Desorientación turística
El autor considera que el Ayuntamiento de Valencia hace un aprovechamiento sectario e insuficiente de la Copa del América
De manera paulatina y continuada se va constatando la obsesiva obcecación que merece, para la clase política local, todo cuanto rodea a la celebración de la Copa del América en estas tierras. Que se venda el evento como un éxito del gobierno municipal no es extraño, puesto que si algo caracteriza el enfermizo, esperpéntico e interesado protagonismo de la Corporación municipal gobernante en el Ayuntamiento de Valencia, es que tan sólo cedería la primera plana de un acto público a un difunto, si es esta la causa objeto de noticia, para el resto compruébese con qué patetismo se trata de estar perennemente al frente de la fotografía que ilustre la más nimia razón de comparecer en un medio público.
"Para la mejora turística de Valencia es necesario tener un modelo de ciudad"
"Cabe exigir coherencia en todo lo que se está orquestando con la Copa del América"
La famosa y elitista Copa del América ha brindado infinidad de ocasiones para protagonizar noticias y justificar presencias públicas que tienen embelesada a la ciudadanía, que sabe ya cómo va a cambiar su vida, a mejor, sin duda, merced al éxito de tan señera convocatoria en estos pagos. Se le exige al Gobierno de España más implicación y presupuestos, ya que tras la celebración deportiva de la mencionada Copa, los valencianos serán más felices. Y se debe manifestar un insólito orgullo de que se haya elegido a la capital del Turia como sede de tan apetecida celebración, codiciada por el resto del universo, dado que Valencia se ha ido quedando fuera de otros manifiestos intentos de promoción, perdiendo grandes sazones de explotar el rancio protagonismo de quienes se arrogan el éxito de cualquier hecho que permita difundir la imagen personal.
Sin embargo, la Copa del América y su acogida en esta tierra se entiende en virtud de la oportunidad que brinda de mejorar la ciudad de Valencia, ya que su principal razón de ser es que cualquier organización de un evento de esta magnitud conlleva inversiones que optiman las comunicaciones y se dotan las ciudades de infraestructuras que contribuyen a la modernización y, frecuentemente, a elevar la calidad de vida de los ciudadanos de esas urbes. Si no, constátese los cambios experimentados por capitales como Barcelona y Sevilla, tras la celebración de las olimpiadas y de la Expo, respectivamente. Lo mismo que persigue Zaragoza en estos momentos.
Desde esa vertiente, y para aquellos a los que lo que les suscita cualquier intervención de esta índole es la ocasión de adentrar a las ciudades en el espacio del turismo urbano competitivo y de calidad, con independencia de quién paga el festejo, y de quién se empeña en fotografiarse ante cada piedra que se pone en la edificación de los medios que requieren tales proyectos, no deja de sorprenderles la mezquindad políticamente sesgada de leer cualquier hecho que no concuerde con la opinión de los munícipes valencianos y de su vocero mayor como un agravio comparativo. Ya está bien de estrafalarios argumentos y háganse plegarias para que un ataque de cordura impregne al Consistorio y a todas las fuerzas interesadas en las mejoras de Valencia. Máxime, cuando la esencia de este o de cualquier otro acontecimiento similar para una ciudad es la ocasión que proporciona para aprovechar ordenadamente las intervenciones que precisa toda metrópoli en su proceso de avance y de congrua adaptación a las exigencias actuales de incremento de la población y de comunicaciones rápidas, porque, honestamente, tradición en la vela entre los valencianos no es algo que se pueda calificar de masiva ni ancestral, con independencia de los clubes náuticos que tiene cualquier ciudad portuaria y más allá de las románticas barcas de El Palmar.
Así pues, la reforma urbanística y todo el conjunto de infraestructuras unidas a la adecuación de la ciudad de Valencia para acoger con las máximas garantías la celebración deportivo-lúdico-clasista de la Copa del América, propicia una coyuntura histórica de paso adelante de una ciudad que se viene conformando y quedando, de forma estructural, fuera de numerosas oportunidades de financiar su actualización definitiva y su entrada en el siglo de las ciudades y del turismo viajero de carácter urbano. Pero no, una vez más todos los síntomas apuntan a un aprovechamiento insuficiente y sectario de la efeméride. Se observan demasiadas decisiones tomadas con cierta perspectiva de despotismo interesado de lo que es mejor para la ciudad y sus habitantes, apelando a la celebración de vela como justificación de numerosas tropelías urbanísticas y denunciando por boicot a quien no secunde las locuras faraónicas que siempre se imanan a estos procesos y tan asociadas al mal entendido turismo urbano. Se desprecia el arraigo cultural traducido en huertas o barrios singulares, pues las regatas bien valen la desmemoria cultural de nuestros ancestros. Así que nada, ¡adelante con los barquitos y con toda la parafernalia constructora que los ampara!
