El lecho del faquir
Cuando apenas se ha secado la tinta de los últimos ceses y nombramientos en el seno del Gobierno de la Generalitat, ¿cuál es la atmósfera, cuál el ambiente que impera entre los socios de la coalición tripartita? Pues no demasiado plácidos, a juzgar ya no por las ausencias y los desplantes en el momento del relevo, sino por diversas declaraciones y tomas de posición formuladas desde el pasado fin de semana. Veamos.
De un lado, el viceprimer secretario socialista, Miquel Iceta, reconocía en una entrevista dominical que, dentro del PSC y a la hora de planear la próxima legislatura, no todo el mundo está de acuerdo en repetir la fórmula del tripartito, porque gobernar con Esquerra Republicana es "incómodo". Por su parte, el hasta ahora vértice más discreto del triángulo gobernante, Iniciativa per Catalunya Verds, se ha soltado la lengua: no sólo expresa un "profundo malestar" ante el cese "injusto" de Salvador Milà en la cartera de Medio Ambiente, sino que se declara "harta" ante la falta de liderazgo y de "cultura de coalición" de Maragall, al que altos responsables ecosocialistas acusan, clara y abiertamente, de "llevar el tripartito a la ruina".
Desde Esquerra, y aunque los republicanos consideran que la crisis ha legitimado su rechazo al Estatuto del 30 de marzo, el presidente del partido, Josep Lluís Carod Rovira admitía en otra entrevista: "Votemos lo que votemos el 18 de junio, nos sentiremos incómodos y nada contentos". La incomodidad, de todos modos, tiene grados, y la de los militantes más cercanos al destituido consejero Joan Carretero debe de ser máxima, puesto que la federación del Alt Pirineu de ERC aprobó el sábado hacer campaña por el no al Estatuto y pedir la ruptura del tripartito y la convocatoria de elecciones anticipadas. Sus argumentos son "el menosprecio reiterado del PSC-PSOE hacia los representantes de Esquerra" y la convicción de que la permanencia de ésta en el Gobierno de Maragall les "somete a un desgaste continuado".
"Incomodidad", "malestar", "hartazgo", "menosprecio", "desgaste", "ruina"..., al menos para una porción importante de los cuadros del PSC, de ICV y de ERC, la alianza de gobierno que comparten se ha convertido, al parecer, en una cama erizada de púas y cristales cortantes sobre la que cualquier movimiento resulta doloroso, algo así como el lecho de un faquir. Sin embargo, el máximo responsable y mascarón de proa del invento, el presidente Pasqual Maragall, prefiere -si atendemos a la entrevista que concedió a EL PAÍS el pasado domingo- minimizar esa realidad y echar la culpa al mensajero: el problema son ciertos diarios, que hurgan demasiado en las contradicciones del tripartito... Comoquiera que sea, la agenda política de los próximos meses -las campañas institucionales y de cada partido ante el referéndum estatutario, luego las interpretaciones y explotaciones divergentes de los resultados de éste- no permite augurar que tales contradicciones desaparezcan. Ello sin contar los imprevistos, esos incidents de parcours a los que el actual Gobierno es tan proclive.
Pero incluso si no hubiera nuevos sobresaltos, si el Dragon Khan del que habló el entonces consejero Carretero se transformase hoy en un inocente tiovivo, el daño ya está hecho. Lo que quiero decir es que, tras casi dos años y medio de gestión, será muy difícil que en el futuro inmediato este Gobierno se quite de encima la imagen de jaula de grillos o de camarote de los hermanos Marx, que deje de dar la impresión de un aglomerado de taifas celosas de su territorio respectivo y desconfiadas con el vecino. Aun echando a un lado el embrollo del Estatuto, es público y notorio que algunos de los compromisos estratégicos del Pacto del Tinell (la nueva ordenación territorial de Cataluña, la ley electoral...) han tenido que ser congelados por falta de consenso entre los tres grupos gobernantes, como lo es que importantes reformas de carácter social (en los ámbitos de la sanidad y la educación, por ejemplo) están hallando serio rechazo entre los sectores concernidos.
No, ello no compone en modo alguno el panorama apocalíptico, de bochorno, parálisis y desgobierno que a veces describe la oposición. Ahora bien, esta realidad embarullada, confusa y estomagante para la opinión pública, este gobernar en orden disperso, este descrédito de la autoridad institucional, se hallan muy, muy, muy lejos de las grandes expectativas que una buena mitad de la ciudadanía y del electorado catalanes concibieron allá por diciembre de 2003. Y ante tan flagrante evidencia, echo de menos un ejercicio que se suponía inherente a la cultura política de las izquierdas: la autocrítica. ¿Hay alguien, dentro del Gobierno catalanista i d'esquerres o de los partidos que lo sostienen, que esté reflexionando seriamente sobre aquello que se ha hecho mal, que se dedique a inventariar y analizar los errores cometidos desde el Pacto del Tinell hasta la crisis de Pascua, que estudie el modo de no repetirlos, sobre todo en la hipotética perspectiva de mantener la fórmula tripartita una segunda legislatura? Parece que el consejo nacional de Iniciativa Verds ha empezado a hacerlo; enhorabuena, y que cunda el ejemplo.
Claro que, antes de abordar la autocrítica, es preciso haber admitido la existencia de algún error, y el presidente Maragall se muestra reacio a dar este paso. A la luz de sus últimas declaraciones periodísticas, se diría que las dificultades y los sustos, accidentes e incidentes del tripartito obedecen a una conjunción astral desfavorable, o a inclemencias meteorológicas, o a la mera inexperiencia. Como un faquir insensible a los pinchazos, o como un don Tancredo inmóvil ante el toro, Maragall parece creer que, si se abstrae de los peligros y las contradicciones que le acechan, éstos acabarán por disiparse.
Joan B. Culla i Clarà es historiador.
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