"Siempre quise ser un torero de época. No pude"
La plaza de Las Ventas dedica mañana un homenaje a la legendaria figura del toreo Rafael de Paula (Jerez, 1940). El torero pasa un momento difícil, de tristeza personal y apuros económicos. Y la afición de Madrid se ha volcado y ha agotado las entradas para el festival, un mano a mano entre Joselito y Morante de la Puebla con toros de ganaderías distintas.
Ayer, en el muy taurino hotel Wellington, Paula recordaba que aquí ha vivido sus tardes más emocionantes. Unas veces fue aclamado, otras abroncado, pero los buenos aficionados siempre se rindieron a su magistral toque de muñeca, a la maravilla de su toreo puro, lleno de sabor clásico, a su capote de fantasía, a su estampa de gitano antiguo.
"Tenía afición, corazón, inteligencia, las tres cosas básicas, pero las rodillas se empezaron a destruir en 1972"
"Gané para comprarme seis fincas pero no me las compré. Pensé que nunca me haría viejo"
"De lo único que puedo presumir es de haber vestido bien; tuve buena cintura y buenas manos y muñecas"
"No quiero morirme sin matar un toro por derecho. Morir en ese lance sería la muerte más bonita"
La recaudación garantiza una ayuda estimable para él y su familia. Pero el dinero nunca le importó nada. "Siempre fui un bohemio... Gané para comprarme seis fincas, pero no me las compré... Pensé que nunca me haría viejo, pero ya soy mayor".
Aun así, se resiste a admitir que sea una despedida definitiva.Hace ya seis años que no torea, pero sigue siendo torero 24 horas al día: comiendo, bebiendo, narrando, escuchando, fumando, andando, ironizando, criticándose con saña, seduciendo.
Tierno y vulnerable, Paula es quizá uno de los últimos vestigios de un tiempo donde importaban menos el beneficio, la prisa y el éxito que la dignidad, la buena educación y la belleza. Parece un hombre del siglo XVIII, y tal vez por eso desprende tanto misterio y resulta extrañamente hermético (aunque se expresa con la precisión de un poeta).
De repente, cuenta este recuerdo del barrio de Santiago, donde nació y pasó la infancia. "Me acuerdo que, cuando tenía 14 años, sor María daba clase de matemáticas en el asilito. Cuando mi madre me enviaba a hacer mandáos, siempre iba a oírla cantar las tablas, 2x1 es 2... Me gustaba oírla desde el otro lado de la reja. Otros días la veía bajar por la calle Cantarería. Iba con la toca y un hábito precioso... ¡Qué guapa era! Todavía me acuerdo de ella".
Pregunta. Para muchos aficionados del siglo XX, entre ellos el maestro Joaquín Vidal, usted fue el matador más personal y el de más pellizco, sensibilidad y arte de su época.
Respuesta. Mire, lo único que yo sé es que nací para torero, y que si las piernas me hubieran funcionado habría tenido una dimensión... Yo siempre quise ser un torero de época. Pude ser un torero grande y pasar a la historia como un torero bueno. Sabía lo que significaba eso: torear todos los toros, los buenos y los malos. Lo realizado en la plaza. Por mis condiciones, debería haberlo sido. Tenía afición, corazón e inteligencia, las tres cosas básicas. Pero no pude: las rodillas se empezaron a quebrar en 1972 y estuve 28 años a merced de los toros.
P. ¿Cómo se siente ante el homenaje? Enrique Morente dice que homenaje huele a ciprés.
R. Me noto muy raro por dentro.
P. ¿Como la primera vez que toreó?
R. O peor. Es todo nuevo. La primera vez fui desde el campo al hotel a vestirme, y tenía una cosa a favor: el rodaje, la confianza que da el estar a punto.
P. Con unos 20 kilos menos.
R. No sé si tantos, pero era un mimbre, un junco. Ahora no sé qué ha pasado, pero el cuerpo se ha transformado. Sí, sé los motivos: me he dejado físicamente. No mucho, muchísimo. Pero más importante es el abandono de aquí (se señala la frente con el índice), el no estar centrao, el estar desconcertao, el no tener cabeza. (Pausa larga) Son motivos irreversibles, sucios, feos, horrorosamente...
P. ¿Dolorosos?
R. Sí.
P. ¿Está solo?
R. Sí. Salvo los cinco amigos que se pueden contar con los dedos de una mano, estoy solo. Y la soledad no deseada es muy mala, muy malita.
