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Crítica:FERIA DE ABRIL
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Y se hizo la luz

Antonio Lorca

La primavera sevillana es una estación muy proclive para la cursilería. En una ciudad tan amante del tópico como ésta es obligado anunciar que el día amaneció radiante, envuelto en un penetrante olor a azahar, luminoso y sonriente. Atrás quedó la Pasión y Sevilla vive exultante la alegría de una muerte resucitada. Y qué mejor lugar de celebración que la Maestranza -"la plaza más bella del mundo", en palabras del dramaturgo Albert Boadella, que pregonó la feria por la mañana en una encendida y teatral defensa de los toros-, cuna del arte, historia viva, escenario de sentimientos eternos, reluciente y coqueta como cada año. Un templo viviente al que el sevillano se acerca con devoción, y con expectación el forastero, convencidos ambos de que van a vivir un momento imborrable. Y así es: se reencuentran -abrazos y saludos por doquier- viejos conocidos y se constatan tristes ausencias en un emotivo acto social sin precedentes en esta ciudad.

Núñez del Cuvillo / Rincón, Morante, El Cid

Toros de Núñez del Cuvillo -primero y quinto, devueltos-, justos de presentación, astifinos, mansos, inválidos, sosos y descastados. Primer sobrero, del mismo hierro, manso y dificultoso; segundo sobrero, de Pereda, descastado. César Rincón: media estocada (silencio); estocada tendida -aviso- (silencio). Morante de la Puebla: media atravesada (silencio); casi entera baja (silencio). El Cid: dos pinchazos y estocada baja (silencio); estocada baja (vuelta tras petición). Plaza de la Maestranza, 16 de abril. 1ª corrida de feria. Lleno.

Para colmo, la Giralda se asoma, cual fiel testigo, por el tejadillo de la plaza, y parece dar la bienvenida, un año más, a los mortales que tienen la gracia de pisar otra vez los sacrosantos y duros asientos maestrantes.

Ahí están todos, de tiros largos ellas y ellos, ufanos, oteando el horizonte que circundan los ascos maestrantes. Ahí están, viendo y dejándose ver, testigos de una ceremonia ancestral, moderna y decadente a la vez, reflejo de esta Sevilla tan singular.

Es Domingo de Resurrección, en la plaza de la Maestranza... Qué felicidad... Se hizo la luz en Sevilla...

Suenan los clarines. Sale el primer toro, renqueante de las manos y cuartos traseros. Oh... El tópico se esfuma. La luz se torna opaca. La cursilería deja paso a la indignación y al aburrimiento. Qué bonito fue mientras duró... Se presiente lo peor. Después de tantas galas, de tantos sueños, de tantos triunfos imaginados, llegan los toros modernos de Núñez del Cuvillo y hacen añicos la resurrección sevillana. En un instante, la magia de la inauguración de la temporada se ha convertido en un espectáculo insufrible. Por fin, tras no pocas dudas, el presidente decide devolverlo a los corrales. Y sale el sobrero, y, después, el segundo, el tercero, el cuarto, y así uno tras otro, y todos igualmente inválidos, descastados, sosos e inútiles para una lidia emocionante. Fracaso, pues, del ganadero, que se cargó de un plumazo los deseos de felicidad de la plaza entera.

Tres primeras figuras en el cartel, que parecían figuritas de chocolate que se deshacían ante la realidad.

Qué escasa decisión la de César Rincón, temeroso y a la defensiva ante un toro incierto, el primero, y pesado y vulgar en el otro, que, inexplicablemente, brindó al público.

Morante compone la figura mejor que nadie, esbozó algunos detalles, pero toreó muy poco. Se le esperaba con una ilusión desmedida; se le aplaudió cualquier decisión, pero es un torero para el toro bobo que va y viene.

Y El Cid fracasó. A punto estuvieron de darle una oreja en el sexto, lo que hubiera sido un dislate. El público se volcó exageradamente con Alcalareño, que puso dos buenos pares, que no merecieron ni la música ni la locura de la gente en pie. El Cid brindó desde el anillo y ofreció toda una lección de toreo acelerado, despegado y destemplado, producto de una mala colocación y abuso del pico. Y lo curioso es que la plaza se venía abajo. Será que como no se ve nada y las entradas cuestan tan caras, hay que pasárselo bien aunque sea mentira.

Porque mentira es el tópico de una corrida sin toro, y mentira es la heroicidad de unos toreros comodones y frágiles.

César Rincón, en el cuarto toro.
César Rincón, en el cuarto toro.GARCÍA CORDERO

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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