150 casquillos en el tiroteo de Alzira
La policía mantiene un férreo control en los accesos a la capital de La Ribera Alta a la espera del funeral de las víctimas
La policía nacional estableció ayer estrictos controles en los accesos a Alzira (La Ribera Alta), víspera del entierro de los cuatro fallecidos en el tiroteo ocurrido el pasado jueves en el barrio de L'Alquerieta. Cuatro policías, metralleta en mano, vigilaban las entradas y salidas de Alzira. También recorrían de forma permanente las calles del barrio, pese a que el viernes por la tarde fueron retirados los precintos de la casa donde tuvo lugar la matanza y de los accesos a la calle Alonso de Ojeda. En el barrio aseguran que no ha quedado nadie de los Hernández, conocidos como el clan de los Manigua, pero una mujer familiar de las víctimas, que responden al apodo de Kunfú, lo dijo bien claro a una de sus vecinas: "No tenemos prisa, ya los pillaremos".
En este ambiente de tensión, el juez tomó ayer declaración al cuarto detenido que permanece ingresado en el Hospital General de Valencia. El magistrado, tras interrogarle durante 80 minutos en las instalaciones sanitarias, decretó el ingresó en prisión de Lucas H. H., al que le imputa los mismos cargos que a los otros tres miembros de su familia que fueron trasladados la noche del sábado al centro penitenciario de Picassent: cuatro delitos de homicidio, un delito de homicidio intentado y un delito de tenencia ilícita de armas.
Lucas H. H. declaró que uno de los hijos de José y de Juana, fallecido el primero en el incidente y la segunda herida muy grave, inició el tiroteo, que fue repelido por un miembro de la familia Hernández.
El abogado de los acusados intentó ayer relativizar la tragedia: "Sólo fueron dos personas a quienes se les cruzaron los cables". Sin embargo, reconoció que la policía había encontrado en el interior de la vivienda más de 150 casquillos de bala. Su cliente se recupera en el hospital aquejado de "un pinchazo en el muslo y de un golpe en el rostro que le destrozó la nariz".
Otros dos miembros de los Moreno que ya se encuentran en la cárcel de Picassent declararon en Alzira que apenas permanecieron "unos segundos" en la casa. Uno de ellos dijo que acudió al lugar del tiroteo para auxiliar a un herido; el otro declaró que "tras recibir un disparo en el brazo salió corriendo".
La tranquilidad reinaba en la calurosa tarde de ayer en la calle Alonso de Ojeda. Tres mujeres enlutadas, de los pies a la cabeza, permanecían sentadas frente a la casa de la tragedia, a escasos metros varios hombres de la misma etnia gitana dialogaban a la sombra en voz baja, uno de ellos se hallaba tumbado buscando el frescor de las baldosas de la acera. Cuatro niños correteaban sin camisa por la zona. Los payos o bien permanecían en sus domicilios o bien abandonaron el barrio como suelen hacer los fines de semana.
La casa pintada de rosa que cuenta con planta baja y una altura fue acondicionada por los familiares de las víctimas para esperar sus cadáveres. Ya no quedan manchas de la muchísima sangre derramada ni en su interior ni en la acera y la calzada.
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