El cuarto de las herramientas
Alguna vez se plantea cómo se llega a pensar y escribir filosóficamente. Cuando salen a la luz los apuntes de un filósofo parece como si pudiéramos acceder al ámbito privado en que se supone que se alumbran las ideas. Resurge así la infundada esperanza de que esa pregunta hallará una respuesta satisfactoria. Sin embargo, la lectura de apuntes filosóficos es siempre un tanto decepcionante. Por esmerada que sea su edición -como en este caso-, tarde o temprano, se tiene la impresión de revolver entre las pertenencias de un muerto: todo está allí, tal como el (o la) ausente lo ha dejado, pero falta el sentido que unifica esas anotaciones, la pauta que jerarquiza y que al final permitiría comprender las notas en una forma consistente; o bien esa pauta asoma aquí y allá, esporádicamente, pero sólo como un fantasma inapresable y efímero. Derrida expuso esta frustración de forma palmaria demostrando que ninguna hermenéutica, por sofisticada o exhaustiva que sea, logrará revelar el sentido de aquella enigmática anotación póstuma de Nietzsche escrita entre comillas: "He olvidado mi paraguas".
DIARIO FILOSÓFICO 1950-1973
Hannah Arendt
Edición de Úrsula Ludz
e Ingeborg Nordmann
Prólogo de Fina Birulés Traducción de Raúl Gabás Herder. Barcelona 2006
2 volúmenes
1.172 páginas. 113,46 euros
Como alternativa a esta experiencia algo frustrante, el lector que se asoma al taller de algún filósofo renombrado se da a fisgonear e inevitablemente se comporta como un fetichista jamesiano. Como excusa dice que lo hace para encontrar las claves de su pensamiento aunque de antemano sabe que esas claves están en otra parte y, con toda seguridad, en la obra publicada. ¿Qué busca entonces? En realidad quiere saber qué leía, cómo trabajaba y en qué se fijaba su autor, cómo llegaba a pensar como pensaba. ¿Para qué? Seguramente para vampirizarlo.
Pero ¿qué sería de la filosofía sin la labor de los fisgones?
La publicación de estos cuader
nos tiene pues algo de fisgoneo pero es una extraordinaria iniciativa editorial, y el trabajo de las editoras Úrsula Ludz e Ingeborg Nordmann, un minucioso estudio filológico de multitud de fuentes y referencias del pensamiento de Hannah Arendt entre los años 1950 y 1973, el periodo de su vida intelectual que se registra en estos cuadernos. Se ha llamado a esta edición "diario" aunque lo único que la asimila al género es la continuidad de las anotaciones, puesto que la periodicidad de las notas es mensual y la composición del libro -espléndidamente editado, por cierto- no se parece en absoluto a un dietario o a un texto íntimo o confesional, sea o no de contenido filosófico. La escritura de Arendt es de un extremo recato, libre de toda tentación intimista, ceñida al mismo tono de ascética distancia sobre los textos y sobre la propia experiencia y la reflexión; y por otra parte -como no podía ser de otro modo tratándose de una pensadora tan aristotélica como Arendt- su pensamiento no tiene claves ocultas. Así pues, al leer estas anotaciones, más que hurgar en un diario que muestra una filosofía en proceso, tenemos la impresión de entrar en el cuarto de las herramientas de una pensadora que, por lo demás, era muy ordenada.
Arendt lee y comenta a los grandes clásicos de la filosofía política -según observan las editoras- tras la trilogía Los orígenes del totalitarismo. Los cuadernos contienen el rastro de su reencuentro con la filosofía política de la antigüedad clásica, cuyos autores visita y revisita repetidas veces mientras discute con los clásicos modernos a tenor de su característico programa de refundación de la política. Una parte considerable de las notas -la más nutrida- está formada por transcripciones de lecturas, paráfrasis y comentarios de textos, muchas veces citados en sus lenguas originales, en griego, en latín y en algunas lenguas modernas, sobre todo en inglés, lengua de adopción tras la emigración a Estados Unidos. Vuelve una y otra vez sobre los mismos temas: la definición de la política a partir del enigma de la convivencialidad, las fuentes de la libertad, la causalidad, las diferencias con Marx, la senda de la injusticia, etcétera, y sus lecturas recaban en la obra de Platón, Kant, Nietzsche, Hegel y Heidegger, principalmente. De vez en cuando despuntan definiciones a la manera socrática, y largas elucubraciones en el tono de los grandes moralistas romanos sobre cuestiones de ética y metafísica, pero llama la atención la ausencia de alusiones cotidianas o políticas explícitas, y las pocas referencias literarias. De vez en cuando algún poema de Rilke, un pasaje de Goethe, Dinesen, alguna referencia al admirado Broch y, de pronto, inadvertidamente, Faulkner.
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