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Reportaje:Elecciones en Italia

Risas y llanto en una noche electoral larga y angustiosa

El botellón ayudó a sobrellevar la incertidumbre en las calles de Roma

Guillermo Altares

Tuvieron que pasar 12 horas para que Romano Prodi, en torno a las tres de la madrugada, pudiese clamar ante la multitud congregada frente a la sede su partido, en la plaza romana de Santi Apostoli: "Hemos ganado". Durante la larga tarde, noche y madrugada electoral, que comenzó a las 15.00 con el cierre de los colegios, La Unión vivió lo que a cualquier otra formación le puede pasar en toda vida política: ganó unas elecciones, luego las perdió, para después empatarlas y, finalmente, proclamar una victoria ajustadísima, que en realidad era sólo una victoria parcial, porque los resultados definitivos no se conocían todavía.

El diputado electo Enrico Letta, que ganó anoche un escaño por Milán, pasó toda la velada junto a Romano Prodi -es uno de sus principales asesores en asuntos económicos- en la sede de La Unión. "Estuvo increíblemente tranquilo todo el tiempo. De hecho, era él quien seguía con más atención el recuento y estudiaba las posibilidades", relata Letta, de 39 años, en una conversación telefónica. "Fue una noche muy complicada", agrega. "Hubo tres momentos muy diferentes: primero una gran victoria y una derrota clara de Berlusconi; luego, con las primeras proyecciones, entre la hora de la cena y la medianoche, creímos que habíamos perdido el Senado y tal vez la Cámara de los Diputados. Finalmente, llegó la victoria, una victoria ajustada, pero una victoria", afirma.

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Ayer por la mañana, en la sede de La Unión, situada en la segunda planta de un palacio romano, se respiraba una mezcla de alegría, cansancio y desconcierto. "No he dormido; pero los principales responsables del partido se fueron a la cama en torno a las cuatro", explica un joven responsable de prensa de la coalición que lidera Prodi y que ayer se proclamó vencedora de las elecciones legislativas italianas. La noche fue rica en momentos surrealistas, entre otras cosas porque, dado que las sedes de La Unión y de Forza Italia se encuentran apenas a un centenar de metros, era posible ver las dos caras de la moneda en minutos.

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A las tres, cuando las televisiones difundieron los sondeos a pie de urna, todo parecía claro: se anunció una comparecencia de Prodi para las seis y media de la tarde y una fiesta monumental en la plaza del Popolo, capaz de albergar una multitud mucho más grande que la de Santi Apostoli, a partir de las nueve de la noche. "Estoy en la plaza y he cogido sitio para escuchar a Il Profesore. No dejes de venir", pedía Gabriela, psicóloga de 50 años, a una amiga por teléfono a las cinco de la tarde.

Rápidamente bajó a la carpa blanca instalada para la prensa el coordinador de campaña de Prodi, Fabrizzio Morri. Aunque hizo una llamada a la prudencia e insistió en que eran datos provisionales, sí aseguró que Italia "había pasado una página de su historia".

En la sede de Forza Italia, en la calle de la Umiltá, ningún dirigente asomaba la nariz y, naturalmente, no se hablaba de fiesta para nada. Ante la puerta, unos pocos seguidores de Berlusconi y votantes de la coalición que lidera, la Casa de las Libertades, lamentaban los resultados. Los responsables de prensa esperaban una comparecencia de Il Cavaliere, más pronto que tarde, para valorar unos resultados que a esa hora parecían irreversibles. Los diferentes dirigentes de la coalición enfilaban rápidamente el ascensor sin detenerse a hablar con la prensa, salvo el senador Paolo Guzzanti que, antes de que las proyecciones cayesen como un jarro de agua fría sobre La Unión, reconoció la derrota en la Cámara, pero agregó: "Todo depende de lo que ocurra en el Senado".

Cuando cambiaron las tornas, la fiesta en la plaza del Popolo se retrasó para finalmente anularse, un hecho que aprovechó una de las cadenas de Berlusconi para enviar a una periodista a la zona, prácticamente desierta en la fresca noche primaveral, durante la que constantemente amenazó lluvia. "No parece que haya mucha gente celebrando", decía ante los adoquines desiertos. En la sede de la calle de la Umiltá, un miembro del gabinete de prensa, que sólo unas horas antes se había mostrado nervioso y hosco, estaba ahora encantador: "Si la victoria se confirma, habrá una fiesta, aunque sea a las tres de la madrugada, en un lugar que todavía no hemos determinado".

A esas horas, la multitud congregada en Santi Apostoli ante la sede de La Unión eran en su mayoría jóvenes que, frente a un escenario vacío, seguían en una pantalla gigante los vaivenes numéricos de la noche en un ambiente a veces de botellón. La fiesta se había convertido en una noche electoral eterna, que unas diez mil personas seguían por televisión.

A la una de la madrugada, cuando estaba claro que el resultado iba a ser muy ajustado y que podían ganar cualquiera de las dos coaliciones, apareció Romano Prodi y se subió, en medio de las aclamaciones de la multitud, al escenario instalado en un camión amarillo (está claro que el centro-izquierda no comparte las supersticiones del mundo del teatro aunque, tal y como se les dio la noche, quizá deberían empezar a hacerlo). "Me disculpo por el retraso. Ahora no tenemos los resultados en la mano, aunque esperamos tenerlos en las próximas horas. Muchas gracias a todos", aseguró.

Una hora y media después no fue Prodi el primero en anunciar la victoria, sino Piero Fassino, el líder de los Demócratas de la Izquierda (DS, en sus siglas en italiano), quien desde su sede romana, en la via Nazionale, señaló que La Unión disponía de "diputados suficientes para gobernar el país". Quince minutos después, acompañado por los principales dirigentes de La Unión, Romano Prodi volvió a subir al camión amarillo para pronunciar la frase que sus partidarios esperaban desde las seis: "Hemos ganado". El premio para las mayorías que prevé la ley electoral de Berlusconi favoreció a La Unión en el Congreso, pero en el Senado todo seguía abierto por el voto de los italianos en el extranjero. La plaza de Santi Apostoli se vació, pero la madrugada electoral no había terminado.

Simpatizantes de Romano Prodi festejan la victoria de su candidato en la madrugada de ayer en Roma.
Simpatizantes de Romano Prodi festejan la victoria de su candidato en la madrugada de ayer en Roma.REUTERS

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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