Sesión de córvidos en las Cortes
Por lo que han contado los cronistas, el miércoles pasado PP y PSPV se enzarzaron en una bronca sin antecedentes memorables en el libro de sesiones. Los señores diputados han sido y son gentes apacibles, a menudo notables por sus deficiencias retóricas, pero raramente agresivas. Si andamos de algo sobrados es de cortesía parlamentaria, troquelada a mayor abundamiento por un reglamento que no deja margen a la algarada ni a la improvisación, lo que tampoco contribuye al cultivo de la elocuencia. Y no lo censuramos, pues, al fin y al cabo, el hemiciclo no ha de ser un circo para el lucimiento de los gárrulos. Nuestras señorías no son así. Por lo común, prefieren leer la prensa mientras se consumen los turnos en la tribuna de oradores, por describirla de alguna manera.
El miércoles, decíamos, el sopor fue aventado de forma inhabitual por un rifirrafe que no incendió el monte, aunque, eso sí, achicharró el crédito de la vicepresidenta de la Cámara, la popular Maira Barrieras, a la que le tocó la china y se mostró incapaz de apaciguar el desmadre de los diputados. El presidente Julio de España ya sabe que no podrá alejarse de la poltrona, ni siquiera para atender las eventuales necesidades de la próstata, no sea que se le soliviante el personal, más crecido cada día por los preludios electorales. Y es que el oficio, decimos de don Julio, no se improvisa: requiere, como es su caso, haber actuado en muchas plazas.
Aunque las riñas una vez trabadas confunden sus propias causas, pues concurren motivos inexpresados, todo comenzó por una pregunta de la socialista Nuria Espí acerca de las responsabilidades políticas por el incendio de la residencia de Massamagrell en el que perecieron cinco ancianos. Una pregunta pertinente por la magnitud del episodio, al margen de la más que dudosa rentabilidad que acabe dando en las urnas. Pero fue como un puñado de sal en la herida abierta
Ahí fue Troya. La consejera, que pudo dar una larga cambiada aduciendo la razón cierta del accidente, tan desgraciado como fortuito según parece, optó por revolverse airadamente, sacando a colación más muertos: los del 11-M, que desde la óptica del PP sirvieron para provocar el último vuelco electoral en la Moncloa. Imaginamos que ella no se lo cree, pero reproduce la doctrina oficial de su partido, que probablemente contiene parte de verdad, pero obvia las mentiras con que pretendieron hacernos pensar en el terrorismo etarra cuando el culpable era musulmán. Y todo ello, aludimos al alboroto en las Cortes, aderezado con dicterios que dejaban en pañales al más desahogado de los parlamentarios, el socialista Segundo Bru, portavoz que fuera de su grupo en los primeros años de los 90.
Convertida en pitanza para los córvidos -¿o deberíamos hablar de córvidas?- la sesión de Cortes que glosamos quedó en mero ruido necrófilo. A lo peor no procedía otra cosa, habida cuenta de la orden del día, el estado de ánimos y el propósito prevalente de zaherirse los dos grandes partidos. Pero, en todo caso, si se perdió, habría que recuperar la oportunidad de debatir las bondades y déficit de la política de bienestar social que está en la raíz de las tragedias y dramas que a diario acontecen sin trascendencia mediática ni fiscalización parlamentaria. Si algo interesa al ciudadano es los progresos en este capítulo y no las trifulcas más o menos ácidas o ingeniosas de los diputados.
Llegado tal debate, si llegare, podríamos conocer los avances reales conseguidos en este capítulo, del que el PP se enorgullece debido al incremento de la financiación que se ha registrado desde que gobierna y el índice de cobertura a los mayores de 65 años. Son cifras verificables que la oposición puede rebatir proponiendo alternativas con más acento social. Por ejemplo, en punto a la atención a la tercera edad, que estuvo en el meollo de la disputa por el referido y luctuoso suceso, podría pedirse cuentas de la calidad de la atención en los centros públicos y concertados, atendidos por lo general con personal médico, a menudo en precario y mal pagado, además de faltos de inspecciones por la carencia de personal capacitado para este cometido. Pero comprendemos que estos asuntos son menos llamativos que imprecarse unos y otros de "asesinos".
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