Héroe desnortado
Subnormal es el tipo de novelas que concitan dudas. No es una mala historia, pero hay algo en ella que no cuadra. Uno no podría decir que Sergi Puertas (Barcelona, 1971), su autor, no sabe construir una voz, aunque a ratos le asaltan serias dudas de que esa voz tenga algo que ver con la trama, con la tímida trama y con la aún más tímida información que se nos da de la misma. Así que no queda más remedio que resumir la historia de Subnormal e intentar darnos a nosotros mismos una explicación de por qué esta novela naufraga. Escrita en primera persona, con una estructura que nos quiere indicar un diario, Subnormal no relata las penurias existenciales de un chico de 17 años. Hasta aquí todo es correcto. El contenido iracundo del relato del chico es absolutamente coherente con lo que uno puede identificar con el discurso de un adolescente enfadado con el mundo. Pero cuando el autor nos da algún dato más preciso de su héroe, es entonces cuando las dudas comienzan. El chico es estudiante de segundo de bachillerato. Está a un paso de la selectividad. Su propósito es estudiar la carrera de periodismo. Mientras esta información la vamos procesando, el lenguaje que gasta nuestro protagonista nos resulta familiar, aunque no en labios de un chico con buenas notas y que va a estudiar periodismo. Desde el comienzo sabemos que el chico debe cuidar a su hermano, que es subnormal (además de ciego y sordo). También sabemos que vive con sus padres. Que éstos suelen ir al cine a mitad de la semana por la noche. (Tal vez hubiera convenido hacer ir al bingo a los padres). Y que viven en un piso en un barrio pobre. El padre está empecinado en que no estudie periodismo sino derecho. Bueno, es un padre preocupado por la educación de su hijo, pero la forma en que lo presenta Puertas, más parece el típico broncas del bareto de la esquina cuando se zampa entre pecho y espalda una buena dosis de carajillos mañaneros, además de importarle un rábano si su hijo pasará de segundo de ESO.
SUBNORMAL
Sergi Puertas
El Cobre. Barcelona, 2005
130 páginas. 17 euros
Insisto. La voz que Puertas
urde para su novela tiene sentido como paradigma de un tipo de psicología juvenil de nuestros días, pero no en el gaseoso contexto social y familiar que la incrusta. El contenido de esa voz y su tono cínico, ese lloriqueo del que reclama los derechos que la sociedad se supone que le ha escamoteado (que la contraportada de la edición quiere convencernos de que nada tiene que ver con lo políticamente correcto, como si eso fuera una virtud literaria insoslayable), a mí me recuerda el discurso de un aprendiz de fascista, del descerebrado a punto de quemar vivo a un indigente. Curiosamente uno de los capítulos se titula Mi lucha (en probable alusión a Hitler) y en otro se hace mención a Rommel. No sé. A lo mejor la novela va de esto. Y a lo mejor la carrera de periodismo mejora el presente de este héroe peligrosamente desnortado.
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