_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Kemp, Maclean y el 'Zürcher Zeitung'

Perdí de pista al pequeño de los Ramadami, mi querido Agim, hace ya casi diez años y me cuentan que ha de vivir hoy en Nueva York hecho un millonario, si no lo han matado antiguos amigos y por supuesto compatriotas. Siempre fue compañero incondicional, tierno, buen hijo y luchador como exige la sangre a algunos clanes albaneses y en todo caso a ellos, a la inmensa tribu de tosks de Agim que hoy pululan tanto por el Bronx, como en Nueva Jersey, zonas de Tirana, inhóspitas o fieramente sofisticadas, en las montañas malditas que vuelcan al Kosovo, al campo de los Mirlos de Pec y Prizren en el norte y a la gran sierra oriental hacia la Macedonia de Tetovo. Ayer, un diario que los Ramadami jamás leerán, el Neue Zürcher Zeitung, describía toda una ceremonia de dignidad en Rumania por las víctimas del comunismo. Ese serenamente maravilloso diario hacía un gran homenaje a las víctimas de una ideología que aún defienden obscenamente quienes condenan a sus clones nazis.

Los Ramadami cumplen al pie de la letra aquella sentencia máxima del legendario Peter Kemp que le pude escuchar cuando, ya octogenario, caminábamos juntos sobre cascotes ardientes en la ciudad de Shkodra. Los niños hacían palanca desesperadamente para romper una pared que seguía más o menos entera. "Los albaneses"-dijo aquel mi gran Kemp con la causticidad británica necesaria- "tienen la suficiente vocación y tradición destructora como para aniquilar a cualquier amigo o enemigo. Pero con el mensaje comunista todo resulta aparatosamente perfecto". Kemp, el jefe de operaciones especiales del Gobierno británico y enlace ante los partisanos durante la segunda Guerra Mundial, se había dedicado muchos años con máxima efectividad a generar cascotes masivamente por todo el país. Había volado puentes, casas y túneles, acribillado a balazos a decenas de alemanes y dirigido operaciones de represalia contra civiles que colaboraban con italianos o nazis. Después ya, al contrario que su compañero de armas Fitz-Roy Maclean, enlace de Churchill tan emocionado con Tito, Kemp se montó la guerra por su cuenta contra Enver Hoxha, pese a las órdenes del Estado Mayor británico. Por supuesto se convirtió también en enemigo de Tito y del ejército de asesores soviéticos que Stalin había enviado a la región.

Fitz-Roy Maclean era un genio británico de la palabra de ese siglo de decadencia que es el mejor que jamás tuvo el Imperio. Vino, como Kemp, antes de morir a los Balcanes de sus glorias, de su juventud y de su increíble vocación de hombre libre que sigue conmoviendo a quienes los conocieron y hoy leen. Maclean escribía mejor y desde luego era más petulante que Kemp. Y la petulancia iba pareja con el compromiso con las más estupendas soluciones para hacer casar los intereses de Churchill con los de Tito. Kemp supo que el Partido Comunista Albanés y las bandas con seudónimos estaban secuestrados por una ideología ya entonces tan criminal como aquella que combatían, la nazi, que había hecho proyecto industrial de la liquidación del individuo y el exterminio de las culturas. Kemp no quiso estar jamás en la foto de comunistas y nazis juntos repartiéndose Europa. Sabía que habría guerra entre los miserables. Pero no era para él la fotografía de Ribbentrop y Molotov la apuesta del futuro. Esa imagen habría de perseguir a Europa, a quienes aplaudieron y a quienes callaron por miedo o conveniencia. Como harán otras. Los nazis tienen, gracias a la victoria de 1945, garantizada la condena de toda la civilización. Que aún algunos se presenten a unas elecciones con un nombre de película de miedo como Refundación Comunista debiera avergonzar a un continente que aún no se ha liberado de sus fantasmas... En la sierra albanesa los comunistas solían hacer grandes hogueras y echar a los prisioneros en viejos barriles de combustible llenos de agua hirviendo hasta sacar los huesos blanquecinos y limpios de carne, atados por el cuello. Los Ramadami se acuerdan y llorarían de emoción ante el acto de dignidad de un periódico suizo recordando la tragedia de media Europa y recordando las miserias de tanta memoria selectiva.

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_