¡Qué gran decepción!
Mientras esta ganadería siga siendo una de las favoritas de los toreros, y su propietario uno de los taurinos más influyentes y reconocidos, que imparte doctrina en respetables foros, esta fiesta corre un gravísimo peligro de desaparición. Mientras las figuras acudan a ferias importantes con la esperanza de que toque la flauta del toro artista, ellos y no otros se erigen en los grandes enemigos del espectáculo. Mientras la afición sevillana, tan respetable ella, aplauda casi unánimemente a un picador por no picar -ayer, la ovación la recibió Luis Alberto Parrón, quien, prácticamente, no llegó a hacer sangre al tercer toro-, ovacione en el arrastre a un toro inválido y descastado como fue el cuarto, se emocione con una faena bonita de enfermero inteligente, como la que realizó Ponce a ese mismo toro, y se ponga en pie para mostrar su admiración a Rivera por tres pares de banderillas aseados, algo muy grave está minando el corazón mismo de esta fiesta.
Domecq / Ponce, Rivera, El Cid
Toros de Juan Pedro Domecq, el quinto como sobrero, justos de presentación, inválidos, nobles, sosos y descastados. Enrique Ponce: bajonazo (silencio); estocada baja (oreja). Rivera Ordóñez: cinco pinchazos y un descabello (silencio); cuatro descabellos y estocada (silencio). El Cid: estocada atravesada y un descabello (ovación); tres pinchazos -aviso-, pinchazo y un descabello (silencio). Plaza de la Maestranza, 25 de abril. 10ª corrida de feria. Lleno.
Que nadie se engañe. El enemigo está dentro y nos tiene rodeados. Con estos taurinos -ganaderos y toreros- no son necesarios conservadores animalistas, ni políticos protectores, ni campañas abolicionistas. Con estos taurinos y la colaboración necesaria de una afición que da muestras de no ser ni sombra de lo que fue, esto se acaba.
La corrida de Juan Pedro Domecq fue, sencillamente, infame. Nobilísima, eso sí, artista se supone que también, pero inválida, descastada, boba, amorfa y tullida. La corrida, que no fue picada, se convirtió en la manifestación del antitoro. Y así es imposible que surja la emoción que da vida a este espectáculo. Porque todo lo demás es un engaño. Todo lo demás es un vano triunfalismo y un denostable conformismo.
Así las cosas, no hubo la competencia esperada entre Ponce y El Cid. Ni duelo al sol ni en la cumbre, sino un velatorio por los toros fenecidos que ellos exigieron para engañarse a sí mismos. Este toro de Juan Pedro Domecq no sirve; no tiene poder, ni fiereza, ni casta. Este toro es un muerto en vida que sólo provoca lástima y pena.
Por eso, más que tres figuras, en la Maestranza hubo tres enfermeros, expertos en cuidados intensivos. El más especializado, Enrique Ponce, que fue recibido con una ovación al romperse el paseíllo como reconocimiento a un intensa labor como doctor en tauromaquia del domingo, y cortó una oreja por sus conocimientos de enfermería. Inteligente y técnico en todo momento, su labor al cuarto, que brindó al respetable a modo de agradecimiento, fue bonita, cargada de detalles toreros, muy cuidada y medida, pero emocionante sólo para espectadores modernos porque, sin desmerecer al torero, lo que tenía delante era un corderito inválido. Un par de redondos, acaso un natural bien dibujado y buenas intenciones fue su balance ante el primero.
Rivera emborronó con la espada una labor decidida ante dos inválidos. Banderilleó con facilidad al quinto y se lo cantaron como algo grande.
Y se equivocó El Cid al elegir a estos toros. Ya se sabe que es fácil acertar ahora, pero el error es del torero. Su toreo exige el toro al que pueda someter con su poderosa muleta. Brindó el tercero, que duró muy poco, sólo un par de tandas en redondo, y arrancó varios naturales largos y templados al parado sexto. Acabó su feria con un pobre balance.
Aviso para navegantes: si la afición no reprende a ganaderos como el de ayer y toreros tan cómodos, el final estará cerca. Porque estos antitaurinos nos tienen rodeados. ¡Socorro...!
Babelia
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