P. El pasado verano dijo que todavía se veía toreando... Pero esto suena a despedida de Madrid.
R. ¡Pues no me voy a despedir! Dicen que estoy loco, pero yo, que siempre he sido un pinchaúvas, no querría morirme sin matar un toro por derecho, dando el pecho.
P. ¿Morir en esa suerte sería una forma bonita de morir?
R. Para mí, la más bonita. Y no sólo eso. Cuando sale el toro soñado siempre pongo el alma. Y en la plaza me transformo, soy otro. Aunque reconozco que durante muchos años he estado a merced de los toros.
P. ¿Por las rodillas?
R. Degeneración congénita del cartílago rotular. Lo he leído todo sobre eso. Diez operaciones, cinco en cada pierna. La primera, en 1972, me la hice aquí y me destrozaron. Luego fui a Francia... Estuve toreando hasta el año 2000 con las rodillas hechas polvo. Así que de lo único de lo que puedo presumir es de haber vestido bien, de haber tenido buena cintura, buenas manos y buenas muñecas. ¡Pero me compraba los trajes a docenas! Tenía unas hechuras... Me lo dijo Juan Rivera, un sastre de Sevilla, un día que estaba allí viendo y oliendo sus paños. "¡Qué buenos paños tiene, don Juan!", le dije. Me enamoraba ese olor. Ése y el del pan en el horno a las cinco de la mañana. Total, que el sastre me contestó: "¡Y usted, qué buena percha!". Era verdad. No he sido el David de Miguel Ángel, pero tenía unas hechuras graciosas.
P. ¿Qué dirá la historia de Rafael de Paula? ¿Quizá que fue un torero de arte poco disciplinado, más artista que completo?
R. No es que haya sido muy perezoso. Pero cuando he toreado bien, esa pereza se convertía en maravilla. Por la genética de mis rodillas, mi forma de andar, de deambular por la plaza, era rara. Solo allí, miro al toro, él me mira a mí, y ya sé dónde está todo. ¡Cómo me emocionaba conseguir acompasar al toro en el capote y la muleta!
P. ¿Se ha emocionado más toreando o viendo torear?
R. Toreando yo. Me gusta ver torear bien, pero ponerme los pelos de punta y emocionarme y que las lágrimas salgan y resbalen por la cara, solamente yo.
P. ¿Muchas veces?
R. Más de una vez. No por lo bien que lo hiciera, sino por vencer el miedo y las dificultades y hacer que el animal se acompasara...
P. ¿Cuál fue la tarde que más se emocionó?
R. La del 1 de octubre de 1987 en Las Ventas, con el toro de Benavides. No por la perfección, sino porque en cada pase daba el pecho y el toro tardaba mucho en obedecer y al final obedecía pero no sabías si se iba a colar o a quedar corto... ¡Aquel día me convertí en un valiente!
P. ¿Por una temporada?
R. Por una temporada, sí, pero no me asustaba nada: el toro malo me parecía regular, el regular, bueno, y el bueno, extraordinario. Después me cogió aquel toro del Marqués de Domecq... Si no me coge, me consagro en Madrid.
P. ¡Pero si es usted un mito!
R. Algunas tardes me han echado toros al corral y he pasado miedo, pero muchas veces, y lo digo sin jactancia, he tenido más valor que El Espartero. Desde que empecé con los problemas de las piernas tuve que seguir porque no sabía hacer otra cosa; eso la gente no lo sabe, pero cuando me vestía en el hotel decía: "Que sea lo que Dios quiera". Salía y me defendía con la cabeza. Las piernas no funcionaban. Pero me ponía delante... Toreé siete tardes seis toros. Eso no lo han hecho muchos.
P. Pero la vida no le dejó expresar todo lo que tenía dentro...
R. Si tengo algo de artista se lo debo a mi padre, que era cochero y llevaba las riendas y la fusta de una manera... La elegancia es naturalidad y sencillez. Mi vida me dio el don de torear y me privó de las condiciones físicas para desarrollarlo del todo.
No necesitaba ser un atleta, simplemente tener confianza en que iba a poder
quedarme quieto ante el toro. Unas tardes vencí esa desconfianza, pero he vivido muchos años con esas dudas.
P. Así que ha vivido el oficio como un drama.
R. Yo sólo sé lo que es. Domingo Ortega decía que el valor en los toros consiste en estar preparado físicamente. Y es verdad, consiste en eso.
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