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Columna
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¿Latinoamérica avanza?

En numerosas paredes de oficinas y fábricas de la Argentina actual pueden verse carteles incluyendo las fotografías de todos los actuales dirigentes democráticos de los países latinoamericanos considerados como "de izquierdas": Michelle Bachelet, de Chile; Lula, de Brasil; Kirchner, de Argentina; Tabaré Vázquez, de Uruguay; Bebo Morales, de Bolivia; y Hugo Chávez, de Venezuela. Encabezado con una expresiva leyenda que lo resume todo: ¡avanzamos!

Quienes exhiben estos carteles son gente bienintencionada, sin duda. Muchos observadores en el continente creen que tras un largo periodo de penurias económicas, dependencia externa, partidos políticos inoperantes y oligarquías depredadoras, ha llegado por fin la hora del pueblo llano; de los trabajadores, los pobres, los indígenas y de todos cuantos se han sentido marginados durante lustros por culpa de unos gobiernos, tan democráticos en la forma, como corruptos e incompetentes en el contenido, actuando en la práctica como meros títeres sumisos del FMI, de la torpe estrategia norteamericana en el área, o del capitalismo multinacional más rancio.

Quizá no les falte parte de razón. Sin embargo, creo sinceramente que el problema del desarrollo en Latinoamérica no debería simplificarse tanto. Para empezar ya el mismo cartel resulta demasiado heterogéneo. Ni Bachelet debería estar al lado de Lula, Kirchner, o Tabaré; ni estos junto a Hugo Chávez y Bebo Morales. E incluso, si me apuran, ni siquiera el propio Morales debería permitir posar junto a Chávez. ¿De izquierdas? tal vez; pero en ningún caso todos en el mismo (y confuso) cesto.

Desde luego, para quienes se reclaman progresistas, en la terminología europea, resultaría bastante dudoso, cuando no arriesgado, aceptar sin matices que es la izquierda la que está tomando el poder en el continente. Al igual que ha ocurrido durante largo tiempo en la Italia de Berlusconi (ese maestro indiscutible del populismo de derechas), en Latinoamérica comienza también a extenderse una especie de populismo "de izquierdas", tan equivocado como aquél, que obtiene su alimento (como todos los populismos) en la falsa creencia de que existen soluciones simples a problemas extremadamente complejos, instrumentadas generalmente mediante un simple acto de voluntad del líder, apoyado casi siempre en el recurso fácil del "enemigo exterior", a quién obviamente se le responsabiliza de buena parte de los males que afectan al país.

Esto es lo que ha hecho Hugo Chávez con el petróleo, y es también, en cierto modo, lo que pretende Bebo Morales con el gas. Puesto que la energía está proporcionando rentas sustanciales de monopolio en los últimos años, estos dirigentes descubren que no resulta necesario, para obtener ingresos, embarcarse en un complicado programa de reformas económicas, implantar sistemas sólidos de garantías jurídicas a la inversión extranjera, luchar contra la corrupción, o apostar por programas a largo plazo que estimulen actividades productivas propias (como hizo correctamente Chile en su momento). Les basta simplemente con nacionalizar las fuentes energéticas y aplicar, con las regalías así obtenidas, medidas de choque visibles y de carácter inmediato.

La gran pregunta es qué ocurrirá cuando petróleo, o el gas, se agoten, o se produzca una inflexión a la baja de sus precios, y haya entonces que echar mano de los impuestos, como ocurre en cualquier país normal del mundo. ¿Dónde estará en ese momento la actividad productiva capaz de garantizar la continuidad en la acción del Estado? Una pregunta esencial para cuya respuesta el populismo (de izquierdas o de derechas) jamás estuvo preparado.

En fin, que tal vez Latinoamérica esté avanzando, como expresa el cartel. De lo que no estoy nada seguro, hoy por hoy, es de saber exactamente hacia dónde.

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