Como una sola persona
Recientemente el presidente del EBB, Josu Jon Imaz, apareció públicamente para mostrar el respaldo incondicional de su partido a Juan José Ibarretxe. En efecto, el lehendakari se había visto algo esquinado en el actual escenario político, desprovisto del liderazgo ejercido en etapas anteriores. Tras la declaración del alto el fuego de ETA, el protagonismo ha pasado a otros actores políticos, de modo que el PNV ha optado por arropar públicamente a su máximo cargo institucional. Para no dejar sombra de duda acerca de la posición de su partido en este asunto, Imaz quiso lanzar un mensaje claro y contundente. Fue entonces cuando formuló una frase que ha dejado huella hasta en los tímpanos más endurecidos, y que promete al mismo tiempo marcar un antes y un después en la historia de la retórica política. El dirigente nacionalista, deseando expresar públicamente su firme respaldo al lehendakari, manifestó ante los medios que éste contaba con el apoyo del partido "como un solo hombre y una sola mujer".
La imagen adquiere una repentina incoherencia cubista, una inopinada vertiente surreal. La unidad de un solo hombre o de una sola mujer se trastoca cuando entramos en la curiosa complicación que acarrea el ejemplo binario. Se presume que toda organización que decide apoyar a su líder en los tiempos difíciles debería hacerlo "como un solo hombre". Ese es el modismo al que Imaz recurrió en un principio y del que pienso que deseó huir sobre la marcha, sin encontrar otra salida que improvisar semejante engendro verbal.
El imaginario al que remite esa inédita expresión, dar apoyo "como un solo hombre y una sola mujer", resulta muy forzado. Eso sin entrar en las arduas elucubraciones por las que podríamos despeñarnos en aras de la corrección política: ¿por qué aludir sólo a la diversidad de género?, ¿por qué no recordar las razas, las lenguas, las religiones?, ¿las clases sociales, los niveles educativos, las orientaciones sexuales, las discapacidades? La exasperante necesidad de proscribir el diformismo sexual en el universo físico y la rigurosa exigencia de imponerlo en el universo verbal, nos obliga a perpetrar estos cómicos fraseos. Uno comprende que todo político, por inteligente que sea, es esclavo de los prejuicios ideológicos de su tiempo, y que debe admitirlos para que él o su partido no salgan cruelmente abofeteados en las urnas, pero ello no debería obligarnos a claudicar del todo, a entregar hasta las últimas posiciones de cordura.
Personalmente, si tuviese que recabar el apoyo de una organización, cualquiera que ésta fuera, preferiría que se mostrara o "como un solo hombre" o "como una sola mujer". Nada de imágenes equívocas. Yo nunca me fiaría de un partido que me apoyara "como un solo hombre heterosexual, y otro hombre homosexual, y además otro de distinta orientación", o "como un solo hombre caucásico y otro de color", o "como un solo hombre afroamericano, y católico progresista, y cooperante comprometido". Lamento no concordar con las disposiciones de la moral hegemónica, pero obtener el apoyo de un partido "como un solo hombre y una sola mujer" tiene algo de condicionado, de dificultoso, de alambicado, de pronunciado con el ojo puesto en los tribunales censores de Emakunde, que priva a la expresión no sé si de fuerza varonil, pero desde luego sí de toda eficacia.
Los modismos se forman en virtud de un sedimento establecido por la práctica constante del idioma. Se puede jugar con ellos, recrearlos, exprimirlos, pero hacerlo exige altas dosis de ingenio. Caso de no garantizar un buen resultado, mejor refugiarse en la convención lingüística. Por eso, a falta de mejor metáfora, conviene que los apoyos que presten los partidos se muestren "como un solo hombre", porque en otro caso podría asomar, allá en el horizonte, alguna sombra de duda acerca de la sinceridad de tales intenciones. Pero esta es una cuestión sobre la que no tenemos la más mínima intención de elucubrar: la lengua es mucho más interesante que la política.
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