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Asalto en un banco de Vallecas

Dos atracadores se rinden tras tomar rehenes

Los delincuentes depusieron las armas a las tres horas del golpe, gracias a la intervención de un mediador de la policía

Jorge A. Rodríguez

Dos delincuentes armados con pistolas retuvieron ayer durante tres horas a 11 empleados y clientes de una sucursal del BBVA en Vallecas, a la que habían entrado a las 14.14 para hacer un atraco rápido y limpio. Los asaltantes, ambos españoles y recién salidos de prisión, intentaron hasta el último momento largarse con el dinero. Incluso pidieron a la policía un coche lleno de gasolina para huir. Un mediador policial entabló negociaciones con los asaltantes, a quienes convenció de que no tenían escapatoria y de que lo mejor para ellos era soltar sin daño a los retenidos y entregarse antes de que el atraco empeorara. Los rehenes fueron liberados de forma progresiva y, a las 17.18, los atracadores salieron escoltados por el negociador. Todo sin un solo tiro.

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El negociador ofreció cigarrillos rubios y agua a los asaltantes

La sucursal del BBVA del número 83 de la avenida de la Albufera, a tiro de piedra del campo del Rayo Vallecano, estuvo todo el día de ayer llena de jubilados. Era el día de cobro de la pensión y por eso estaban de servicio dos de los cajeros. La oficina es diáfana y tiene dos despachos. Una de las rehenes, una mujer que se identificó como Paqui, relató que algo antes de las 14.10 ella estaba en la cola de la ventanilla de cobros y pagos. "Los atracadores ya estaban dentro", recordaba en el umbral de la perfumería Conrado Martín, convertida durante el atraco en centro de operaciones policial y lugar de primera acogida y atención a los rehenes que iban siendo liberados.

"Eran dos: uno rubio y más alto y otro más bajito, que iba con peluca morena y gafas de sol", recordaba Paqui. "Yo al que vi mejor fue al rubio, porque estaba delante de mí en la cola y dejaba pasar a la gente. El otro estaba disimulando". Los atracadores estaban esperando a que se despejara la entidad, pero la gente seguía dentro. Incluso en esos momentos entró el cartero de la zona, Juan Manuel, a recoger una valija. El rubio fue el primero en sacar el arma y en lanzar el grito al uso: "Esto es un atraco. Venga, métanse todos en ese despacho".

Inicialmente, los asaltantes encañonaron a los empleados y clientes, pero, tras encerrarlos en uno de los despachos y desposeerlos de sus teléfonos móviles, bajaron sus armas. Sólo se llevaron al director de la sucursal para que les abriera la caja. Los atracadores sacaron sus armas a las 14.14, justo cuando una empleada hablaba por teléfono con un cliente, al que le dijo que estaban sufriendo un atraco. Ese cliente llamó a la policía al mismo tiempo que un viandante comunicaba a la sala del 091 que le había parecido ver a un pistolero a través de los cristales de la entidad.

Cerco policial

Sólo habían pasado unos minutos cuando llegó el primer patrullero policial. "Ahora sí que la habéis cagado", gritó al ver a los agentes el más bajito y enérgico de los atracadores, el que, según Paqui y el cartero Juan Manuel llevaba la voz cantante. "Entonces pasamos miedo", recordaba Paqui, que estaba dentro con su marido y un hijo.

El incidente provocó un ataque de nerviosismo en una de las clientes del banco. Los atracadores pidieron a dos de los empleados que la cogieran de las axilas y la sacaran a la calle, tomada por la policía y cortada. Los tres quedaron libres. Ya quedaban nueve rehenes. Uno de los atracadores, según los cautivos, era más razonable. "Todo el rato nos decía 'tranquilos, que sólo queremos el dinero' y 'perdónennos, lo único que queríamos era el dinero y largarnos cuanto antes, pero la situación se ha complicado", relataba el cartero. "El otro estaba más nervioso, actuaba con mucha más energía... Daba más miedo", contaba Paqui.

La policía cercó la zona. La oficina estaba rodeada, un helicóptero controlaba desde el aire, los agentes de subsuelo revisaban las alcantarillas por si había alguna vía de escape... La zona se pobló de ambulancias. Entonces, sonó el teléfono en la oficina. Era Dionisio Martín, un agente de la Brigada Provincial de Policía Judicial especializado en negociar en casos de atracos con rehenes.

Los asaltantes, muy nerviosos, pidieron que se les despejara la calle, que les pusieran en la puerta un coche blindado y de gran cilindrada, con el depósito lleno de gasolina, y que les permitieran huir con uno de los rehenes. También pidieron unas botellas de agua y una cajetilla de Malboro.

El negociador comenzó su trabajo de mediación. "Lo que ha hecho es un trabajo muy técnico y muy profesional", decía el jefe superior de Policía de Madrid, el comisario Enrique Barón, que permaneció durante todo el incidente en la perfumería Conrado Martín.

Las negociaciones fueron dando resultado. Primero salió Paqui. Luego, a las 15.45, el cartero. "Uno de los atracadores acababa de hablar por teléfono cuando me dijo: 'El cartero, fuera'. Yo les pedí que se fueran dos de las chicas, pero ellos me dijeron 'no, no, fuera' y me salí", relató el empleado de Correos, muy conocido en el barrio, cuya oficina está apenas varios números más abajo de la avenida de la Albufera. En ese momento, agentes del Grupo Especial de Operaciones (GEO) habían tomado posiciones y sustituido a sus compañeros de la Unidad de Intervención Policial (UIP) que estaban apostados en una sucursal del BBK (Bilbo-Bizkaya Kutxa).

