fragmentadas y con menor fuerza facilitará una mayor homogeneización cultural y económica a nivel mundial, provocando exactamente el efecto contrario de la diversidad cultural de la que los independentistas se proclaman fervientes defensores.