Para la mejora turística de Valencia se requiere disponer de un modelo de ciudad, algo que se antoja todavía ajeno para quienes tienen la competencia de organizar el crecimiento sostenible de la ciudad, entendiendo que sostenible es antónimo de reventar la ciudad en fallas o ante la visita de Papa, y al día siguiente no tener nada que aportar. Como turismo urbano no es permisividad confundida con progresismo municipal y otras concesiones que han ido dinamitando la ciudad de Valencia y su ya de por sí enfermiza y timorata capacidad de atracción turística, lo que explica que nos encontremos ante una urbe que no acaba de localizar su espacio porque desconoce su producto, que es mucho más de lo que transmiten los escuálidos anuncios que realiza la ciudad en las convocatorias feriales del turismo. Eso sin ningún género de dudas. Y ya pueden ir construyendo hoteles, que el problema vendrá después a la hora de ocupar las plazas que se crean. Y no es un presagio agorero. Después de la Copa del América, ¿qué? Existe algún plan para mantener viva la demanda turística de la capital, o guerra de precios y cierre de los alojamientos menos competitivos. En turismo es esencial que se visiten las ciudades, pero no lo es menos la capacidad de gasto de esos visitantes y ahí es donde se focaliza el problema, sin ocultar que la condición de capitalidad de Valencia le concede una cierta tregua a la hotelería durante los días laborables y especialmente en el transcurso de las ferias comerciales. Pero ¿es bastante? Se desconoce la opinión de las pertinentes asociaciones del sector de la hostelería al respecto.
Cabe plantearse y exigir una mínima coherencia en todo lo que se está orquestando con la Copa del América como excusa justificativa de desmanes, pues de lo contrario acabará siendo otra fiesta del chivo urbanístico expoliador, que a la postre serán los únicos beneficiados de la intrépida iniciativa de albergar una competición de esta naturaleza. No pueden ser una vez más los constructores y promotores y su negocio del suelo los que determinen los criterios urbanísticos de la ciudad para el evento. La especulación del suelo en Valencia alcanza ya tintes de dramatismo, sin que se vea siquiera voluntad de atajar la situación. Se vive la era del negocio fácil alrededor de la vivienda y de la obra pública, mientras que a los festeros dirigentes municipales, pagada, entiendo, su vivienda, no parece preocuparles esta inconstitucional situación. Pero tampoco debe extrañar tal proceder, dado que pasan los años y es fácilmente constatable cómo el Ayuntamiento de Valencia y quienes lo rigen no combaten el botellón, consolidado en diferentes zonas de la ciudad desde ni se sabe (por cierto acontecimiento desconocido en el resto de Europa); ni el porro, institucionalizado ya a tenor de lo fácil que resulta su adquisición a un menor; los barrios los peinan las bandas organizadas del Este, pese a que proliferan las explicaciones alrededor del porcentaje en el que disminuyen los delitos año tras año; la quema de vehículos; las carreras nocturnas de coches; las bandas juveniles; el lamentable espectáculo de las motocicletas en cada mascletà, al principio, recuérdese, minimizado por quienes debían atajar algo que al final se les fue de las manos; etc., etc. Un despropósito contumaz por donde se mire, que trata de compensarse por medio de la imagen futurista que intenta transmitirse de Valencia a través de la Ciudad de las Artes y de las Ciencias; espacio de cuyo contenido real mejor dejarlo para otra ocasión.
Ya se sabe que no es bueno reconocer tantas carencias porque se resta competitividad turística, pero las ciudades tienen que ser para sus habitantes y si son habitables para éstos acaban siéndolo para los visitantes, pues el binomio seguridad y turismo cada vez es más inseparable, como lo es la habitabilidad y la excelencia turística de los destinos. Aunque conviene aclarar que la inmensa mayoría de las carestías que condicionan el atractivo de Valencia en gran medida son resolubles con una clara apuesta por la cultura. Si bien, resulta evidente que todavía hoy ese tipo de inversión no acaba de fructificar dada su aparente baja rentabilidad política a corto plazo. La cultura y sus réditos son casi siempre a largo plazo, y qué político acepta no cortar la cinta que justifica su ego. No obstante, debe tranquilizarnos que la Copa del América nos hará más dichosos a todos los valencianos. Y a algunos mucho más ricos, de esto último es de lo único que no cabe la menor duda.
Vicente M. Monfort es profesor en la Universitat Jaume I de Castellón. vmonfort@emp.uji.es
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