Una mujer dejó la oficina del BBVA a las 16.16 y otras dos lo hicieron a las 16.32. Pero la negociación no había concluido y quedaba la parte más difícil: el cara a cara entre mediador y atracadores. El mediador, vestido con camisa amarilla clara y pantalón azul, se situó en la puerta de la entidad a las 16.42. "¡Atrás, atrás, quedaros atrás!", se le oyó gritar a sus compañeros. Con las manos en alto, mantuvo un breve diálogo a través de la puerta. Se sacó la camisa, dejó ver los tobillos y los gemelos a los atracadores, se giró dos veces sobre sí mismo y entró. Los asaltantes habían comprobado que no llevaba armas ni transmisores.

El mediador salió 17 minutos después con un rehén, al que llevaba asido del hombro derecho. A las 17.11 volvió al interior con dos mantas en las manos: una de color pistacho y otra de color arena. El silencio en la calle, habitualmente rugiente por el tráfico y el paso de viandantes, era sepulcral.

Los dos últimos rehenes abandonaron la sucursal a las 17.14, pero el mediador seguía dentro. La puerta volvió a abrirse a las 17.18. El mediador llevaba del hombro a uno de los atracadores, que cubría su rostro con un manta. Los agentes que rodeaban la oficina fueron a echarse encima, pero el negociador los frenó: "¡Quietos ahí, quietos, esperad!", gritó a sus compañeros, que dieron un paso atrás. Entonces salió el segundo atracador.

Sin dejar de encañonarlos, la policía los tumbó en el suelo, los esposó, descubrió sus rostros y, en un suspiro, se los llevó. Los asaltantes son Julio Martín Cordobés, de 31 años, con un antecedente por atraco, y Miguel Ángel Sanguino Arriero, de 42, con cinco antecedentes de robo con violencia, otro de robo con fuerza y uno de lesiones. Éste último era investigado por su supuesta implicación en las últimas semanas en otros cinco atracos en Madrid. No hubo disparos ni heridos. Sólo muchos nervios.

Agentes especializados reducen a los dos atracadores, en presencia del jefe superior de policía, Enrique Barón (en el centro, con corbata).
Agentes especializados reducen a los dos atracadores, en presencia del jefe superior de policía, Enrique Barón (en el centro, con corbata).ULY MARTÍN

"Uno era muy amable, pero el otro se puso muy nervioso"

"Papá, ahora te llamo". Juan Manuel dejó colgado al teléfono a su padre, que lo había llamado al móvil al enterarse por la radio y la televisión de que su hijo había salido indemne del atraco con rehenes de la avenida de la Albufera. El cartero, vestido con la camisa amarilla de Correos y un chaleco azul, relató cómo uno de los atracadores parecía más amable y tranquilo mientras el otro, a cada minuto que pasaba, iba perdiendo los nervios. ¿Pasó miedo? "Hombre, te pones a pensar en lo que te puede pasar y, claro", confesaba.

El atracador amable, según Juan Manuel y Paqui, en todo momento les decía que "no querían problemas". "Nos decía 'de verdad, hemos venido sólo a por el dinero y no vamos a hacerle daño a nadie", explicaba Paqui. Pero el atracador que la rehén describió como "el moreno bajito y con peluca" era "mucho más agresivo".

Los cautivos se pusieron especialmente nerviosos cuando escucharon cómo uno de los atracadores hacía a través del teléfono una petición a la policía. "Pidieron droga, agua y tabaco". Sin embargo, ninguno de los testigos creyó que los atracadores tuviera mono [síndrome de abstinen-cia]. Los atracadores en ningún momento insultaron, maltrataron o golpearon a los clientes y empleados del banco. Es más, salvo los primeros minutos del atraco, tampoco los mantuvieron encaño-nados con sus respectivas armas.

Los médicos del servicio de urgencias Samur desplazados a la zona confirmaron que ninguno de los retenidos necesitó cura alguna, aunque sí atención psicológica, debido al estado de nervios. De hecho, las tres últimas mujeres que dejaron la sucursal salieron a la carrera, sin tomar la precaución de levantar las manos.

"El bajito se iba poniendo cada vez más nervioso, pero el otro era más amable y estuvo todo el rato más tranquilo". El momento de más miedo fue cuando el atracador vio llegar a la policía. "Él pensó que alguien había avisado desde dentro... pero no había llamado nadie", explicó Paqui, aún visiblemente afectada por la situación que acababa de vivir y aferrada a su bolso. "A partir de entonces se fue poniendo cada vez más nervioso, pero el otro seguía tranquilo y nos decía constantemente que ellos no querían problemas de ningún tipo".

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Sobre la firma

Jorge A. Rodríguez
Redactor jefe digital en España y profesor de la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS. Debutó en el Diario Sur de Málaga, siguió en RNE, pasó a la agencia OTR Press (Grupo Z) y llegó a EL PAÍS. Ha cubierto íntegros casos como el 11-M, el final de ETA, Arny, el naufragio del 'Prestige', los disturbios del Ejido... y muchos crímenes (jorgear@elpais.es)

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