La guerra cotidiana
Realmente, el ser humano es un animal de costumbres. Y si no, comprueben ustedes mismos su propia reacción ante una de las escenas sangrientas, por ejemplo en Irak, que nos sirven todos los días en el telediario, mientras tomamos el café. Estamos tan acostumbrados a verlas que ya no nos impresionan tanto como hace dos años. Incluso nos lo sirven como segundo plato porque ha pasado a ser una noticia menor. Lo mismo ocurre con el problema entre árabes y judíos: vemos cómo crece el muro (otro muro de la vergüenza), cómo los soldados israelíes invaden barrios palestinos, cómo entran en sus casas a punta de bayoneta, cómo controlan sus vidas... Y así nos quedamos, tan ricamente delante del café, porque cuando las cosas se eternizan ya no son emocionantes y se pierde el interés y se busca sangre fresca, mucho más atractiva.
Kawther Salaam es una joven periodista palestina exiliada en Viena que ha estado en Barcelona invitada por el PEN Català para recordarnos, precisamente, que la invasión continúa, y que Hebrón sigue siendo una prisión para miles de ciudadanos palestinos que lo único que quieren es vivir en paz y que se arreglen los políticos. Kawther trajo bajo el brazo un documental, Detained (Detenidas), que muestra la vida cotidiana de tres mujeres viudas que viven con sus hijos dos infiernos: la ocupación israelí y la opresión de la sociedad islamista controlada por hombres. Después de escucharla y ver Detained el sabor del café de la sobremesa resulta más amargo.
La vida de Kawther no ha sido nunca un campo de rosas: a los 16 años se fue de casa para evitar un matrimonio pactado. Desde entonces se gana la vida como periodista, aunque este oficio, paradoja del destino, ha estado a punto de costarle la vida. Sus crónicas y reportajes han defendido siempre a las organizaciones pacifistas israelíes y han criticado el fundamentalismo islamista. Ha denunciado las constantes violaciones de los derechos humanos prescindiendo del lado en el que se producían y ha criticado la corrupción de la Autoridad Palestina, así como los atentados suicidas. Durante la segunda Intifada Kawther fue un puente entre su comunidad y el mundo exterior, ya que ella disponía del carnet de periodista y se podía mover con facilidad. Pero los continuos reportajes alertaron a las autoridades de Israel, que la amenazaron, la detuvieron y la multaron infinidad de veces. Ella calcula que ha presentado unas 300 quejas a la policía por abusos de toda clase. Recibió acoso sexual por parte de los soldados y acabaron prohibiéndole su entrada en Hebrón a raíz de una conferencia sobre derechos humanos celebrada en Irlanda. Kawther ha sido siempre una defensora de los derechos de la mujer en su país y ha participado en tres documentales focalizados en la situación de estas mujeres, que viven acorraladas por su propia cultura y por la ocupación. Con este currículo no es de extrañar que en este momento viva exiliada en Viena porque al fin y al cabo uno tiene que preservar su propio pellejo.
En el año 2000, una directora israelí le propuso realizar un filme sobre su vida, pero ella le contrapropuso dirigir un documental sobre la historia de tres mujeres viudas y con hijos que viven en el mismo edificio, en Hebrón. Fue difícil convencer a estas palestinas para que la cámara entrara en sus casas, pero necesitaban dinero y al final pusieron dos condiciones: cobrar y que la película no se distribuyera en Israel, por miedo a las represalias. No se cumplió ninguna de las dos.
Kawther entra en el aula de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona vestida con pantalón ceñido y una camiseta escotada de lentejuelas de colores. Explica la historia del documental y destaca algunos puntos que no debemos pasar por alto, como por ejemplo cuando los soldados, fusil en mano, juegan a tirarse bolas de nieve con los niños palestinos. Tras el pase de la película en Israel esos militares fueron arrestados. "Está claro", dice Karther, "que los soldados no están para fomentar la paz, sino la guerra".
La película muestra la cotidianidad en un estado de guerra permanente. El edificio donde viven esas tres familias está controlado en la parte delantera por judíos y en la trasera por palestinos. Los soldados israelíes vigilan la puerta, y cada vez que alguien sale del edificio le preguntan dónde van y le amenazan. Hay otro grupo de soldados que controla permanentemente el tejado, pero se mean en el suelo y revientan las tuberías del agua. Mientras, las mujeres tienden la ropa y los pequeños juegan, como si los soldados fueran invisibles. A veces se cruzan por la escalera, pero tampoco se saludan, otras se oyen unos disparos y los jóvenes dejan de jugar a las cartas y se asoman a las ventanas: en la calle, los niños corren a esconderse mientras los militares apuntan no se sabe dónde. En otro momento los colonos judíos organizan un pasacalle aclamando la Torá, bien protegidos por los soldados y ante la mirada silenciosa de sus vecinos.
Esas tres viudas tienen poco más de 20 años y se quejan de que sus suegros les controlan el dinero que cobran de viudedad. Una de ellas explica que no se puede pintar ni arreglar porque todos la mirarían mal. Otra recuerda el tiempo de felicidad, cuando era joven y aún no estaba obligada a llevar el pañuelo en la cabeza. Controladas por todas partes, la vida de esas mujeres parece más un cautiverio. Estaría bien que alguna televisión pública tuviera la feliz idea de pasar el documental para que la sociedad vea, entre otras cosas, el lastre de las religiones.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.