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Columna
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Raca-raca

Lo malo de tener una idea es tener sólo una. El lehendakari Ibarretxe quiere convocar, sin pasar por las Cortes, una consulta sobre la forma de plasmar el derecho a decidir que acuerden los partidos vascos, según declaró el pasado viernes en un encuentro con periodistas en el que presentó su guión para el proceso de paz. Confirmaba así su precipitada decisión de sacar del armario, nada más conocerse el alto el fuego, el raca-raca del plan Ibarretxe, guardado desde las elecciones autonómicas de 2005.

Según una idea con firmes defensores entre expertos en teoría de juegos, los fracasos de anteriores intentos de pacificación por vía de pacto se debieron a que en los mismos nunca se implicaron simultáneamente los tres agentes afectados: Gobierno de España, Gobierno vasco y ETA-Batasuna. Unas veces faltaba ETA (Pacto de Ajuria Enea), otras Vitoria (Argel), otras Madrid (Lizarra; plan Ardanza). Ahora se plantea entre el Gobierno socialista y ETA-Batasuna, pero casi nadie duda de la importancia de la implicación del nacionalismo gobernante. Entre otras cosas para legitimar las instituciones democráticas realmente existentes en Euskadi, y sobre todo para deslegitimar las pretensiones impositivas de los que todavía no están seguros de si quieren abandonar definitivamente la coacción. La ilegalización de Batasuna hizo valorar a algunos de sus dirigentes lo que la democracia que combatían garantiza, según testimonio de Txema Montero, cocinero antes que fraile. Ahora están aprendiendo, con irregular aprovechamiento, la distancia entre los dogmas eufóricos y las reglas de juego democráticas; y entre el conchabeo y el Estado de derecho. Necesitan aprender que ningún Gobierno puede saltarse la ley o dar órdenes a los jueces para que lo hagan.

La actitud de Imaz como máximo dirigente del PNV es al respecto más clara que la del lehendakari. Imaz no sólo plantea la necesidad, "por coherencia democrática", de separar el fin de la violencia de cualquier reivindicación política, sino que está respondiendo a los desplantes de Batasuna e interpelando a ETA sobre el carácter incondicional de su renuncia a la violencia. Mientras que Ibarretxe se negó expresamente a comentar la exigencia que le había planteado Otegi: que la Ertzaintza deje de detener a miembros de la izquierda abertzale (por ejemplo, a los que venden bonos de ETA; ¿y a los que incendian ferreterías?). Pero lo más sorprendente fue que asumió, incluso en la expresión, el reto de Otegi de que si otros estaban verificando el alto el fuego de ETA, él quería hacer la "verificación democrática" de si "los Estados" aceptarían lo que decidan los vascos.

El problema del lehendakari es que carece de respuestas a ese y otros desafíos de Batasuna porque su propio artefacto es un desafío a la lógica democrática y al Estado de derecho. Lo que llama derecho a decidir, eufemismo de autodeterminación, es una aspiración nacionalista, no un derecho que reconozcan las leyes. Y la libertad es el derecho a hacer lo que las leyes permiten, no lo que alguien considere su derecho. Y si alguien se ha negado a aceptar lo decidido por los vascos ha sido ETA y su brazo político, que rechazaron (a tiros) la adhesión mayoritaria al Estatuto de Gernika. Por supuesto que éste es reformable, pero siguiendo las reglas de juego, no inventándose unas para la ocasión, como pretendía el plan Ibarretxe. Entre esas reglas figura la fórmula que combina la propuesta del Parlamento vasco, la aprobación por las Cortes y la ratificación por el censo vasco en referéndum. La supresión de la intervención de Las Cortes no sólo es un desafío a la legalidad, sino a la lógica del Estado autonómico; incluso si se acepta una negociación ulterior para decidir cómo se plasma en el ordenamiento lo acordado en Euskadi, la consulta popular previa sería una coraza que haría políticamente inviable la introducción de cambios.

Tras el rechazo por Las Cortes del plan Ibarretxe, el lehendakari respondió con el desafío de unas elecciones anticipadas con el compromiso de convocar, si obtenía mayoría suficiente, su consulta soberanista. Los malos resultados le hicieron desistir. Por suerte, porque tal consulta habría tenido que ser suspendida por el Gobierno central, y no es difícil de imaginar cómo habría interpretado ETA esa situación. Por ello, más que observatorios y nuevos planes como el que ayer anunció, la contribución principal a la paz que podría hacer el lehendakari es dejar de jugar con artefactos tan peligrosos.

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