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Columna
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Coincidencia

Todos los años se celebra en Cataluña el Día del Libro el 23 de abril. Como coincide con la festividad de San Jorge o Sant Jordi, que tanto nos protege y patrocina, algunos atribuyen la fiesta al santo, y otros les aclaran que lo que se conmemora es que en esta fecha, en 1616, murieron don Miguel de Cervantes y William Shakespeare.

Aunque en rigor la coincidencia sólo es aproximada por un desfase en el calendario inglés y español de aquella época, no deja de ser impresionante pensar que murieron juntamente los dos autores cuya permanencia al día de hoy es más notable. El Quijote es el libro más vendido esta temporada y no hay autor teatral más conspicuo que Shakespeare en nuestros escenarios.

No es menos notable, sin embargo, que las coincidencias entre ambos acaben en la triste circunstancia de haber estirado la pata al alimón. El resto es divergencia.

Cervantes fue hombre de poca suerte y nula relevancia social, pero de él se sabe casi todo. De Shakespeare, que fue un triunfador y un hombre público, no se sabe casi nada. El retrato de él pendiente es dudoso y hasta como autor está en entredicho. A la sombra que nos ha legado se adapta cualquier tesis: que era católico o protestante, homo o hetero, rico o pobre, culto o palurdo.

Y con sus obras, lo mismo. Sobre el Quijote se han escrito miles de libros, pero no hacen falta para entender la novela, que no ofrece duda ni misterio. Cualquiera puede contar el argumento y dar cuenta de los protagonistas y sus motivaciones. Por el contrario, nadie sabe a ciencia cierta qué impulsos intelectuales y emocionales mueven realmente a los personajes shakespearianos. Disparidad profunda y también superficial: hasta que mueren o son muertos los héroes de Shakespeare viven literalmente como príncipes, pero lo pasan fatal incluso en las comedias. Don Quijote y Sancho viven en la escasez y la incomodidad y reciben paliza tras paliza, pero lo pasan en grande, todo el mundo los quiere bien, y el que muere, muere en santa paz, rodeado del cariño de los suyos.

Es como si los dos genios se hubieran puesto de acuerdo solamente en dos cosas: mostrarnos el día y la noche de la naturaleza humana, y morirse el mismo día para que en Cataluña pudiéramos celebrar en su honor el Día del Libro.

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